staba en deuda con Paloma Villegas que el otro día, entre amigos que hablaban de autores en un tris famosos –no preguntar por qué; por planos no será–, me recomendó a una escritora galesa, nacida en los años 60, que a ella le parecía extraordinaria por tales y tales particularidades, se explicó, me explicó. Y porque a mí es Paloma quien me parece extraordinaria de inmediato adquirí el título que me recomendaba de la autora de Gales. Sin embargo, a pesar de la confianza y del entusiasmo, confieso que en mi primer intento de leer a Deborah Davies fallé. ¡Qué vergüenza! Me pareció preciosista y la rechacé. Pero como nada me hacía dudar del juicio de Paloma, cuando alcanzaron armonía mis impresiones encontradas volví a abrir el libro de Davies en la primera página. Y volví a empezar a leer Reasons She Goes to the Woods y esta vez no lo solté hasta terminarlo. ¿Qué fue lo que me atrapó y me fascinó? De entrada supe y lo digo en pocas palabras que la atracción no fue el fondo, pues fue la forma lo que me arrobó. Me atrajo tanto que me sobresaltaba y me pedía a mí misma atención y concentración totales en la lectura, tenía que aprender para yo misma avanzar. Me fijé en la fluidez con la que lo abordado corría, con naturalidad escalofriante, la sencillez del lenguaje cotidiano que transmitía conceptos y sucesos brumosos y tremendos. Tremendos. Creaba suspenso en medio de lo que aparentaba ser ordinario. Quería fijarme bien. Aprender bien. Quería traducir cada capítulo –de una sola página estrictamente– para hacer la forma lo más mía posible. Hay que avanzar. Hay que fijarse en lo que es sólido aunque engañoso y ver qué sucede cuando tú lo tomas en tus manos. Aprender es aprender, sí; pero hacerlo tuyo es transformarlo.
Luego en Babelia sin ser eso lo que buscaba me topé con otra autora joven también, también nacida en los sesentas y asimismo de habla inglesa, Alison Bechdam, neoyorquina fantástica, con la ventaja de que además de escritora es dibujante y los libros que ha publicado son escritura y dibujo, ninguna de las dos formas de expresión sobrante, las dos transmisoras potentes de su respectiva carga completa. Sólida también, con un fondo de lecturas clásicas bajo control, y con una destreza extraordinaria para el dibujo. ¿Cómo aprender de ella todo lo que ofrece al lector que sabe en qué fijarse?
Lo cierto es que me propuse dejarme influir por estas dos artistas/autoras como buenamente pudiera yo captarlas y hacer mío lo que me ofrecían.
Sus formas de expresión enfocaron por lo pronto un trabajo que traigo entre manos y que no he logrado dejar fluir. Alison y Deborah, Babelia y Paloma, me señalan el camino. Pero quien debe seguirlo y recorrerlo soy yo. Me enseñan, cada una a su modo, que gracias a haber dado con sus formas de expresión respectivas cada una había alcanzado la libertad existencial que no habría alcanzado mientras no desatara el gran nudo que atoraba su voz en su pecho.
En ésas estaba cuando en el New York Times leí un reportaje sobre un título que llamó mi atención, The Hotel Years: Wanderings in Europe between the Wars, una antología de ensayos de Joseph Roth que organizó y tradujo su traductor, Michael Hofmann. Inmediatamente lo adquirí. En la Introducción Hofmann comenta que The Hotel Years... será el último libro de Roth que traduzca, aunque, rectifica, pensándolo bien, lo duda, pues sabe que no soportaría vivir sin estar traduciendo a Joseph Roth. Me pareció una declaración de amor pocas veces hecha al oficio del traductor, extraordinaria y conmovedora. No declaró que ahora, después de tantos años de dedicación a otro autor, iba a retirarse para dedicarse a sí mismo, a sus propios proyectos siempre pospuestos en favor de otros.
Yo no conocía a Joseph Roth. Y apenas empecé a leer The Hotel Years... quedé atrapada y fascinada. Me pedí toda la atención y toda la concentración de que fuera capaz para aprender todo lo posible de la forma de expresión mediante la cual Joseph Roth había logrado decir cuanto alcanzó a decir antes de que el efecto de su alcoholismo lo venciera y lo callara, a los cuarenta y tantos años de edad, entre guerras, en algún lugar de Austria.
Cada uno a su modo, los tres autores a los que me he referido, Deborah Davies, Alison Bechdam y Joseph Roth, me incitan no a imitarlos, pero sí a dejarme a mí misma atrás y reinventarme una vez más.