l próximo 10 de octubre, adelantándose un día a su celebración formal, se rendirá un sensible homenaje a don Napoleón Gómez Sada en su tierra natal de Nuevo León, con motivo del 14 aniversario de su fallecimiento. La ceremonia se iniciará a las 9 horas frente a su estatua, en el Parque Fundidora de Monterrey, y después continuarán diversos actos en el panteón El Carmen de esa localidad, donde se encuentran sepultados sus restos, al lado de su entrañable y querida esposa doña Eloísa Urrutia de Gómez Sada.
Como todos los años, alrededor de mil trabajadores mineros de todo México, así como familiares y amigos, acudirán a este magno homenaje a su memoria. Durante los pasados 14 años lo han hecho con un respeto, un reconocimiento y una solidaridad que transmiten una emoción especial y única a la vez. Los miembros del comité ejecutivo nacional del sindicato minero pasan lista de presencia como cuando don Napoleón presidía reuniones con trabajadores y dirigentes. Después de los discursos a cargo de diferentes líderes del país, se oficiará una misa en su memoria y se depositará una multitud de ofrendas florales en su capilla con una formalidad y una esperada emoción sorprendente.
Don Napoleón fue un dirigente sindical extraordinario que dedicó su vida y su trabajo a defender los derechos de los trabajadores, la libertad, la justicia y la democracia sindicales. Gómez Sada fue un luchador natural de gran inteligencia, sensibilidad, pasión y valor inigualables, las que siempre puso al servicio de sus compañeros y de todo México. Para la gran mayoría de los trabajadores mineros, metalúrgicos y siderúrgicos mexicanos, este hombre sincero y decidido fue el que con gran altura representó su esperanza para obtener mejores condiciones de vida y de trabajo, en medio de una lucha constante no exenta de problemas, traiciones y dificultades.
Recuerdo de muy joven que el presidente Adolfo López Mateos, quien antes fue secretario del Trabajo y Previsión Social, en alguna ocasión mencionó que Napoleón Gómez Sada era uno de los mejores y más sólidos líderes que México había tenido y que si existieran dos o tres Napoleones, otro rumbo y destino de mayor bienestar tendría el país. La realidad y el mundo actual son diferentes porque nunca antes, o al menos a ese grado, la corrupción, la ambición y la avaricia eran, como hoy lo son, totalmente irracionales y enfermizos. A los empresarios, directores, accionistas y sus cómplices en la política, les cuesta mucho trabajo reconocer que hay líderes como don Napoleón que son un ejemplo y una inspiración para muchas personas, los que siempre han estado del lado de la verdad y la justicia.
Estos representantes de una clase empresarial arrogante e irresponsable con la gente y su país son los mismos que utilizan a los medios de comunicación que no tienen ni practican la ética profesional para difundir la verdad objetiva y la realidad de las cosas.
Son estos a los que corrompen para atacar a los líderes íntegros y honestos, lo mismo que a un grupo de traidores y oportunistas sin principios ni valores, que sólo son la escoria y la basura de la verdadera clase trabajadora. Esos son los que se venden y jamás defienden los intereses de los trabajadores, ni luchan por abrir nuevas oportunidades de empleo y menos por salarios justos y dignos para todos. Aquí la pregunta sería quién es más corrupto, el que los pervierte y les paga o los que cobran para someter a los trabajadores, a través de represión y amenazas para favorecer a los empresarios que son indignos.
Don Napoleón, con mano firme, enfrentó serias crisis como el cierre en 1986 de la siderúrgica más importante de México en su época, la Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, que arrojó un despido de más de 15 mil personas y todo para favorecer a las otras empresas siderúrgicas que se iban a privatizar en el siguiente gobierno, a favor de algunos amigos y socios del régimen de Salinas de Gortari, como Altos Hornos de México y la Siderúrgica Lázaro Cárdenas Las Truchas, ubicada en Michoacán, ambas con cómplices como Alonso Ancira Elizondo y los hermanos Julio, Sergio y Pablo Villarreal Guajardo.
Hoy, dondequiera que se encuentre don Napoleón, debe estar observando la crisis industrial actual donde los despidos de personal y cierre de plantas está destruyendo las aspiraciones de miles o millones de seres humanos que dependen, para sobrevivir, de un trabajo digno y justo que promueva el beneficio social.
En la actualidad, México carece de una política laboral sana y autónoma porque todo está sometido y controlado por los intereses privados de unos cuantos, en detrimento de la gran mayoría de la población.
Y qué se puede decir del nivel de salarios y prestaciones que obtienen los trabajadores, en compensación a su esfuerzo y entrega diaria en la actividad económica nacional.
Para enfatizar este tema, es conveniente recordar que México tiene unos de los salarios más bajos de América Latina y que esto sólo favorece a las empresas. El salario mínimo recientemente unificado en 70.10 pesos para todas las zonas del país, representa en comparación cuatro dólares por día.
En Estados Unidos y en Canadá el salario mínimo es de 10 dólares por hora y actualmente está en proyecto la idea de elevarlo a 15 dólares por hora. Qué enorme diferencia.
La posición desesperada del gobierno mexicano es la de promover el empleo, sin importarle los niveles de remuneración que pagan las empresas, ni el costo social de la explotación de la mano de obra y de sus familias. Las empresas trasnacionales que son maquiladoras de las industrias de transformación, de autopartes, del vestido y otras, que están en nuestras fronteras y en diversas partes del país, pagan un salario promedio de entre 90 y 100 pesos al día, equivalentes a cinco o seis dólares por jornada.
En aquellos países de Norteamérica los ingresos equivalentes de un trabajador de la industria extractiva o de manufacturas son de 35 a 40 dólares la hora. Con estas absurdas e indignantes políticas, México nunca va a salir del atraso, pues sin ingresos dignos, además de ser una estrategia inmoral e indecente, no se podrá elevar el poder adquisitivo, ni mucho menos la demanda en el mercado ni los incentivos a la inversión interna.
Don Napoleón Gómez Sada en su tiempo combatió esta desigualdad, como hoy lo hace el sindicato nacional de mineros, y por eso cada año se le rinde un merecido homenaje, espontáneo y auténtico, como un ejemplo de dignidad.