a disputa por la hegemonía política con miras a 2018 entra, a esta altura del sexenio, en ebullición. Con ella misma habrá que calibrar la capacidad para conducir el proceso sucesorio que tiene el actual gobierno. El cúmulo de energía en acción es notable a la simple observación o lectura. La refriega por aquilatar el impacto que tendrán las candidaturas llamadas independientes, al principio tan aceptadas, entró en un tobogán de sospechas, malos augurios y peores recuerdos que, con buen margen de predicción, parecen enfilarse a un oscuro callejón. Los reacomodos en las burocracias partidistas, con las últimas designaciones de los mandos priístas, completan el panorama respectivo. Todos los llamados operadores electorales ya están donde habrá de requerírseles. También los triunfadores de la pasada contienda ocuparon, sin glorias y varias penas, las curules y sillones ejecutivos ambicionados. La maquinaria, entonces, se encuentra en su momento para el inicio de su tirada final.
El enemigo del poder establecido también ha sido plenamente identificado aunque con solemne vaguedad y tontería: el populismo y, por tanto, el más avanzado de sus exponentes. De aquí en adelante AMLO será, qué duda, el saco de todos los golpes programados. A partir de la consigna presidencial que, con muy desinflada enjundia llegó hasta la ONU, las demás voces ocuparán, obedientes y prestos, su lugar en la fila, cada quien con su propia bocina y talante. Ninguno(a) escapará a esa confusa directriz que, con empeño poco envidiable, irá desplegando en los tiempos por venir. Todavía no recalan, los estrategas cupulares, en el desprestigiado miedo que ese espantajo conserva consigo, aún adjuntándole la frase siguiente de un peligro para México
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La oposición, esa que anda en busca de alianzas y abanderados, no tendrá reposo por ahora. Seguirá girando alrededor de sus incapacidades, dudas, estampidas y temores, sin tomar conciencia de su propia decadencia y el paso de los días. Los pleitos internos del PRD, sazonados por los reacomodos panistas, llevarán más cargas de las que sanamente pueden soportar en sus búsquedas y desencuentros por las simpatías de algunos desbalagados. No parecen ambos contingentes partidistas alinearse para el calibre de una competencia que ya los rebasa sin disculpas que valgan. El sedimento de angustias, apreturas y desencantos que inunda el país se ha tornado en un movedizo referente que pocos aprecian con la medida que se juzga indispensable para aquilatar posturas y seleccionar candidatos. Montar sobre ello las propias tribulaciones es agrandar la brecha entre la ciudadanía y los partidos ya, para estos menesteres de la confianza, muy amplia.
López Obrador al frente de Morena, como de costumbre, no concede ventaja alguna. Sigue en su penoso esfuerzo como empedernido recolector de votos y no habrá de parar hasta que las fuerzas puedan flaquearle. Antes de que tal momento pueda llegar, habrá acumulado, de nueva cuenta, el suficiente capital político para constituirse, por voluntad propia, no sólo en temible rival para todos aquellos que aspiren a la Presidencia, sino a todos esos que forman la llamada mafia del poder. No dejará de recorrer los polvorosos caminos de esta República y se rellenará del coraje necesario para dar la mejor de las peleas. Sus aliados internos comienzan a mostrar sus armas (John Ackerman, La Jornada, 12/10/15) argumentativas para apoyarlo en su tercera tentativa para consolidar un triunfo que le ha sido groseramente manoseado. Esta es, por desgracia, sólo una parte de la historia por ver y meditar. Los votos de los mexicanos habrán de contarse, ¡qué duda! Pero no serán, por desgracia, el factor determinante, sino sólo el requisito indispensable para dirimir la contienda. El resto ya lo pone el llamado factor externo y sus fenómenos sociopolíticos en marcha. Y de ese complejo entramado buena parte se dirime en EU. La refriega dibujada, con bastante claridad, entre los demócratas y los republicanos amasa una suma de capacidades que tendrán profundos impactos en la realidad nacional. Pero, en especial, lo que surja de la rivalidad entre demócratas que ayer, en el debate, se pudo percibir.
México es una nación dependiente, deformada en su desarrollo, es cierto, pero, a la vez, es un factor crucial para los poderes centrales del afán imperial estadunidense. Las esferas decisorias del poder vecino son bastante conocidas. El predominio de los cotos financieros a gran escala, junto con su narrativa neoliberal, consolidan el entramado hegemónico para afianzar la continuidad del modelo establecido. Una y otra vez esta fuerza habrá de hacerse presente con el peso suficiente para inclinar la balanza del rejuego de poder en su favor. Ni siquiera una gran rebelión de votantes opositores podría ganarle la partida. Esto no es determinismo inmovilista, sino una certeza derivada de la política real. La esperanza que la oposición, llamada efectiva, de izquierda, prevalezca se alimenta de dos opciones: una, en espera de que ocurra el cisma (senador Sanders) en la contienda estadunidense, y la otra, que ese suceso afecte la seguridad de la coalición interna conservadora mexicana para burlar, una vez más, la voluntad de los votantes. Aprovechar debidamente tal desconcierto venidero, aunque sea momentáneo e insuficiente, marcará la posibilidad del cambio buscado.