El cuarteto, liderado por el pianista Gonzalo Rubalcaba, puso fin a tres días de tralla musical
Desde un inicio, el cuarteto mostró virtuosismo en sus instrumentos
Destacaron la sincronía e intensidad en la ejecución de Pon la clave y el clásico danzón El cadete constitucional
Martes 9 de junio de 2015, p. 9
Después de tres días de actividades musicales concluyó el Latin Jazz Clazz México con la poderosa participación del grupo Volcán, liderado por el multigalardonado pianista Gonzalo Rubalcaba.
Nada mejor para despedir tres jornadas de tralla musical que con esta agrupación integrada por all stars del jazz latino, como el ya mencionado Rubalcaba, el baterista Horacio El Negro Hernández, el bajista José Armando Gola y el enorme percusionista puertorriqueño Giovanni Mañenguito Hidalgo
Desde que este grupo fue inscrito en el programa del Clazz se sabía que su presentación ofrecería la mejor noche de la jornada. Y así fue: este concierto ha sido el más jazzístico, el más virtuoso, el más honesto y el más elegante de cuantos se dieron en la segunda edición del Jazz Clazz.
Desde un inicio los integrantes del cuarteto mostraron fuerza, sincronía y gran talento al nivel de lo que son: virtuosos en sus respectivos instrumentos.
El programa consistió principalmente en jazz afrocubano con elementos de bop y toques avant garde.
El grupo desplegó gran energía e intensidad durante toda la presentación. Gola, en su bajo eléctrico de seis cuerdas, demostró gran dominio del instrumento en el que por momentos ejecutó líneas de guitarra eléctrica, incluso fragmentos de acordes a lo Jaco Pastorius. Giovanni utilizó al máximo su conjunto de seis tumbadoras de manera magistral, y cuando fue requerido tocó los timbales y el bongó. La dicción percusiva de este hombre y su inventiva no tienen parangón. El maestro sabe todos los secretos de los tambores y si no, los inventa.
Siguiendo con la sección rítmica, El Negro Hernández es un soporte seguro. El habanero no se debate por una octoplus, su batería es sencilla: un tom de piso, otro de aire, redoblante y contratempo, además de una pequeña familia de platillos. Con esa dotación austera construye todo un edificio de ritmo capaz de albergar cualquier familia musical.
Gonzalito manifestó un lado un tanto más vanguardista y cerebral en el piano acústico y más fusionista en el teclado electrónico. Su amplio dominio técnico, la gran capacidad para diversificarse y su generosidad musical le hacen ser ese líder que está y no está. Por lo mismo, todos destacan.
¡Venga!
En el tema que da nombre a la agrupación y al cedé, con el que iniciaron la velada, fue pasmosa la gran sincronía. Era una suerte de conversación, de diálogo a cuatro voces en la que los pingos y respingos percusivos de Giovanni dotaban de alegría al piano de Gonzalito, quien sonreía puntilloso a El Negro y éste al Gola, que respondía con cascadas armónicas.
En Pon la clave, el tema a continuación, Rubalcaba marcó y el grito de Mañenguito se dejó escuchar. ¡Venga!
, dijo, mientras desplazaba sus finas manos sobre los seis parches y el grupo se arrojaba tendido en vertiginosas maniobras, combinando ritmos con armonía y melodía.
Al comienzo hubo un pequeño percance con el sintetizador, que de inmediato fue arreglado por el pianista, para luego tocar Ano novo, un bossa caribeño
sedosito que empató con Sin punto, otro de sus estrenos.
Un momento interesante de la noche fue cuando abordó el clásico danzón El cadete constitucional, que deconstruyó con análitica maestría en tempo lento. No hay que olvidar que Gonzalito viene de estirpe charanguera-danzonera, es hijo de don Guillermo Rubalcaba, director de la Charanga Nacional de Concierto de Cuba, así que se sabe todo lo referente al danzón, de la A
a la Z
, por lo que el número le resultó un buen ejercicio de síncopa con moña.
Según avanzaba la noche, la música y el ambiente encandecían. Entonces llegó el momento para el lucimiento personal. Cada uno de los cuatro protagonistas demostró por separado y con tiempo necesario sus dones y talento.
A esa altura el público estaba totalmente entregado y no permitían que abandonaran el escenario. Pidieron más y vino el obsequio con el Manisero, de Moisés Simmons. Una versión elegante, aleatoria, festiva… y así, se apagó el Volcán mientras el gentío marchaba lleno de contento cantando mil veces el cucurucho de maní.