l 30 de abril de 2014 se puso en vigor el Programa Nacional de Seguridad Pública 2014-2018. Fue el último día que permitía la ley, así fueron las prisas. El instrumento está sustentado en 10 apartados, a cual más interesantes.
Es un documento bien hecho, imaginativo y atinado pero con una traba ajena a él y sus autores: al emisor, el Presidente, poco le importa ese orden cartesiano. No cree en programas ni en sus metas, compromisos y tiempos. Todo lo quiere ¡¡ya!!
Estos meses las policías se limitaron a operar mejor los métodos y recursos ya existentes y el gobierno a proclamar los logros de la captura de seis o siete malosos pero en la materia sustantiva del programa muy poco se hizo: la modernización y fortalecimiento de ese servicio constitucional para superar la debilidad institucional y la escasa coordinación, como devela su propio diagnóstico, quedó para otros días.
Lo que el programa llama debilidad institucional está a la vista de todos, en eso nada ha cambiado y la escasa coordinación sigue igual. Una supuesta fortaleza institucional no es demostrable, simplemente porque no ha habido factores de cambio. Nada cambiará si no cambia el componente humano vía educación y capacitación.
No habrá coordinación institucional si todo está referido a los aspectos protagonizados para efectos mediáticos por el más alto nivel. Mientras los actores de la planeación y ejecución sigan desconectados, mientras los sistemas de inteligencia, planeación y conducción –sean éstos personales, de radiocomunicación o cibernéticos– sigan siendo incompatibles, como incompatibles son los deseos de superarlos, no habrá coordinación.
Los logros que celebra el Presidente, principalmente en materia de reducción de homicidios, tienen varias explicaciones, mientras otros tipos delictivos como la extorsión y secuestro están al alza. Una explicación es que al retirarse significativamente las tropas de la guerra calderoniana, obviamente las muertes se redujeron. Una de las formas reconocidas de violencia es la que causa el gobierno en el desempeño de sus tareas.
De lo que el Presidente no habla, y que a plazo medio daría razonables resultados, es lo que el programa plantea como vía de transformación, un cambio programado, pausado pero confiable. Esto para los estándares del gobierno es pérdida de tiempo y oportunidad, y es por esto que el programa no muestra avances sustantivos en sus planteamientos transformadores.
Sólo haciendo un superficial rastreo por él saltan algunos incumplimientos:
Promover la coordinación entre dependencias federales; impulsar el intercambio de inteligencia; definir una agenda de cooperación internacional; reducir delitos vinculados a la economía ilegal
; reducir el robo a transportes de carga (no de pasajeros); fomentar el respeto a los derechos humanos.También se comprometió a establecer cinco academias de formación, capacitación y especialización policial; crear un centro nacional de formación de mandos policiales; regular a las empresas de seguridad privada; consolidar el control y seguridad de los centros penitenciarios.
Es de subrayarse que en teoría el programa conduciría a una razonable transformación de los servicios policiales, si se hubieran cumplido las metas, pero sus logros serían acompasados. Es una tarea que demanda de muchas cosas, que se podrían sintetizar en la palabra perseverancia, que no es la vocación de este gobierno.
El ordenado diseño del programa, en algunos casos es más que teórico y hasta incomprensible (que las policías adopten la norma técnica sobre domicilios geográficos
) y topa, como se dijo, con la falta de voluntad y compromiso de quien tiene el poder. Éste cree que los programas con sólo decretarse han cumplido la tarea a que la ley obliga. Debe destacarse que en el programa no se dio espacio al esfuerzo del sector académico ni al de las ONG, que no existen para él.
Es interesante observar que el programa contiene un amplio diseño de indicadores
aun algebraicos pero omite decir quién y cómo hará su gestión evaluadora y correctora. Hasta hoy no se sabe que se haya hecho un dictamen a la luz de esos indicadores. Salvo el discurso presidencial nada se ha hecho público.
Los sueños y discursos se confrontan con la realidad: 15 policías muertos en Jalisco; Ayotzinapa; estado de México; 11 muertos en La Ruana a los que nadie mató; un yihadismo en Reynosa que parece Siria; 16 vecinos asesinados por la Policía Federal en Apatzingán; Acapulco, y Guerrero en general, lo demuestran. En materia de criminalidad, quizá lo más delicado del sexenio, el programa del gobierno en un año se desinfló como globo.
Léase como muestra del ilusionismo oficial la tan exaltada y presumida Gendarmería Nacional, ideada como homóloga de la francesa, anticipada como un bálsamo de 40 mil efectivos desde abril de 2012 durante la campaña. Hoy son apenas 4 mil, dedicados a cuidar minas de extranjeros, tarea ajena a su entrenamiento.
Así, todo lo alcanzado fue una lamentable caricatura de lo programado.