Arquetipos se exhibe en el Museo Thyssen-Bornemiza
“Su obra se ha reducido a El grito, al simbolismo protoexpresionista, olvidando su evolución”, señala Guillermo Solana, director del recinto
Martes 6 de octubre de 2015, p. 5
Madrid.
Cuando se habla del pintor noruego Edvard Munch se piensa en un artista atormentado y alcoholizado hasta la locura y el abismo. También se piensa en su obra más conocida y quizás una de las más populares del arte contemporáneo, El grito. Pero el artista noruego tiene numerosos recovecos artísticos y humanos que le hicieron convertirse, décadas después de su muerte, en uno de los precursores de la modernidad en el arte y en un hombre capaz de reflexionar en voz sobre el devenir de la humanidad, ya sea mediante sus pinturas o sus diarios.
Precisamente para difundir esta visión integral de Munch se preparó la exposición Arquetipos en el Museo Thyssen-Bornemiza de Madrid, que explora todas las facetas de un creador complejo, severo e implacable.
Enfermedad, locura y muerte fueron los ángeles negros que velaron mi cuna
, escribió y repitió a finales del siglo XIX; cuando vivía en su Oslo natal como un pintor extravagante
que inquietaba por igual a coleccionistas, críticos y público.
Su visión del arte y de la pintura la marcó en gran medida su infancia, en la que vio morir de tuberculosis a su madre y a su hermana. Una de las piezas fundamentales de su obra gira en torno a la niña enferma, pero también hay grandes obsesiones temáticas, como la melancolía, la muerte, la enfermedad, la mujer vampiro, los celos y el beso.
Munch (1863-1944), como creador que experimentó hasta el final de sus días, incursionó en numerosos movimientos artísticos y corrientes estéticas, acorde con sus tiempos de cambios constantes y efervescentes. Pero su nombre irremediablemente se asocia casi en exclusiva a su pintura más famosa, El grito, que, a pesar de ser una de sus obras maestras, no representa la complejidad y la riqueza del conjunto de su obra.
Para entender por qué es considerado uno de los padres del arte moderno, junto con Cézanne, Van Gogh y Gauguin, y para romper con el estereotipo
de Munch, el Museo Thyssen Bornemiza logró reunir un total de 80 obras del artista noruego, para lo que fue necesario conseguir algo poco habitual: que el Munch-museet, de Oslo, trasladara a Madrid en calidad de préstamo 42 piezas únicas, entre ellas algunas de las obras más importantes del artista. Además colaboraron otras instituciones, como la National Gallery, el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York y algunos coleccionistas privados, entre ellos el mexicano Pérez Simón, quien prestó dos piezas, una litografía (Madonna) y un óleo (Noche de verano en Studenterlunden).
Algunas de las obras que se podrán ver en esta exposición son Atardecer (1888), Melancolía (1892), Madre e hija (1897), Agonía (1915), la versión en lápiz litográfico y tinta china de El grito (1895), La niña enferma (1939), Mujer (1925), Pubertad (1914-1916), Celos (1913), Asesinato (1906), Mujer vampiro en el bosque (1916-1918), El beso IV (1902), Bajo las estrellas (1900-1905), El artista y su modelo (1919-1921) y Desnudo femenino de rodillas (1919).
Guillermo Solana, director de la pinacoteca madrileña, explicó que “Munch ha sido el prototipo del artista atormentado, alcoholizado y al borde de la locura. Es decir, un artista abismal, cuya obra se ha reducido a El grito y al simbolismo protoexpresionista, olvidando su evolución y sus registros más diversos. Y no sólo trágicos ni angustiados, como se podrá ver en la exposición”.
La muestra, que se inaugura hoy, se podrá ver hasta el próximo 17 de enero.