Opinión
Ver día anteriorSábado 4 de julio de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
La estrategia destituyente
L

as aporías del Grexit. Si se sigue con un poco más de atención la estrategia que ha seguido Syriza (en los últimos seis meses) frente a las instituciones europeas para enfrentar la crisis social que cobra su auge en 20013, cabría hacerse una pregunta que probablemente aún no tiene –ni tendrá en los próximos tiempos– respuesta: ¿cómo es posible que una nación tan pequeña –y un conjunto tan reducido de votos en el parlamento de Bruselas– mantengan en estado de hiato al conglomerado europeo? Si el Eurogrupo deja caer a Grecia, bloqueando sus flujos de sustentabilidad, otros países leerían el mensaje de una manera elemental: esa informe amalgama entre la Comisión Europa y el Eurogrupo –¿alguien podría definir de qué forma política se trata?– no es capaz, en caso de catástrofe, de proteger a la parte afectada de la ciudadanía (en este caso ya europea). Este mensaje no sólo alentaría las dudas de las franjas de la izquierda, sino de cualquier coalición gubernamental. Si por el contrario, cede frente a las demandas de Syriza –léase: limitar los pagos de la deuda a una política de no austeridad–, tendría que aceptar que la doxa impuesta por la deuda como tecnología del control es falible. Esta aporía, este problema sin solución, que podría redundar en una situación en Grecia tan dramática como condenable (la mayoría de los mandatarios europeos han emprendido la campaña por el para alentar a la extrema derecha griega a que dé pasos más firmes), muestra el amplio rango de vulnerabilidad que hasta ahora no habían exhibido los controles de las instituciones globales –y, por ende, la forma en que pueden ser contrarrestadas–.

Desde 2006, el Eurogrupo apostó –y no podía ser de otra manera– a que en Grecia existía un poder constituido –el Estado griego– para hacer el trabajo sucio que garantizara la legitimidad de instituciones unificadas no por un acta de derechos humanos, por ejemplo –cómo se podría esperar después de la agreste historia europea del siglo XX–, sino en torno a una ¡moneda! La idea del poder constituyente se remonta a la revolución francesa. Un Estado que garantizara salidas frente a cualquier tipo de crisis: una invasión extranjera, una guerra civil, una catástrofe natural, una epidemia…, y que podían poner en peligro la integridad de la nación. Pero la forma en que intervienen los poderes globales hoy en día socava permanentemente todo aquello que constituye a la parte constituyente del poder. Actúan manteniendo a este poder en una situación constante de crisis. Es más: la crisis se ha convertido en una tecnología de gobierno. Se desestabiliza todo para mantener la estabilidad de instituciones flotantes. Esa ha sido la experiencia de Grecia, pero también de Argentina, España y México. Las ideas tradicionales que explicaba al poder moderno como mecanismo de contención de lo ingobernable han perdido sentido. Hoy el poder induce la crisis y se erige como el piloto que pretende navegar en ella. Este es el principio actual de gubernamentabilidad. Agamben lo llamó recientemente: el Estado de seguridad. El término es una ironía, porque supone que el Estado garantiza la seguridad de aquello cuya seguridad ha socavado él mismo. Una ironía efectiva porque hoy se gobierna no sobre la base del principio de certidumbre, sino sobre la máxima del menor riesgo. Es decir, riesgo, al fin y al cabo de cuentas.

Cuando Syriza enfrentó el dictum del riesgo con la opción de un referendo, desbancó (voluntaria o involuntariamente) el principio bajo el cual una técnica de control político se legitimaba con argumentos económicos. Lo último que puede admitir un banco frente a una letra vencida, ¡es una votación! Y, sin embargo, no tuvieron otro remedio que aceptarlo. Lo otro significaba el pogromo contra Grecia.

Se trata de una estrategia destituyente: o se modifica el estatuto europeo o los griegos son lanzados de Europa. Y nadie mejor que ellos sabe que esta última es la mejor de las opciones. Sólo que ahora, seis meses después de la medición de fuerzas, los responsables serían las instituciones europeas. Una estrategia que Alejandro Nadal definió recientemente de manera sucinta: ¿cómo salir de la jaula sin morir en el intento?

Es curioso cómo todo el mundo se pregunta: ¿y con quién irá a parar Grecia? ¿Con Rusia o con China? Son preguntas que no hacen más que repetir la falibilidad de la respuesta que presagian.

El sustento de toda la negociación de Syriza no está en los dirigentes ni en los expertos en economía, está en la radical recomposición de la sociedad griega en los últimos años. En ella emergieron formas de un poder destituyente que no requiere a los partidos ni las expresiones políticas para subsistir, y que conjura la posibilidad misma de que se transformen en andamiajes del Estado. Son miles de redes de apoyo que nacieron al amparo de la revuelta y que garantizan comida, salud, educación, acaso inspiradas en el movimiento neoanarkhe, y que representan el secreto mejor conocido de todo el trance griego –del cual por cierto muy pocos hablan–. Y acaso el fundamento de la fuerza para enfrentar al conglomerado europeo.