n concurso abierto, los funcionarios se disputan el premio por la revelación mayor. Los de la seguridad, acompañados por los del servicio exterior, se lamentan de la ingratitud gabacha
por lo del Plan Mérida, pero la cancillería nos pone al día: después de todo, la ayuda derivada del mencionado acuerdo no es significativa en su monto. Como si de eso se hubiese tratado cuando se firmó y se festejó sin tregua los mil y un beneficios que el dichoso plan traería a México y a su relación con el coloso.
Por su parte, el secretario de Economía defiende la participación de México en el TPP porque de no haberse firmado hubiésemos navegado rumbo a la catástrofe, se nos hubiera ido de nuevo el tren, y las desgracias serían infinitas por no asumir la inminencia del cambio en la economía mundial y los flujos comerciales que marcan la época. Ahora o nunca, parece sugerir el funcionario, para luego agregar con claridad meridiana: después de que el TLCAN se llevó al baile a los empresarios totonacas sin zapatos.
Cada quien elige sus metáforas, pero la del regio negociador no es precisamente la más afortunada. Y eso de que China será bienvenida siempre y cuando cumpla con las reglas no pudo sonar más anticuado e irrespetuoso, no con los chinos, a los que ni aire les hace, sino con el respetable que sigue a la espera de una buena, aunque sea preliminar, explicación de esta nueva aventura librecambista. Sobre todo después de lo hecho, según el secretario, en el TLCAN. Si nos fue mal, que así lo reconozcan y digan pero, además, que hagan lo posible para que esta vez la aventura no resulte dañina.
El mundo, el resto de él según The Economist, se prepara a repetir la historia poco feliz de la política de gran potencia. Con la desproporcionada intervención de Putin y el renacimiento gran ruso
, este ballet de los mayores habría de tener como prima ballerinas a Estados Unidos y a una China que no acaba de estirar ligamentos ni a explorar movimientos sistólicos provenientes de sus intrigantes adentros; pero, de que tienen que bailar a dos no parece haber la menor duda, dada la debilidad estructural del oso ruso y el desplome de la Unión Europea como gran poder suave
de la esperanza y la superación del conflicto nacional endémico.
Poco espacio hay en ese (des)concierto tan anunciado que a veces se siente como cosa del pasado. La tercera guerra se despliega al sur del viejo continente, mientras la señora Merkel saca fuerzas de recuerdos, creencias de la infancia y perspicacia de política astuta para aspirar al trono virtual del gran liderazgo europeo en medio de la debacle de un proyecto extraordinario de construcción de nuevas realidades globales, o simplemente supranacionales.
¿Cómo afrontar un mundo tan duro y aguerrido como el que se anuncia? Cómo darle a nuestras ansias globalizantes una perspectiva sensata, alejada de todo ilusionismo, que permita algún control nacional, soberano, de nuestros intercambios e ineludibles alianzas? Porque más allá de que los impulsores del nuevo paradigma presuman sus triunfos sobre los nativos, es el momento de que admitan que se trata de una victoria pírrica que nos trajeron unos cosmopolitas de segunda que confunden Houston con Nueva York, y están convencidos de que París y Londres o Berlín pasaron a la historia como capitales del mundo. Para no hablar de sus impresentables conceptos sobre lo que significa acercarse a Asia, negociar con China o aprender el verbo reformar en mandarín.
Por razones varias y complejas, es un hecho que todo o casi se pudo haber hecho diferente; la reforma energética, tan cacareada y festejada resulta en desencantos y obliga a posposiciones sin crédito ni garantía. Quizá a esto se deba la triste figura del secretario de Energía o del responsable de la Comisión Nacional de Hidrocarburos cuando anuncian de modo cada día más cansino la apertura o el cierre de las sucesivas rondas.
Lo sean o no, el tono y el verbo, para no hablar de la sintaxis, deja en muchos la impresión de que asistimos a una venta de garaje en cuyo intercambio mandan no los precios ínfimos del producto sino la actitud del vendedor siempre listo para agradecer al pirata del día su espléndida compra.
Esto de la venta del petróleo va para largo, ahora que incursionó el gran Bailleres con su ingeniero petrolero comprado a perpetuidad para que no quede duda de que, como dijo Humpty Dumpty, lo que importa es saber quién manda. No se trata sólo de una entrega enloquecida de la riqueza petrolera al exterior sino de un gran reparto, como si fuera fin de fiesta, de unos acervos bien guardados, hasta el exceso si se quiere, entre los ricos y súper ricos de este y otros continentes, siempre y cuando sepan guardar la compostura debida y atenerse a unas reglas que cambian no con el humor sino con la angustia del oferente. Todo sea, en fin, por el mercado y el realismo corriente que se apodera de todo, almas y gustos, reflejos y talentos.
Vivimos un bochorno a escala nacional que, al aceptarlo o regodearse en él, lleva a negar el desarrollo posible, el que podría derivar de un auténtico rencuentro con la realidad, con lo que somos como colectividad y nos hemos hecho como Estado nacional al calor del gran cambio del mundo que resumimos en el vocablo globalización. Entre otras cosas, de lo que se trataría es de evitar que este redescubrimiento
de México fuese traumático y destructivo como lo fueron los anteriores.
Sólo a partir de un redescubrimiento de México como país desigual e injusto, pobre y extremoso, podremos aspirar a retomar caminos andados y abandonados pero todavía promisorios, que podrían llevarnos a una nueva senda de progreso, a un nuevo curso de desarrollo.
El desvarío de los grupos dirigentes es mayúsculo y el de los ricos espeluznante. Sólo con un gran ejercicio pedagógico firme y perseverante se les podrá convencer de que el giro vale la pena. Mientras tanto, hay que acumular sapiencia y fortalecer sensibilidades asociadas a los viejos y vivos empeños de solidaridad y justicia social que renacen en Europa o el Reino Unido, en Estados Unidos de América y sobreviven el cerco de la reacción barata en España o Portugal, Italia o Irlanda, en Brasil y hasta en Chile, pasando por Uruguay.
Triste panorama y no menos lúgubre horizonte. Pero aquí nos tocó vivir y jugar la mejor de nuestras cartas, la que se nutre de memoria y esperanza y rechaza el encono y la mentira, pero sobre todo la prepotencia necia y tonta de los que presumen del unto del poder y lo malbaratan.