ace unos días, en Tabasco, al alba, caminaba por las calles del centro de Villahermosa. Era ese momento en el que la humedad le abre paso a la luz del sol y el trajín del mercado se confunde con el ensordecedor canto de los zanates, esos pájaros que hacen una barroca ceremonia jaculatoria cuando amanece y cuando pardea la tarde. Frente a la humildad de las fachadas tropicales comprendí que en esa tierra lo sencillo es lujo cotidiano, que los suntuosos colores que emergen de la conjunción del agua con la tierra y el sol son el triunfo de una sensualidad irrevocable que planta su raíz en la desmesura del paisaje. De repente, oí que un hombre gritaba a voz en cuello: ¿Quién me compra una naranja/ para mi consolación?/ Una naranja madura/ en forma de corazón
. El sobresalto que causó en mí lo escuchado hizo que terminara de despertarme, agucé el oído y, claro, el pregón con el que ofrecía naranjas peladas el vendedor callejero no era el verso de José Gorostiza, esas frases que en la nostalgia resuenan en mí como las campanas de las iglesias de los pueblos.
Mientras caminaba no tenía a la mano libro alguno y al entrar de lleno el día mis pasos, ellos solos, me llevaron a la Biblioteca Central Estatal, un edificio en majestad que se levanta en la ribera poniente del río Grijalva. Como casi todo lo que proyectó en Tabasco Teodoro González de León a finales de los 80, la obra, monumental, se yergue teniendo como eje una metáfora del arco maya. En todas sus salas reina la luz. Niños, jóvenes, mujeres y hombres de todas las edades ocupan mesas y sillones casi en permanencia desde hace tres décadas. Con sencillez, se puede sentir que allí se convierte al libro, a la lectura, a la biblioteca, en un aula magna, en el patio de recreo del espíritu.
Ya lo dijo Jorge Luis Borges, “de los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo… Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”.
La magnitud del conocimiento y la cultura contemporánea hace de los libros y de las bibliotecas instrumentos centrales en la sociedad del conocimiento en la que participamos. La idea de una comunidad universal se completa cabalmente con la existencia de un libro y su lectura. Estar con un libro en casa –o en una biblioteca– es participar en un diálogo con la sabiduría de todos los hombres. Y es que, como lo dijo Octavio Paz, todas las grandes cosas de los hombres han sido hijas del diálogo
. En un libro, en una biblioteca, todo es diálogo. Los autores siempre hablan con los otros; cuentos, poemas y ensayos conversan; leyendas, civilizaciones e historias distintas se encuentran. Las palabras hablan entre ellas.
Los libros, impresos o digitales, todos ellos juntos en una biblioteca, son como millones de puertas y ventanas abiertas hacia la historia, la literatura, la geografía, la música, la ciencia y el conocimiento más universal. Porque leer es iniciar un viaje con un destino siempre diferente. Ya se trate de una novela o de un texto de ciencias naturales, al final nos espera un nuevo conocimiento, una nueva forma de ver y sentir la vida.
Recordemos lo que ya ha dicho con sabiduría Andrés Henestrosa, los libros son objetos sagrados que arrojan luz sobre la inteligencia y la sensibilidad; iluminan el alma y la mente, y amplían el alcance del espíritu; en otras palabras, nos sacan de las tinieblas, nos ayudan a vivir y nos hacen mejores
.
Todo lo que hagamos en sociedad en favor del libro y la lectura abonará en la construcción de un mundo donde el respeto y el diálogo plural sean las pautas del presente y del futuro de México. La lectura representa internarnos en el pensamiento de los otros seres humanos, que nos aportan la posibilidad de viajar, de ver el futuro.
El futuro está en los libros, en la lectura, en el acto mismo de tomar un volumen, abrirlo, sostenerlo, pasar las páginas, leerlo. En la Biblioteca Central de Tabasco comprendí que el libro en las bibliotecas públicas de México es, como toda manifestación de la cultura, un bien social. Por ello, quizá, en uno de los muros de esa biblioteca tabasqueña Enrique González Pedrero expresa que “cultura es comunidad de origen, de tierra, de tradiciones articuladas en una manera de ver, de sentir, de interpretar el mundo. Es lo que un pueblo cultiva como propio, entretejiéndose en la conciencia de un nosotros…”.
De manera sencilla, en la inédita trascendencia social de todo lo que se siembra en esa biblioteca pública se conjuga un compromiso con la cultura. Al salir recordé los versos de Carlos Pellicer. Y tú, ciudad mía, te fuiste haciendo día/ en medio de la noche levantada/ y fue en el iris de tu mirada/ que yo tomé la gota de la eterna alegría.
Entendí así por qué, cuando uno camina al alba por las calles de Villahermosa, puede escuchar el pregón de un vendedor ofreciendo naranjas con un poema de José Gorostiza: ¿Quién me compra una naranja/ para mi consolación?
Twitter: @cesar_moheno