ntes de continuar con la reflexión sobre la deuda de Estados Unidos veamos brevemente el comportamiento de su producción industrial vecina, indicador privilegiado para ver su economía. Tuvo su comportamiento más dramático –permítaseme decirlo así– en junio de 2009: caída del orden de 15 por ciento respecto de junio de 2008. Acumulaba, por lo demás, 15 meses de registros negativos, siempre respecto del mismo mes del año anterior.
Antes de ello, vivió cuatro meses de tasas positivas cada vez menores. Es decir, de diciembre 2007 a junio 2009 tuvo 18 meses de los más críticos experimentados por su economía. Y aunque en julio de 2009 y los siguientes cinco meses todavía registraron crecimientos negativos, fueron cada vez menos negativos. Finalmente, en enero de 2010 la producción industrial volvió a crecer, aunque sólo un poquito respecto de enero de 2009. Una vez más tasas positivas. Y así ha continuado hasta agosto de este año.
Sin embargo, desde diciembre de 2014 esas tasas son cada vez menores. Y si nos atenemos a comportamientos anteriores, una vez más podrían empezar a ser negativas en septiembre u octubre. No en balde la Fed decidió no elevar todavía la tasa de interés. Se inhibiría una inversión que no acaba de despegar. La anterior fase de crecimiento industrial continuo fue de 74 meses: junio 2002 a marzo 2008. La actual lleva 68 meses de crecimiento continuo. En ese marco a mediados de 2014 se alcanzó –una vez más– el más alto nivel de producción industrial anterior, logrado a finales de 2007. Sólo viendo este indicador, observamos seis años y medio de retraso económico. Y de entonces a la fecha, crecimiento continuado. Aunque con tasas cada vez menores los últimos nueve meses.
¿Qué vendrá? Para responder esta interrogante –incluso importante para nosotros– retomemos aquí el asunto de la deuda. A mediados de 2002, con el reinicio del crecimiento industrial positivo, el endeudamiento global era de 38 mil billones de dólares (siempre dólares de hoy). Representaba 2.7 veces el PIB estadunidense, en esos momentos de 13.9 miles de billones de dólares. En el invierno de 2007, al término de esos 74 meses de crecimiento industrial positivo, el endeudamiento había llegado a 55.6 miles de billones de dólares actuales. Ya representaba 3.4 veces el PIB, en ese momento de 16 mil 300 billones de dólares.
En esa etapa de producción industrial ascendente, el PIB creció 17 por ciento. La deuda 47 por ciento. En sí mismo eso es terrible. Crecimiento de producto con mayor crecimiento de la deuda. ¿Qué sucedió en los 78 meses –de finales de 2007 a mediados de 2014– que tardó la industria en alcanzar el máximo nivel de producción de finales de 2007, previamente a su derrumbe? Algo distinto. Evolución pareja de PIB y deuda. No se profundizó el endeudamiento. Pero no hubo desendeudamiento. Salvo algunas pequeñas variaciones –al alza y a la baja–, en todo este periodo la deuda global de nuestros vecinos no ha sido inferior a tres veces su producto.
Esta situación me recuerda mucho un artículo –creo que de finales de los 80– de Rosario Green. Se preguntaba si nuestra economía debía crecer para poder pagar la deuda o, por el contrario, debía pagar la deuda para poder crecer. La respuesta en el caso estadunidense es contundente. Crecer con una deuda que –respecto del producto– no crece. Pero tampoco disminuye. Así de simple. Debo agregar –me lo solicitan algunos estimados lectores– que desde el punto de vista de los acreedores, el más importante de ellos es el de los bancos y financieras de depósito, a los cuales se deben 10 mil 900 billones de dólares. Les sigue el conjunto de acreedores extranjeros con 10 mil 400 billones de dólares. Luego –y también a nivel interno– las compañías de origen estatal pero autónomas (llamadas en inglés government sponsored enterprises), a las que se deben 6 mil billones de dólares. Y –para sólo dar otros acreedores importantes que individualmente parecen tener menos importancia– la suma de la deuda a fondos mutualistas, compañías de seguros de vida y fondos de pensiones alcanza 11 mil 300 billones de dólares.
Varios autores que estudian con detalle la dinámica y la estructura contemporáneas de la deuda estadunidense subrayan la enorme limitación que representa para el crecimiento y la evolución continuada de la inversión, esta pesada deuda. Y no dejan de indicar las tremendas implicaciones que conlleva la elevación de la tasa de interés, asunto que representa una tremenda contradicción. Tasa baja hace perder competitividad al sistema bancario y financiero estadunidense para captar fondos. Tasa alta inhíbe el crédito para fortalecer la inversión y con ella el crecimiento. Y en medio el dólar fuerte.
Ya lo veremos. También veremos –Carlos Morera, del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM insiste– la enorme deuda registrada con otros mecanismos indirectos. No en balde –se asegura– la economía vecina vive uno de los momentos más delicados de su vida económica reciente. Con una aguda problemática, cuya solución no será ni rápida ni fácil. De veras.
NB: Un año sin los normalistas de Ayotzinapa. Y sin muchos más. ¡Qué tristeza! ¡Qué rabia!