l hecho irrefutable es que llegamos a las elecciones en muy mala forma. Los enfrentamientos han escalando y exhiben sin ambages los conflictos que plagan a esta sociedad y, sobre todo, el profundo quebranto del sistema político y del entorno institucional y legal.
La fuerza pública y el Ejército se convirtieron en actores de un proceso que debe ser eminentemente cívico, es decir, el escenario privilegiado de la ciudadanía. La votación realizada no va a interrumpir la confrontación y los resultados pueden, en cambio, agravarla.
Y fueron los ciudadanos quienes se toparon con unas elecciones que aparecieron como campo yermo. Según quienes defendieron a ultranza primero la necesidad de votar y no abstenerse, y luego de sufragar de modo efectivo y no anular el voto, esa es la mejor forma de conducir la democracia, incluso esta tan viciada.
Los antecedentes cotidianos de las elecciones no ofrecieron incentivo alguno, mucho menos las insípidas, repetitivas y vacuas campañas de los partidos políticos y las chapucerías del Partido Verde, que hace de comparsa. De atractivo no hubo nada en estas elecciones, excepto, de modo negativo, el morbo del desgaste de los discursos y los mensajes, así como la violencia creciente en muchas partes del país.
Una paradoja de este sistema político y de la democracia electoral, que se ha impuesto a modo de quienes sacan provecho de ella, es que se puede votar –con las manipulaciones, los recovecos y las trampas que se conocen tan bien– y, al mismo tiempo, gran parte de la población no tiene por quién hacerlo de manera convincente y quizá tampoco de manera efectiva.
La generalización es un juicio que suele pecar de impreciso. No todos los partidos son iguales, no todos los candidatos son iguales, se ha dicho. Y, sin embargo, las distinciones esconden un una especie de mimetismo al que se han entregado los partidos y que arrastra a los individuos que los componen. ¿Es que realmente existe una oposición política en el terreno concreto de gobernar y legislar? La pregunta no es retórica. Cuando menos la historia del Pacto por México, impulsado al inicio del sexenio y sus resultados, es elocuente al respecto; la forma de gobernar en estados y municipios también lo es. Estos son los hechos y no hay modo de esconderlos. De tal pacto quedan las secuelas, que ciertamente no son intrascendentes.
Excepciones hay, como ocurre en los distintos procesos sociales. Pero el caso es que los ciudadanos tenemos que contemplar el triste espectáculo y como especie de rehenes las peripecias del sistema político caduco y herido de gravedad. Votar por el menos malo para hacer del sufragio algo útil, incluso como castigo, es para muchos la mejor opción que se ofrece. La verdad es que ello no es muy alentador para nadie.
Institucionalmente la democracia electoral muestra su fragilidad no sólo en el campo de acción de los partidos políticos, sino también se extiende, por contagio, a la autoridad electoral. El INE, politizado y desorientado, ha estado muy lejos de cumplir eficazmente y con credibilidad su papel en el escenario electoral. El tribunal electoral no es un ente que genere confianza entre quienes votan. Las leyes electorales emanan del Congreso, que aparece como parte que reparte. Habría que evaluar el enorme costo del entramado institucional de las elecciones frente a los resultados que se obtiene de la gestión.
Si fuera sólo el caso de lo desangelado del sistema político habría algunos medios para combatir la frustración, pero las cosas son más graves.
En el proceso que llevó a las elecciones, uno de los protagonistas ha sido el conflicto entre los maestros y el gobierno. El asunto tiene larga historia; su gestación y desenvolvimiento durante muchas décadas es responsabilidad primaria del PRI. Fueron grandes los beneficios de ese esquema de relación con el sindicato de profesores, aun con sus resquebrajamientos internos. La reforma educativa tiende a poner a los docentes disidentes como grupo disfuncional. Eso no es difícil. Lo es, en cambio, atender un problema que ha provocado un desgaste profundo del sistema educativo del país y ahora para entender el contenido de las medidas centradas en la evaluación que se proponía hacer.
Esta reforma ha fracasado, las leyes surgidas de los cambios constitucionales hechos recientemente han sido violadas por el propio gobierno y el secretario de Educación brilla por su ausencia, tal como ocurrió en el caso del Politécnico. Si alguien en el primer círculo del gobierno creyó que con esa reforma se superaría el conflicto, sólo consiguió agravarlo. Lo mismo sucedió con los partidos que se sumaron a la modificación en el Congreso.
Y sólo como nota adicional al tema de las elecciones y sus consecuencias, no debe perderse de vista que la debacle petrolera pone igualmente en entredicho el sentido original que se propuso en la reforma energética. Los ingresos públicos se desplomaron, Pemex está quebrada y es disfuncional, y ahora que se están dando los primeros contratos a firmas privadas habrá que ver cómo cambian las condiciones que se pretendían en un principio.
Para rematar, hoy las remesas de los mexicanos en Estados Unidos son la principal fuente de divisas del país. La especialización de la economía en el mercado global es la exportación de personas. Otra clave para el análisis del sistema político, de la democracia y de los procesos electorales.