ara los que aprecian vivir en turbulencia permanente y dormir cada noche cercados por un mar de incertidumbres, Brasil es una especie de paraíso. Para quien aprecia ver sus pocas proyecciones positivas trituradas por la trayectoria cada vez más errática de un gobierno sin lastro ni rumbo, nada mejor que el Brasil de hoy. Para los que no aprecian ni una cosa ni otra, son tiempos duros de vivir en mi comarca de América.
Esta semana, por ejemplo, hubo un poco de todo, siempre en dirección al desastre. La olímpica desconfianza en la capacidad del gobierno llevó el dólar a valorizarse casi 10 por ciento frente al real. En los 12 meses pasados, esa valorización roza la casa de 50 por ciento. Es verdad que el dólar viene valorizándose frente a casi todas las demás monedas, pero un nocaut como el que se aplica a la brasileña es único.
También esta semana se supo que, en el mismo lapso, alrededor de un millón de puestos laborales fueron cerrados en Brasil. Así, parte muy significativa de la tan sonada nueva clase media
surgida en los 11 años pasados, es decir, alrededor de 40 millones de brasileños que ascendieron de la clases D y E a la C, corren el grave riesgo de retroceder.
Hay una clara insatisfacción en las clases medias urbanas, una clara y muchas veces sórdida campaña de los medios hegemónicos de comunicación contra la presidenta Dilma Rousseff y su gobierno, un desaliento creciente en las bases sociales que siempre respaldaron al Partido de los Trabajadores y, por si fuera poco, hay, dentro del mismo PT una profunda decepción con la presidenta que eligió.
Y el gobierno no reacciona. No logra. No sabe cómo. Y, cuando lo intenta, resulta mal.
El PT está consciente de que está perdiendo su trinchera más valiosa: las calles. Las manifestaciones comandadas por la derecha y por la extrema derecha, especialmente en São Paulo, llevan mucho más gente a las calles que las convocadas por el PT.
El partido, que siempre contó con 25 por ciento de apoyo consolidado en la opinión pública (es una marca promedio histórica), en los 10 meses pasados vio bajar esa participación a 15 por ciento. Los partidos de oposición, sumados, tenían 10 por ciento de aprobación hace un año; ahora, tienen 11. Es decir, lo que el PT perdió se quedó en el aire, sin herederos, y mientras tanto, el gobierno sigue sin rumbo, y el PT no encuentra espacio para recuperarse.
Es verdad que Dilma Rousseff logró en la semana que termina una importante victoria en el Congreso: sus vetos a leyes aprobadas por los diputados; proyectos delirantes que costarían, a un presupuesto nacional ya absolutamente deshidratado, siderales 40 mil millones de dólares, fueron mantenidos tanto en la Cámara como en el Senado.
En un primer momento, se sintió la brisa de algún aliento. Una victoria en la Cámara de Diputados, comandada por un golpista significaría una barrera contra los movimientos que pretenden por la vía parlamentaria decretar la destitución de la mandataria.
A la vez, Dilma intentó llevar a cabo una reforma ministerial para satisfacer el hambre inmoral del PMDB, su principal aliado, y mantener cierta gobernabilidad. La victoria alcanzada en la manutención de los vetos indicaría ser este un buen camino.
Dulce, ingenua ilusión. El sistema político brasileño es mucho más burdo y tosco de lo que parece, y, una vez más, iniciativas que el gobierno considera fundamentales tropiezan en la realidad. En lugar de calmar sectores del PMDB y armar un centro de protección al acorralado gobierno, el intento de reforma tuvo que ser suspendido. La capacidad de chantaje del PMDB es demasiado grande para los ineptos estrategas de Dilma. Gracias a esa inepcia, ni el mismo Lula, con su todavía consistente capital político, logra ayudar, por más que actúe presionando al aliado desleal.
Lo más grave, sin embargo, se nota en dos otros frentes. Uno, el judicial. Las investigaciones llevadas a cabo por un tribunal de primera instancia controlado por un juez de provincia, muy mediático, adulado por los defensores del fuera Dilma
, muerte al PT
y cárcel para Lula
, prosiguen en ritmo frenético.
Lo que se filtra a la prensa, atropellando cualquier noción básica de sigilo procesal, no hace más que minar, día a día, la imagen del PT y de sus principales dirigentes.
El otro frente es el mismo PT, donde crecen las voces que defienden, pura y llanamente, que el partido abandone a Dilma a su suerte, a menos que ella acepte dar un vuelco radical y volver a abrazar su programa electoral, honrando las promesas traicionadas. Que vuelva a gobernar para el pueblo, y no para el capital. Que vuelva a abrazar el proyecto que cambió la cara del país.
Considerando la persistente necedad demostraba hasta ahora por la presidenta, es más fácil que Julieta Venegas se pare bajo mi ventana y me dedique una serenata la próxima noche de luna llena.
Es decir, hoy mismo, porque en el Brasil actual las próximas noches de luna llena son imprevisibles.