annes. Este jueves fue el día en el que uno se cuestiona todo, hasta estar aquí. Levantarse a las siete de la mañana y caminar bajo la lluvia para ver una película tan decepcionante como Dheepan, del francés Jacques Audiard, fue toda una labor de futilidad. Ciertamente, se esperaba mucho más del autor de películas tan estimables como Un profeta (2009) y Metal y hueso (2013), ambas competidoras en Cannes en sus respectivos años.
La película se inicia en Sri Lanka, donde el personaje titular (Antonythasan Jesuthasan), un Tigre del movimiento Tamil de liberación, renuncia a la guerra perdida y decide emigrar a Francia con documentos falsos y una mujer e hija que no son suyas. Con la familia postiza, Dheepan tratará de ganarse la vida como cuidador de un edificio dilapidado en los suburbios parisinos. Su pretendida esposa, Yalini (la india Kalieaswari Srinivasan), no está convencida de la situación y anuncia su deseo de irse a vivir con una prima en Inglaterra. Dheepan debió haberle hecho caso desde el principio. Más temprano que tarde, el hombre va a tener que echar mano de sus habilidades como guerrero para defender lo suyo.
Aunque bien realizada a secas, por Audiard, Dheepan no puede escaparse de lo previsible y lo convencional. Es otra historia más de inmigrantes desafortunados en un primer mundo hostil, sin elemento alguno que la distinga de docenas de cintas similares.
Rascando el barril en cuanto a autores prestigiados del pasado, el festival ha programado la realización más reciente del taiwanés Hou Hsiao-Hsien, quien no había hecho un largometraje desde 2007. El tiempo no ha sido benigno con el estilo de uno de los maestros del cine contemplativo, de un solo emplazamiento de la cámara. En Nie Yinniang (La asesina), Hou practica por primera vez el movido género del wuxia, y lo hace sin emplear demasiados cortes, sobre todo en las secuencias de acción. El resultado es un espectáculo bello y vistoso, pero incomprensible. Leyendo el pressbook, uno se entera de que Nie Yinniang (Shu Qi) fue la hija de un general que, en la China del siglo IX, fue entrenada por una monja para convertirla en una eficiente asesina de gobernadores corruptos.
En la práctica uno se queda perplejo tratando de diferenciar quiénes son los antagonistas pues, vestidos con los mismos tocados y vestimentas, todos se parecen. Además, los nombres de personajes y lugares –y aquí que me perdonen mis antepasados– se confunden unos con otros. Así, queda sólo admirar la película como una serie de cromos, cual si fueran cuadros en una galería. Tal vez Nie Yinniang tendría más sentido en un museo de arte que en un festival de cine.
El desánimo es tal que ni siquiera reunió uno el morbo necesario para asomarse a Love, la provocación más reciente del argentino afrancesado Gaspar Noé, que, se dice, presenta un gráfico ménage à trois en 3D. Para ver porno gratuito ahí está Internet. Varios colegas la han calificado como la peor película de este festival, lo cual ya es decir.
Le toca al mexicano Michel Franco levantar este viernes el nivel con Chronic, su cuarto largometraje. Porque, por lo visto, uno tenía razón al advertir que la cosa venía mala si en el primer fin de semana se programaron títulos tan prescindibles como The Sea of Trees, de Gus Van Sant, y Mon roi, de Maïwenn. El panorama no ha remontado desde entonces, salvo el muy meritorio dúo del lunes, La loi du marché, de Stéphane Brizé, y Louder Than Bombs, de Joachim Trier.
Además de Chronic, quedan nada más la francesa Valley of Love, de Guillaume Nicloux (¡cuarta representante del país anfitrión!), y una nueva versión de Macbeth, de Justin Kurzel. ¿Habrá entre ellas una clara candidata a la Palma de Oro?
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