Guanajuato, Gto.
ox populi: la agenda cervantina suele ser tan apretada que, bien planeados, un par de días en esta ciudad pueden rendir frutos musicales numerosos y variados para el espectador/oyente. A las pruebas me remito.
Primera jornada. Mediodía, templo de La Valenciana. El pianista, director e investigador belga Jos van Immerseel, de enorme y bien ganada reputación en el medio de la música antigua, propone un recital de fortepiano con música de Schubert. El intérprete busca y obtiene un sonido a la vez cálido y cristalino que le queda muy bien, sobre todo, a la muy conocida ambigüedad armónica del compositor, ese mórbido vaivén entre el modo mayor y el menor que es santo y seña de Schubert. Notable, sobre todo, en el Impromptu D. 899/1 que abrió el programa. Después, 15 danzas alemanas, en las que Van Immerseel perfiló deliciosamente el predominio del compás ternario y el espíritu de música cortesana y de salón de estas piezas. Muy sabio de su parte, tocarlas sin interrupción, como una obra continua, para hacer lucir en un gran arco la inagotable vena schubertiana de invención melódica. Y al final, una bella ejecución de la tardía Sonata D. 960, con menos contrastes dinámicos y expresivos que lo usual, para un resultado de gran equilibrio conceptual y expresivo. El sonido, muy lindo, sí, pero el instrumento en el que tocó Jos van Immerseel no era, ni de lejos, un fortepiano, sino un curioso híbrido que en su registro grave sonaba a pianoforte, y en el agudo, a clavecín. En medio, una sonoridad atractiva, pero alejada de la de un fortepiano auténtico, lo que no impidió calibrar con justeza la gran talla de Van Immerseel como tecladista.
Tarde, templo de la Compañía. Recital del Coro de Cámara de Dresde. Programa monográfico dedicado a los motetes del gran músico alemán Heinrich Schütz. Disciplina férrea, comandada por Olaf Katzer, rango dinámico exquisitamente modulado, afinación impecable, una paleta de timbres a la vez diversificada en sus individuos y homogénea en su conjunto. Notable, en particular, el experto manejo que el Coro de Cámara de Dresde hizo de las sabias pinceladas de madrigalismo (asimiladas por Schütz en su provechosa jornada veneciana) que dan a algunos de estos profundos motetes un cariz dramático que potencia notablemente su atractivo. Ejemplo puntual, cantado a la perfección: el cambio de estado de ánimo entre las dos primeras frases del motete Los que siembran con lágrimas cosecharán con alegría.
Noche, teatro Juárez. Ensamble Modo Antiquo, bajo la conducción de Federico Maria Sardelli, un verdadero y apasionado experto en Vivaldi, en una ejecución en concierto de Montezuma, la ópera mexicana del Fraile Rojo de Venecia. Orquesta mínima en tamaño, máxima en brillo, claridad y proyección, rica en la variedad y dosificación de su fraseo y articulación, admirable en la unidad de propósito de todos sus músicos. Un reparto vocal a la altura de la orquesta, con la destacada presencia estelar de la famosa mezzosoprano Vivica Genaux en el papel de Mitrena. El color y la proyección de su voz, de alto nivel. Su asimilación y expresión del estilo barroco, de altos vuelos. Y sí, Vivica Genaux se dio gusto mostrando y demostrando aquello que la ha hecho justamente famosa: una coloratura espectacular y un modo muy personal y muy deslumbrante de ornamentación, que en este caso invita al oyente a asociar el término barroco
a aquello que por abigarrado y prolijo provoca el gozoso asombro de quien escucha. Más allá de la altísima calidad de este Montezuma vivaldiano, fue posible constatar que, en ausencia de su complemento escénico total, una ópera barroca puesta en concierto adolece del usual exceso de recitativos (que sin su correspondiente actuación se vuelven rápidamente estáticos) y del abuso de las incesantes repeticiones de los textos de cada escena. ¡Ah, pero qué gozo incomparable es escuchar la luminosa música de Antonio Lucio Vivaldi tocada y cantada con tal autoridad, sin el lastre de romanticismo caduco que en mala hora le endilgan tantos falsos vivaldianos de aquí y de allá!