a caótica situación creada –de manera espontánea o deliberada– por las acciones de los varios partidos políticos al iniciar sus campañas, ha dado paso a un incipiente proceso que, sin embargo, revela intenciones y alcances de cada uno de ellos. El conjunto deja mucho que desear, pero la crítica se debe centrar en lo que se tiene enfrente. Mucho del merequetengue inicial es, con el transcurrir de los días, rescatable; pero la gran porción de las campañas bien puede dejarse al olvido. Los vicios de origen, que marcan al organismo rector de la contienda, reclaman buena parte de las cojeras y de los muchos tropiezos posteriores de su cuerpo colegiado. Poco a poco y con esfuerzos parciales se han ido clarificando conceptos y programas que son, digamos, pasables. Las vacuidades tanto de la mayoría de los eslóganes diseñados para atraer votantes, como la pequeñez de las propuestas lanzadas, casi al azar, todavía dominan el panorama completo. Aún así se puede intentar un acercamiento con ánimo constructivo.
Los pronósticos que se desprenden de las encuestas de voto muestran un acomodo acorde con lo experimentado en situaciones pasadas. El PRI se coloca, una vez más, a la cabeza de todos los contendientes. Su distancia respecto a los demás es, por lo que se puede entresacar de los estudios y los pronósticos, insalvable, al menos hasta ahora. Pero el partidazo no las tiene todas consigo. Acarrea, clavada en lo más íntimo, la espina de la inseguridad respecto del aprecio y la reciedumbre de sus votantes. Duda, desde un principio de la contienda, de alzarse con la mayoría deseada para dominar en el Congreso. Acepta, tras sus bambalinas mentales, que la sombra negativa de la imagen presidencial pueda contaminar sus posibilidades electorales. El irascible talante ciudadano arroja sobradas certezas de un factible castigo en las urnas, muy a pesar de lo que apuntan los estudios de opinión y le asignan sus opinócratas afines. Y no sólo eso, sino que la marcha de la economía, con nubarrones cada vez más densos, sobrepesan sus espaldas, debilidad que sus contrincantes aprovechan, aunque no de la mejor manera posible.
La hermandad insertada en el llamado imaginario colectivo entre el llamado priísmo de nuevo cuño y el Partido Verde tiene filos de alto riesgo para el PRI. Se ha dejado sembrada, quiérase o no, la idea de que los dineros y la influencia política necesaria para llevar a cabo la ilegal campaña publicitaria del Verde se vierten desde lo alto, desde los mismos Pinos. La multitud de multas que el tramposo modus operandi del Verde ocasionó, caen, agravando hasta el límite permitido, el desprestigio de ese partido. No sólo acumulan los verdes sumas estratosféricas de multas, sino que las razones para imponerlas, lo hacen reo probado ante la ciudadanía. Cuanto de este mazacote de castigos, abusos y francos delitos recaigan sobre el priísmo se verá a plazo inmediato. Pero la promesa del cambio y regeneración ofrecida desde la campaña presidencial va quedando embadurnada con el pegote verde que el PRI llevará hasta la cámara y más allá. Se debe hablar entonces del margen de maniobra para calibrar la endeble gobernabilidad actual, ya que los humores de campaña pesarán sobre ella.
En cuanto al griterío desatado en medios para, cuando menos, minimizar la figura de AMLO, ahora tan expuesta al electorado, se le debe situar dentro de las ya desatadas pujas en pos de 2018. La pretensión de igualarlo con lo hecho por los verdes es una tentativa que no prosperará. Ciertamente la propaganda de Morena gravita sobre su persona, esa es una ventaja, pero también un problema. Dicha circunstancia, meditada y expuesta, revela un doble objetivo: empujar a los candidatos de ese partido prestándoles algo de lo mucho que AMLO posee y, también, robustecer su propia imagen con miras al futuro pleito. Las suposiciones de una sola candidatura de la izquierda, tan presumida en los mentideros, no tiene basamento real: Morena no caminará junto a los demás partidos, seguramente lo hará con sus mismas fuerzas y capacidades que pueden serle suficientes. Por su parte, los contendientes del oficialismo, formalmente ocultos, tendrán de aquí en adelante que asomar las narices, si no es que el cuerpo entero. Por lo pronto y para adelante, el piso de la contienda, nunca interrumpida, se empareja un tanto.