Diálogo, ¿para qué?
Egos por sobre el interés común
Esa bolita es para pactar
o hay por qué dudar de las buenas intenciones del gobierno central del Distrito Federal en su llamado a los partidos políticos para instalar una mesa de diálogo que pudiera conjugar los intereses de unos y otros, aunque algunas veces esas formas de establecer líneas políticas de acción se tengan que dar entre el gobierno de la ciudad y un solo partido.
La experiencia anterior nos asegura que esa bolita es para pactar, es decir, para que los partidos políticos se pongan de acuerdo en ciertas acciones –ni idea por el momento cuáles–, que no necesariamente vayan en beneficio de la población del Distrito Federal, pero que limiten, por ejemplo, las reacciones de los partidos políticos a ciertas iniciativas de ley que pudieran contradecir, incluso, la idea fundacional de algunos de ellos.
Bueno, eso es parte de la especulación que nos permite la convocatoria que se ha lanzado, y que parecería, así de entrada, muy caótica, porque según declaró el jefe de Gobierno, en la mesa se abordarían todos los puntos que los partidos quieran tratar, y conociendo el ego de los presidentes de cada uno de esos organismos, podríamos decir que eso será la locura, a menos que se fijen puntos muy claros a tratar.
El jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, ha declarado que se trata de fijar una agenda de los partidos y del propio gobierno de la ciudad, lo que sin duda recuerda el nefasto Pacto por México, que marcó la indefensión de los organismos partidistas frente a una serie de cambios en las leyes del país que han obrado en contra de sus habitantes.
Pero, y si no fuera para eso, para buscar que se fijen corredores de gobernabilidad en toda la ciudad a partir de lo que se acuerde en esa mesa de diálogo, ¿para qué servirían? ¿Cuál sería la finalidad?
La intención no es mala, decíamos al principio. Mientras no se trate de inhibir las manifestaciones públicas en contra de ciertas acciones de gobierno, por ejemplo, delinear trazos de gobernabilidad para toda la ciudad no sería un ejercicio ocioso; por el contrario, no tener presencia en las labores que desde la administración señalen mejores formas de gobierno para todos, sería una mala cosa para Morena.
Lo malo de todo esto es que Miguel Ángel Mancera no podría confiar, de ninguna manera, en los presidentes de cuando menos los tres partidos dominantes en el DF. Los azules de Acción Nacional, hoy más que nunca se hallan divididos, y no parece haber intereses comunes entre quienes gobernarán las dos delegaciones políticas que ganaron.
El PRI, pese a lo que la elección diga, está lejos de concentrar una fuerza importante en su presidencia local. No hay líder, no hay línea, que cada quien se rasque con sus uñas, se dice entre los tricolores. Y qué decir del PRD. Por lo pronto, le podemos adelantar que la corriente que encabeza René Bejarano aún tiene facturas que cobrar, y muy pocos intereses en común con el ala chuchista.
Así pues, no parece que algún acuerdo entre las cúpulas partidistas pudiera ser obedecida por diputados locales o delegados. Así que ¿para qué la mesa?
De pasadita
El asunto de los taxistas sigue sin tener solución. Lo que no nos han dicho es cuánto es lo que, por ejemplo, Uber México tendrá que pagar a Uber Estados Unidos por la franquicia. O por qué sí quieren pagar a la matriz, pero se niegan a pagar a México. Eso no se vale