ntre 1880 y 1940 la frontera vio aparecer y prosperar la devoción a dos tipos de personajes. Por una parte, a personas vivas que se hicieron ampliamente conocidas por su fama de santidad asociada a su capacidad para realizar curaciones milagrosas
; eran propiamente taumaturgos.
Las noticias de esas curaciones milagrosas corrían por pueblos y ranchos de uno y otro lado de la frontera y mucha gente, hombres y mujeres, se animaba a emprender la travesía para ser sanados, pero también para conocer al santo y visitar el lugar de los hechos, convertido en recinto de peregrinación. Fueron los casos de la Santa de Cabora y el Ñiño Fidencio, ampliamente conocidos y venerados en vida.
Por otra parte, a aquellos personajes que, una vez muertos, comenzaron a hacer milagros que convirtieron sus tumbas en lugares de peregrinación y devoción. Fueron los casos de Jesús Malverde y Juan Soldado. Ellos ilustran la transición de taumaturgos vivos a transgresores muertos como sujetos de devoción.
Diferentes autores han dado cuenta de la vida, milagros y penurias de esos cuatro personajes: Teresa Urrea, la santa de Cabora que fue estudiada por Brianda Domecq y Paul Vanderwood; el Niño Fidencio, radicado en Espinazo, Nuevo León, a quien Carlos Monsiváis le dedica una páginas; Jesús Malverde, el Robin Hood sinaloense, luego venerado por los narcos y estudiado por Arturo Lizárraga, y Juan Soldado, el santo de los migrantes en Tijuana, sobre quien escriben José Manuel Valenzuela y Paul Vanderwood.
La vida de todos ellos estuvo marcada por un hecho nuevo: la movilidad, característica que marca una gran diferencia con la inmovilidad tradicional de gran parte de la población mexicana que empezó a resquebrajarse, precisamente, durante el Porfiriato, con la construcción de los ferrocarriles. La Santa de Cabora nació en 1873 en un pequeño rancho indígena de Ocorini, en Sinaloa; se movió a Cabora, Sonora, y después a Nogales, viajó a El Paso, Texas y terminó sus días en Clifton, Arizona, donde fue venerada y cuidada por indios yaquis exilados.
El Niño Fidencio nació en 1898 en Yuriria, Michoacán, y se desplazó para trabajar de peón en haciendas de Michoacán y Yucatán; finalmente, en 1923, llegó a la hacienda de Espinazo, en la frontera entre Nuevo León y Coahuila, donde vivió hasta su muerte. Jesús Malverde, cuya fecha de nacimiento podría ser 1870, pudo haber nacido en Jalisco, pero se le identifica con Mocorito, Culiacán, por cuyos alrededores se movía de manera incesante en su calidad de asaltante de caminos. Se ha dicho también que podría haber sido trabajador de la construcción o del ferrocarril que extendía sus vías en el norte de México. Juan Soldado era, efectivamente, un soldado raso nacido en 1914 en Ixtaltepec, en el Istmo de Tehuantepec, Oaxaca, que fue a parar, como tal, al cuartel de un regimiento que estaba asentado en Tijuana.
Así las cosas, sólo dos de ellos, la Santa de Cabora y probablemente Jesús Malverde- eran propiamente oriundos del norte del país. El Niño Fidencio y Juan Soldado, en cambio, eran migrantes originarios del centro-occidente y del sur de México, por lo que es posible suponer que habían sido socializados en una matriz católica vigorosa, antigua y tradicional. De cualquier modo, los cuatro representan y, al mismo tiempo, estuvieron confrontados a la diversidad de orígenes y de experiencias religiosas que habían empezado a confluir en la frontera.
Desde luego, la popularidad de los cuatro personajes tiene mucho que ver con la salud. La necesidad de ser curado de un sinfín de males del alma y del cuerpo eran fundamentales para esas sociedades aisladas y pobres, donde abundaban trabajadores y migrantes sometidos a mil rigores, lo que hizo prosperar y extenderse la fama de los taumaturgos y santones fronterizos.
La santa de Cabora y el Niño Fidencio vivieron y fueron ampliamente conocidos en Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Sonora y las entidades fronterizas vecinas. Jesús Malverde y Juan Soldado, en cambio, cobraron fama en los estados asociados a la migración mexicana más tardía y orientada hacia California, Baja California, Sinaloa. En general, vivieron en lugares aislados pero a los cuales se podía llegar por vía férrea. De hecho, el ferrocarril estuvo muy presente en la vida y la construcción de la trayectoria milagrosa de estos cuatro personajes de la religiosidad popular fronteriza.
A la santa de Cabora y el Niño Fidencio se les consideraban mediadores eficaces entre los hombres y la divinidad. La misma asociación se hizo con Juan Soldado y Jesús Malverde. No obstante su popularidad y la evocación de elementos religiosos católicos, la Iglesia rechazó, siempre, cualquier relación con ellos, lo que vino a acentuar la distancia todavía presente de la Iglesia Católica con las ciudades y pueblos fronterizos.
En siguientes entregas se tratarán en detalle los casos de los taumaturgos vivos: la Santa de Cabora y Juan Soldado y los transgresores muertos Jesús Malverde y el Niño Fidencio.