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Hoy se cumple el centenario del nacimiento de esta estrella, que rara vez fue feliz

No tengo una voz auténtica; es un caos único, decía la reina del jazz Billie Holiday

Lady Day, como se le conocía, grabó más de 350 discos y cantó en escenarios famosos

Foto
Billie Holiday en la portada del cedé The Centennial Collection, editado por Sony LegacyFoto Ap
 
Periódico La Jornada
Martes 7 de abril de 2015, p. a10

Nueva York.

Millones de personas de todo el mundo aman y admiran la incomparable voz de Billie Holiday, pero la cantante de jazz conservó la modestia hasta el final. Ah, yo y mi vieja voz, dijo una vez durante un ensayo de grabación. No tengo una voz auténtica. Mi voz es un caos único.

Holiday era toda una estrella y, sin embargo, sólo rara vez fue feliz. Sufrió demasiados golpes y tuvo que luchar contra su adicción a las drogas. Este martes se cumple un siglo del nacimiento de esta artista que falleció prematuramente en 1959 en un hospital de Nueva York, con apenas 44 años. El alcohol y la heroína destrozaron su hígado y acabaron consumiéndola. Querida esposa Billie Holiday, se lee en su tumba del Bronx neoyorquino.

La vida de esta reina del jazz fue difícil desde sus comienzos. Holiday nació como Eleonora Fagan el 7 de abril de 1915 en Baltimore, en Maryland. Sus padres eran muy jóvenes y la pequeña se crió principalmente con familiares, en medio de una pobreza extrema. Una de sus primas la maltrataba y fue violada por un vecino. Al final, fue transferida a un hogar de acogida donde volvió a ser maltratada, esta vez por las monjas que lo dirigían.

Holiday huyó y se ganó la vida limpiando y prostituyéndose. Fue en el tocadiscos de un burdel donde escuchó por primera vez jazz y blues de leyendas como Louis Armstrong y Bessie Smith. Más tarde, se mudó con su madre al barrio neoyorquino de Harlem, donde pidió trabajo en clubes y cafés. Por un par de dólares a la semana encontró finalmente empleo como cantante en el club nocturno Jerry Preston’s Log Cabin. Su nombre artístico es un homenaje a su actriz favorita, Billie Dove, y el apellido de su padre, Clarence Holiday.

Casualmente, una tarde de 1933 John Hammond pasó por el club y la contrató para que grabara con el clarinetista Benny Goodman. Aquel fue el gran salto para Holiday, que en los años siguientes haría más de 350 discos, compartiría giras con artistas como Count Basie y Artie Shaw, y legaría su impronta en el swing y el jazz vocal con sus improvisaciones.

Con su hermoso y proporcionado rostro y una gardenia blanca en sus cabellos negros, la cantante afroestadunidense apodada Lady Day se convirtió en estrella en el legendario teatro Apollo, de Harlem, y en coliseos de todo el mundo. Sin embargo, el enraizado racismo que dominaba en Estados Unidos en los años 40 la afectó profundamente.

Aunque el público blanco aplaudía a Holiday en prestigiosos escenarios, como el Carnegie Hall o el Metropolitan, la cantante tenía que entrar y salir por la puerta de atrás. Y el racismo fue el tema de su mayor éxito discográfico, Strange Fruit, una apasionada denuncia de los linchamientos de la época, escrita por el poeta Lewis Allan. La canción, que emana tristeza y furia al mismo tiempo, habla de cuerpos negros que se bambolean de árboles por cuyas hojas y ramas gotea sangre.

Pese a la fama, Holiday se fue hundiendo cada vez más en la lucha contra las drogas y el alcohol. Su voz se volvió más rasgada y su matrimonio con el trompetista Joe Guy se acabó. Pocos días antes de su muerte había sido detenida una vez más por posesión de drogas y fueron los policías los que la llevaron al hospital.

Holiday se había pegado a las piernas 15 billetes de 50 dólares para su entierro. En su cuenta apenas quedaban unos centavos.