Opinión
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De la política de masas
¿Q

ue los gobiernos populares de América Latina estarían entrando en un fin de ciclo? ¿Que el poder desgasta?

Bueno, eso depende de quién gobierne, y para qué se ejerce el poder. Fidel y Raúl llevan 56 años de marcar el rumbo estratégico de la revolución, el chavismo gobierna desde hace 17 años ganando elección tras elección, Evo Morales y Rafael Correa rompieron más esquemas que Silvio Rodríguez, y la imagen de Cristina (53 puntos de popularidad) permitirá que su partido (luego de ocho años de luchar contra enemigos de tomo y lomo) se imponga en los comicios presidenciales de octubre próximo.

Procesos que, en principio, serían suficientes para desechar las anteojeras que nos calzaron los descendientes del Gran Almirante. Negativo. Las anteojeras aún están de moda y hasta con lentes de última tecnología que se ajustan a la segunda definición que el diccionario confiere al artefacto: “…piezas de vaqueta que caen junto a los ojos del animal, para que no vea por los lados, sino de frente”.

Quitémosle crema a los tacos. Después de todo, mucho le debe la América triétnica al legado europeo y anglosajón. Pero algunos afirman que invento fuimos, mero choque de civilizaciones, un accidente… Con lo que, de agache, se escamotea el aporte de las otras Españas en la conformación de nuestra identidad: el municipio y el cante jondo, Machado y Federico, y eso que a falta de luces, los funcionalistas llaman populismo. Junto con aquello que las izquierdas de la legua, clonaron de las derechas aldeanas: el chovinismo.

Y Martí, quien abrió el camino.Un camino que en su época el apóstol iluminó, con candiles que la nuestra reclama. Por esto, cuando días atrás Fidel invocó el derecho a ser marxistas-leninistas, se me ocurrió que a lo mejor quiso decir martianos-fidelistas. Que no es lo mismo… y tampoco igual.

Ahora bien: en política, los hubiera no existen. La legendaria generosidad política del comandante estaba obligada (comprensiblemente obligada) a invocar tal derecho. Aunque, y no menos importante, Fidel nos haya enseñado que la universalidad de la revolución cubana nació, precisamente, de un amplio movimiento nacional, con línea de masas.

Ahí radica el meollo de una confusión más profunda que la falla de San Andrés. Cuyas grietas primeras se remontan a los tiempos de la invasión napoleónica y los ricos debates de los delegados a las Cortes de Cádiz.Desafortunadamente, los profesores que suelen decir a sus alumnos quepara hacer una carrera universitaria deben correr todos los días alrededor de la universidad, nunca han sabido dónde encasillar los movimientos ­nacionales.

De un lado, celebran sus aspectos potencialmente democráticos y revolucionarias. Por el otro, deploran sus contenidos potencialmente absolutistas y totalitarios. La indefinición los desespera: ¿centro?, ¿centroderecha?, ¿conservador progresista?, ¿neodesarrollismo pre o antineoliberal?, ¿pos capitalismo o anticapitalismo ­radical?

Focalicemos el intríngulis en un caso arquetípico. Hasta mediados del siglo pasado, los trabajadores argentinos habían transitado por décadas de luchas sociales infructuosas. Sin embargo, con la aparición del peronismo (1945) descubrieron que la defensa de sus intereses obligaba a cerrar filas con los pueblos en lucha. Pero con independencia política.

Tomemos, a modo de ejemplo, a un joven anticapitalista que hubiera calificado de fascista y conservador al movimiento nacional que entonces cambió para siempre la historia de los argentinos. Si el joven siguiera aferrado a la premisa… ¿sorprendería que un chico le endilgue: “che, viejo… ¡apagá el switch! ¿qué entendés 70 años después por izquierda, fascismo, ­anticapitalismo?

Con el alegre optimismo de los iniciados, el viejo echaría mano, quizás, al clásico monoteísmo de las izquierdas a granel, y así como el patriarca Abraham, le explicaría el programa para arribar a la tierra prometida. Pero si anduviese de mal humor, respondería acorde con los versos del tango que dicen: nada es mejor / todo es igual / en el 506 y en el 2000 también.

A contramano de tan patéticas situaciones, la mitad más uno de los argentinos terminó sabiendo que el célebre tango de Discépolo fue compuesto cuando la oligarquía argentinase jactaba de ser la joya más preciada de la corona británica (1934). Mereciéndose, por tanto, el nombre que lo consagró: Cambalache. Un término del lunfardo que remite al lugar donde, a más de comprarse y venderse prendas baratas, también se encuentran anteojeras de segunda mano.

El 25 de mayo pasado, día patrio de los argentinos, 800 mil jóvenes y no pocos veteranos sin anteojeras, corearon en la Plaza a su presidenta: ¡Cristina! ¡Cristina! ¡Cristina corazón! / ¡Acá tenés los pibes para la liberación!

Sin tanto rollo: toda política de masas que apunte a remover las complejas estructuras de la dominación, empieza por un saber verdadero.