l papa Francisco llegó ayer a La Habana para una visita de cuatro días, que será continuada con una gira por Estados Unidos. Al ser recibido por el presidente cubano, Raúl Castro, el pontífice calificó el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre La Habana y Washington de signo de la victoria de la cultura del encuentro y del diálogo
tras más de medio siglo de hostilidad.
Este viaje, el tercero de un Papa a Cuba, se da en un contexto y en un ambiente radicalmente distinto a los de sus predecesores. Cabe recordar que la visita de Juan Pablo II en 1998 se enmarcó en la feroz ofensiva ideológica contra el gobierno cubano y que la anuencia cubana a su estadía en la isla fue vista como una táctica para neutralizar el hostigamiento vaticano, cosa que, de hecho, sucedió. Por su parte, Benedicto XVI, segundo pontífice en visitar la nación caribeña, llegó a La Habana un año antes de renunciar al papado, en el contexto de una conmemoración religiosa, y su estadía en Cuba fue tan gris como el resto de su breve pontificado.
En la circunstancia actual, la visita de Francisco tiene las novedades de que se trata del primer pontífice latinoamericano, quien, por añadidura, mantiene posturas avanzadas e incluso progresistas que coinciden en diversos aspectos con los postulados centrales del gobierno cubano: la redistribución de la riqueza, la universalización de la salud y la educación y la lucha en contra de una cultura del dinero y el consumo como fines en sí mismos.
Quienes han querido ver en la normalización de relaciones entre Washington y La Habana una claudicación de la segunda a la lógica capitalista pretenden ver ahora, en la llegada del Papa argentino a la isla, un signo adicional en esa perspectiva. Se equivocan en lo primero, porque no hubo concesión alguna del gobierno cubano al estadunidense en materia de modelo político y económico, y yerran en lo segundo, por cuanto Francisco ha sido insistente en su oposición al predominio de los capitales y las mercancías sobre las personas; por ello, más que un adversario o un enemigo potencial, las autoridades cubanas recibieron como huésped a un hombre con el que tienen marcadas coincidencias y afinidades.
Por otra parte, la presencia de Jorge Mario Bergoglio en La Habana confirma la relación especial que desde el inicio de su pontificado estableció con la isla al encabezar una mediación secreta para el acercamiento histórico entre Cuba y Estados Unidos. La intercesión y el viaje iniciado ayer constituyen, sin duda, la confirmación de que, bajo la dirección de Francisco, el Vaticano ha emprendido la recuperación de su papel como actor diplomático fundamental en la escena internacional, un papel que fue desvirtuado por Juan Pablo II –quien protagonizó un alineamiento con los agentes más reaccionarios de su tiempo, como Ronald Reagan y Margaret Thatcher– y que resultó minimizado por la insustancialidad de Benedicto XVI.