Opinión
Ver día anteriorJueves 21 de mayo de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Identidades pasajeras
E

mito una queja: casi todos los días escribo en mi tuitdiario: Las luces de Coyoacán encendidas día y noche desde hace varios meses. Y no me toman en cuenta: no cejo y sigo haciéndolo. Hoy con alivio vi en Tres Cruces varias luces sin encender. Apagadas, me dije, ya atendieron mis reclamos. Wishful thinking: las luminarias se habían fundido por haber estado prendidas largo tiempo.

Los responsables –mejor decir irresponsables, aunque sea un lugar común decirlo– están cada vez menos atentos a las justas demandas de los ciudadanos que los votamos y los delegados y sus subordinados prefieren mejor no hacer nada, como el Bartleby de Melville, evidentemente por otros motivos, y con descaro demandan de nuevo nuestros votos, cuando en esta delegación –y en las demás también– no sólo han sido ineficientes, sino desidiosos y groseros.

Y aunque es obvio que la corrupción y la impunidad no son culturales, muchos lo toman como un hecho y las incorporan a sus conductas, de manera que pudiese parecer que es algo natural, o como decía Calderón de la Barca, como si respondieran a una segunda naturaleza.

¿Podría decirse que la ineficiencia es una forma de corrupción?

Si se toma un taxi y se da una dirección, los taxistas preguntan: ¿Me puede decir cómo llegar? Si se contesta: Usted es el chofer, es su oficio, ¿no?, responden invariablemente: La ciudad es muy grande y es imposible conocerla toda. “Obvio, digo, pero para eso está la Guía Roji” –un poco obsoleta, hay que convenir– pero es raro que la tengan y si la tienen no saben descifrarla.

¿Y el GPS? La mayoría de los taxistas tiene celular, pero lo utilizan por lo general para conversar mientras manejan y en muy contadas ocasiones para consultar el camino que deberían seguir.

Hay además una serie de misteriosas convenciones; las tarifas varían de manera asombrosa, más bien arbitraria. El taxímetro de quienes recorren las calles marca una cantidad, las de los sitios sin radio otra, las de los que utilizan la radio una más cara y también los hay que fijan a su antojo las tarifas, y cuando se les pregunta el porqué de esas regulaciones, contestan que las ha fijado el sitio y si pregunto cuáles autoridades les han permitido determinar de ese modo sus honorarios vuelven a remitirme de manera tautológica al sitio del que dependen. La Setravi lo sabe, me informa un chofer.

Por su parte y para colmo, muchos taxis están destartalados y deben someterse a los caprichos de la dirección de Tránsito y cambiar el color de sus vehículos cada vez que a un alto jefe se le ocurre que prefiere un color distinto al que había decretado el funcionario al que sustituyen, aduciendo que de esa forma controlan a los taxis piratas. Me recuerda un pasaje de Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno, en que un gobernador de Puebla, allá por 1830, tuvo el capricho de uniformar a su policía con gorras de piel semejantes a las de los policías de alguna nación europea.

Y por ociosidad y para no morir en el empeño, examino cuidadosamente los tarjetones que muestran los datos del taxista y me detengo en el cuadrado que ostenta sus huellas digitales. Siempre había pensado que todas las huellas eran ovaladas y con líneas más o menos regulares, aunque únicas, pero no, las hay cuadradas, rectangulares, espesas, difuminadas, oblongas, globulosas, impuras, prístinas, redondas, y suele suceder que las líneas se desparramen caóticamente fuera del ámbito de la yema y curiosos espacios blancos aparezcan entre líneas para determinar nuestra insoslayable identidad, como quizá un examen de ADN lo haría. No en balde debemos estampar nuestras huellas digitales de ambas manos cuando cruzamos cualquiera de las fronteras que nos comunican (¿?) con el país vecino.

Me he comido ya el espacio que me han asignado para esta columna y advierto consternada que en el intento no he escrito sobre lo que me había propuesto: la pésima atención que los sobrecargos de Aeroméxico dispensan a sus pasajeros con soberbia, negligencia y desfachatez.

Twitter: @margo_glantz