Recuerdos IV
ecordemos, pues…
Estábamos haciendo memoria y tuvimos que detenernos cuando el inolvidable Compadre le tomó la llamada al entonces presidente de México y último primer mandatario militar, don Manuel Ávila Camacho, que lo conminó a ver por el honor de los mexicanos en aquella corrida –9 de diciembre de 1945– presentación entre nosotros de Manuel Rodríguez Manolete, siendo el tercer alternante Eduardo Solórzano, con quien, años más tarde, tendríamos una gran amistad.
Silverio echó de su ronco pecho
una por demás mexicana expresión y ya se imaginarán ustedes cómo estarían los nervios: a punto de estalle
.
O más.
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¿Y Eduardo?
Por el estilo… o más.
Esa tarde sería la última en que vestiría de luces en el coso de La Condesa, ya que estaba próximo a casarse con una de las mujeres más hermosas que en mi vida he conocido, Mimía Fernández del Valle, distinguida dama tapatía, propietaria, además, de la maravillosa hacienda de Huáscato. El instinto de conservación debe haberse adueñado de los nervios del michoacano y máxime cuando al llegar a la plaza tuvo que recorrer un buen trecho caminando por banquetas, ya que avenidas y calles estaban bloqueadas por autos, camiones y miles de aficionados que desesperados buscaban a los revendedores para pagar lo que fuera, sólo que los boletos sobrantes habían volado días antes y ¡a qué precios! Baste decir que uno de ellos, don Luis RC, que para eso de la lana era único, con lo que se levantó
, compró una casa en la colonia Roma.
Obviamente que el placo de contrabarrera de El Redondel, que encabezaba el inolvidable cronista don Alfonso de Icaza, desde días antes era más que pretendido en busca de asilo
y cuan vivamente recuerdo que al llegar don Alfonso a la puerta de pases, acompañado por su esposa, doña Teresa, por mi madre y personal del periódico: El Gordo Antonio Lamadrid, Alejandro Reyes, don Luis Reyes Ch, Roberto Cantú Robert y algunos otros que no recuerdo, en la puerta de pases se armó un borlote en serio, porque el jefe de accesos (o como se denominara entonces), señor Escalante, que se decía mayor del Ejército, únicamente iba a permitir que pasara el señor de Icaza y nadie más; El Gordo Lamadrid con sus 100 o más kilos de peso, cuando abrió la puerta para que pasara Ojo
, cargó como jugador de futbol americano, pasando los demás que he mencionado y sabrá Dios cuántos colados en busca de asilo
.
Ahora bien, lo que nunca pude explicarme fue cómo a mis 10 años de edad, no fui apachurrado
.
Fue la locura.
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Y vino la historia.
La hora tradicional.
Las cuatro de la tarde y no el horario que ahora se estila y que, obviamente, es una manera de cambiarlo todo porque –según ellos– nada funcionaba.
Sólo ellos…
Es lógico que a mi corta edad no tuviera yo conciencia para poder apreciar todo lo que esa tarde sucedió y que, quiérase que no, fue un antes y un después en la historia de la más hermosa de las fiestas en nuestro país.
Lo primero es lo primero.
La primera tarde.
Histórica.
Mucho de lo que a continuación escribiré es parte de mis recuerdos y otra es parte de lo que he leído y sigo leyendo de aquella sensacional figura del toreo español y de las no menos sensacionales figuras del toreo de México.
Al partir plaza los tres matadores, sus cuadrillas y los monosabios las ovaciones estallaron desde el inicio. La figura del Monstruo de Córdoba impactó muy fuerte y hasta a mí me impresionó por su personalidad, por su seriedad y por su manera de marchar
.
Luego, cuando llegaron a la barrera Manuel, Silverio y Eduardo, la plaza era ya un manicomio. Cuando los tres saludaron desde el tercio recordé lo que mi madre me había dicho por la mañana: tal vez, veamos algo único.
Y sí que lo fue.
Silverio, por su parte, serio, retraído, consciente de lo que se esperaba de él y Eduardo, tan señorial y majestuoso, formaron un cuadro mágico: tres matadores dignos de ser perpetuados por los pinceles de grandes artistas, en aquel mágico escenario de El Toreo.
¿Cómo olvidarlo?
Nunca.
Hasta ahí yo.
Y ahora, tocará turno
a varios de aquellos señores de la pluma que enaltecieron la grandeza de la fiesta de la llamada epoca de oro del toreo en México, tan diferentes de los plumíferos de hoy día.
(Continuará)
(AAB) [email protected]