a situación del país no podía estar peor; el neoliberalismo se apodera de espacios en todos los ámbitos de las relaciones sociales. Se impone a toda costa, pretende someter todo a sus reglas perversas e injustas. Usa lo mismo la publicidad, la fuerza o el dinero para corromper y, no conforme, busca justificar con discursos y propaganda sus estructuras desiguales e injustas, en las que unos pocos tienen muchísimo y una mayoría se empobrece cada vez más.
Pero el neoliberalismo, con todo su poderío, su dinero, sus medios de comunicación, es incapaz de acallar al movimiento popular creciente que lo confronta. La ciudadanía organizada, con pocos recursos, pero con una gran convicción, se atreve una y otra vez a desafiar al sistema, señala las arbitrariedades, enumera los crímenes, conserva la memoria de las injusticias y encara con coraje acumulado y valor civil a los representantes del autoritarismo y la injusticia.
Se pelea en todos los frentes; algunos denuncian el saqueo de dineros públicos, otros se arman contra la delincuencia organizada, algunos más, en defensa del territorio y del patrimonio; se lucha por detener la corrupción galopante; se unen los pueblos para defender sus tierras, para salvar al ambiente amenazado por transgénicos y contaminación; se pugna por instaurar la democracia o para exigir una educación laica, gratuita y popular.
En este proceso de resistencia popular, cada gesto tiene su valor y cada acción cuenta en favor o en contra. Uno de estos gestos, una acción bien concertada, certera, oportuna, es la propuesta ya firmemente encaminada a crear, con recursos de los militantes de Morena, ocho escuelas universitarias para contrarrestar, aunque sea en pequeña parte, el rechazo a miles de jóvenes egresados de la educación media, bachillerato, vocacional, CCH o de otras instituciones, para quienes se encuentran cerradas las puertas de la educación superior.
La sociedad en su conjunto tiene el deber de ofrecer a sus jóvenes la oportunidad de prepararse para servir a sus familias, a sus comunidades y a sus propios proyectos de mejorar y crecer. Si la política de este gobierno va por el camino de la privatización de la educación, si opta por seleccionar a quienes van a tener estudios universitarios y rechazar a los demás, el pueblo debe asumir la responsabilidad que sus dirigentes eluden; por ello, Morena y muchos ciudadanos han decidido demostrar que sí es posible crear centros educativos para los rechazados.
Y como el movimiento se demuestra andando, en respuesta al llamado de AMLO y del consejo nacional de Morena se constituyeron ocho asociaciones civiles no lucrativas, formadas por profesionistas competentes, interesados en contribuir a la transformación del país, que se han propuesto fundar sendas escuelas universitarias en los municipios y delegaciones en los que el partido llegó al poder, superando fraudes y compra de votos.
Estas escuelas serán: la de Contabilidad y Administración Pública Carmen Serdán, en Azcaptzalco; la Escuela de Derecho Ponciano Arriaga, en Cuauhtémoc; la de ingeniería Ingeniero Heberto Castillo Martínez, en Tláhuac; la de Medicina Comunitaria y Salud Integral Doctor Guillermo Montaño Islas, en Tlalpan; la Escuela Normal Othón Salazar Ramírez, en Xochimilco; la Escuela de Agricultura, en Calkiní, Campeche, y la Escuela de Derecho Alberto Pérez Mendoza en Comalcalco, Tabasco.
La iniciativa pretende superar la política de rechazo del sistema educativo oficial y contrarrestar la educación privada cara y en buena parte mediocre; esa es una de sus finalidades; pero aun antes de abrir los planteles e iniciar los cursos, lo que sucederá en enero del año próximo, los primeros resultados están a la vista. El gobierno federal, los de algunos estados y el de la capital se vieron obligados a ocuparse del tema que Morena puso en la agenda política y, como las palabras obligan, después de hablar, están siguiendo el buen ejemplo, ofreciendo becas, espacios educativos y apoyos a planteles escolares. En buena hora.
Podrán ser tan sólo dos o tres mil alumnos los que se atenderán inicialmente en las ocho escuelas universitarias a partir del año próximo, pero se logró ya, dese ahora, demostrar la posibilidad de respuesta a exigencias de educación superior cuando hay buena voluntad, espíritu solidario y recursos, en este caso, arrancados al barril sin fondo de la propaganda política; sólo esto ya constituye un triunfo para quienes hicieron la propuesta, así como para los profesionistas organizados que aceptaron la aventura educativa y para la sociedad en general, que percibe que hay esperanza de cambio y siente una ráfaga de aire fresco en el cargado ambiente de la enseñanza; la privada, que se ve como pingüe negocio, y la pública, para muchos de sus directivos, solo un escalón más en su carrera burocrática o un sistema de control. Fundar escuelas es también hacer política y la mejor de las políticas.