l presidente Peña Nieto ha hecho del populismo el principal adversario de su gobierno. Así lo hemos escuchado repetidamente en diversos foros públicos; hasta en su discurso en Naciones Unidas denunció esta forma de hacer política como un enemigo de la paz mundial. Dada su importancia real hoy en México, lo único que explica la recurrencia de la denuncia antipopulista es que el Presidente ha hecho de esta fórmula un distractor de la opinión. Habla del populismo, que combate con denuedo la Secretaría de Hacienda, para no hablar de los verdaderos problemas del país: la expansión del crimen organizado, la corrupción de políticos y funcionarios, el pobre desempeño de la economía, el agravamiento de la desigualdad, la terca pobreza, la incompetencia de los funcionarios noveles. Imagino que como el gobierno se ha dado cuenta de que esos problemas demandan soluciones imaginativas y difíciles, prefiere no hablar de ellos, como si al callarlos los desapareciera, o como si creyera que no tienen solución. De ser así, entonces ya no son problemas, sino presupuestos a partir de los cuales se diseñan las políticas del gobierno. ¡Qué miedo!
Algunos pensarán que es una exageración hablar de la obsesión antipopulista del presidente Peña. En todo caso el exagerado es el Presidente, que al hacer en Naciones Unidas el recuento de los problemas mundiales se refirió en primer lugar a los nuevos populismos de izquierda y de derecha
, antes que a ningún otro asunto. Sin embargo, para un Presidente mexicano tiene mayor relevancia hablar, para empezar, de la migración; y, luego, si quiere, referirse a las fuerzas antidemocráticas que han surgido como reacción a uno de los fenómenos internacionales y sociales potencialmente más disruptivos del funcionamiento regular de las instituciones nacionales e internacionales. Peor todavía, la definición que el Presidente ofreció de populismo como propuestas de individuos carentes de entendimiento, responsabilidad y sentido ético
, que han optado por dividir a sus sociedades, sembrar el odio y el rencor, trajo al foro internacional los ecos de la política interna mexicana, pues no es un secreto que cuando el Presidente o algún miembro del gabinete habla de populismo se refiere a Andrés Manuel López Obrador, a quien se le atribuyen esas lindezas.
La embestida presidencial contra el populismo es incomprensible. En términos electorales, el adversario del gobierno es el PAN, que hasta ahora ha recibido más apoyo en las urnas que Morena o el PRD. Si oteamos el horizonte de batalla del gobierno, son muy otros los enemigos que tendría que estar combatiendo el Presidente. López Obrador es un contrincante de consideración en tiempos de campaña, pero en tiempos normales es un crítico con pocas armas para enfrentar a la Secretaría de Hacienda, la Secretaría de Energía, Pemex o la Secretaría de Gobernación, la mayoría priísta en el Congreso y la Presidencia de la República. En cambio, la estatura de todas estas instituciones se achica tremendamente cuando las comparamos con las dimensiones de las organizaciones criminales que están destruyendo el país, la talla de la corrupción que aqueja a los gobiernos federal y a no pocos gobiernos estatales, la creciente impunidad que corroe al Estado y el descontento que provocan los problemas que se derivan de la combinación del desempleo o del crecimiento exponencial del empleo informal de bajísima productividad. El Presidente y su gabinete se empeñan en que asociemos estos problemas con las aborrecidas políticas populistas de los años 70; sin embargo, la política de gasto público excedentario no se ha aplicado en las últimas dos décadas, si no es que tres. En ese lapso la denuncia del populismo se infiltró hasta en las filas del PRI, que en su tiempo bien supo ordeñar el populismo. Entonces parece más o menos razonable por lo menos preguntarse si no son las políticas de control del gasto y equilibrio fiscal a como dé lugar las que están en el origen del estancamiento de la economía.
Un problema más está cobrando forma en México. Por efecto del lugar prominente que ocupa el Ejército en la lucha contra el narcotráfico se ha modificado su peso relativo en el proceso de toma de decisiones del gobierno. Lo que se desprende de los comentarios de Julio Hernández en estas páginas a propósito de la entrevista televisada que concedió el general secretario de Defensa, Salvador Cienfuegos (La Jornada, 7/10/15), es que el Ejército ha asumido su propia defensa, mientras el jefe formal de las fuerzas armadas, el señor Presidente de la República, se ha hecho a un lado. Está muy ocupado combatiendo el populismo.