s curioso, pero el número de estudios científicos acerca de una enfermedad se ha convertido hoy en un buen parámetro para entender la evolución de las patologías en el mundo. Tomemos, por ejemplo, a la fiebre chikungunya (algunos escriben chikunguña o chicunguña), enfermedad producida por un virus transmitido a los humanos y otros primates por la picadura de mosquitos de las especies Aedes (A. aegypti y A. albopictus) a los que se conoce como vectores. Luego de la descripción clínica de la enfermedad en 1952, las primeras publicaciones científicas formales aparecieron 17 años después, ¡hasta 1969!, lo que indica que se trataba de una enfermedad rara, presente en regiones muy localizadas y pobres del planeta (la frontera entre Tanzania y Mozambique). El número de publicaciones científicas sobre este mal se mantuvo muy bajo (menos de 10 por año) hasta concluir el siglo XX.
Pero, a partir de la aparición de la enfermedad en otras regiones del planeta y especialmente su diseminación en Europa en 2007 y en América a finales de 2013, el interés científico por la enfermedad aumentó notablemente y el número de artículos especializados experimentó un cambio abrupto. Hasta ayer se habían acumulado 2 mil 415 artículos científicos sobre esta enfermedad, la mayoría publicados entre 2006 y 2015, de acuerdo con la base de datos PubMed, creada por la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos. ¿Qué significa este cambio? Además de una modificación en el interés científico, es un indicador de la evolución de una enfermedad emergente y de las modificaciones en la distribución regional del vector, el mosquito Aedes.
Antes de proseguir, es importante hablar de la enfermedad y de su importancia en nuestro continente, en particular en México. La fiebre chikungunya es una enfermedad caracterizada por temperatura elevada (superior a 39 grados centígrados) y dolor en diversas articulaciones, el cual puede ser tan intenso que la persona afectada tiende a encorvarse (chikungunya significa cuerpo doblado
en la lengua kimakonde) y otros síntomas como dolor de cabeza, náuseas, cansancio y erupciones en la piel.
Es una enfermedad incapacitante que puede remitir con los cuidados adecuados, pero sin ellos puede ser en algunos casos mortal. No es contagiosa, sólo afecta a quien es picado por el mosquito infectado. No hay vacunas ni tratamientos específicos (además de los cuidados generales se emplean analgésicos y antinflamatorios).
En diciembre de 2013, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) recibió notificación sobre los dos primeros casos en América, inicialmente en el Caribe, y para diciembre de 2014 esta organización informaba ya sobre 861 mil casos sospechosos, 16 mil confirmados y 153 defunciones –leo los lineamientos para la vigilancia epidemiológica y diagnóstico de la Secretaría de Salud (SSa). ¿Y qué pasa en México? De acuerdo con un comunicado de prensa de la SSa emitido el pasado 3 de agosto, para el 31 de julio de 2015 se habían confirmado 3 mil 306 casos en 16 estados de la República, 10 por ciento de los cuales habían requerido hospitalización; en el boletín no se mencionan fallecimientos. Lo anterior muestra que en nuestro continente y nuestro país la enfermedad se ha diseminado muy rápidamente, por lo que, con razón, las autoridades sanitarias se encuentran en alerta.
Volviendo al tema de las publicaciones científicas sobre la fiebre chikungunya, casi medio centenar de artículos atribuyen el comportamiento de la enfermedad a los efectos del cambio climático. Por ejemplo, Jolyon M. Medlock señala, en un artículo publicado en marzo en la revista Lancet Infectious Diseases, que durante los inicios del siglo XXI se ha producido un cambio sin precedentes en las enfermedades transmitidas por vectores en Europa como la malaria en Grecia, mal producido por el virus del Nilo en Europa Occidental, la enfermedad de Lyme y algunas encefalitis producidas por garrapatas y llama a preparar estrategias de adaptación al cambio climático.
Hace pocos días se informó de 160 casos de fiebre chikungunya atendidos en la ciudad de México, todos importados de otras regiones del país, pues, de acuerdo con el secretario de salud en el Distrito Federal, Armando Ahued, el vector no ha rebasado la altura de mil 700 metros sobre el nivel del mar, por lo que el mosquito no se encuentra en la capital. Tiene razón, pero no hay que confiarse, pues los efectos del cambio climático pueden ser inesperados, como señalan Meghnath Dhimal y sus colegas en un estudio publicado también en marzo en la revista PLoS Neglected Tropical Diseases, en el que piden la aplicación de medidas urgentes por la propagación de mosquitos transmisores del dengue y chikungunya en la región de alta montaña en Nepal para proteger la salud de la población local y de los turistas que viajan a los Himalayas.