l despido de Carmen Aristegui por MVS Radio tiene muchas facetas. Es evidente que una de ellas se relaciona con las razones de fondo que llevaron al empresario Joaquín Vargas a cesar relaciones contractuales con la periodista que más audiencia le generaba a la estación radiofónica.
La percepción generalizada del causal del despido es que no se trata de un diferendo por el pretendido mal uso de la marca MVS que habría hecho Aristegui junto con algunos reporteros de su equipo. Entre los interesados en el caso, dentro y fuera de México, predomina la convicción de que la decisión empresarial tiene tras de sí presiones gubernamentales por la incómoda línea informativa de Carmen Aristegui, que continuamente ha desnudado los privilegios tejidos al amparo del poder, cuyos únicos beneficiarias han sido las élites políticas y sus cercanos.
Joaquín Vargas es un empresario exitoso. Como todo empresario, hace movimientos para ganar. En el despido de Aristegui, ¿qué gana? En términos económicos más bien pierde, porque quien sustituya la emisión encabezada por Carmen muy difícilmente tendrá el rating de ella. Sin los niveles de audiencia de la periodista súbitamente cesada tendrían que bajar los interesados en contratar espacios publicitarios en un programa que ya no aseguraría un amplio número de radioescuchas. Si MVS no gana empresarialmente; si, por el contrario, hay detrimento económico por el despido, entonces ¿dónde está la ganancia?
La respuesta podría estar en promesas del gobierno federal de ampliar la concesión en telecomunicaciones que tiene MVS, y/o en respaldar con enormes flujos de publicidad gubernamental la emisión que ocupe el espacio que hasta hace pocos días tuvo Carmen Aristegui. En este terreno tienen buena oportunidad de investigar los especialistas en contenidos publicitarios radiales. Después de un monitoreo representativo, podrían darnos un estudio comparativo del estado de la publicidad gubernamental antes y después de la salida de Carmen Aristegui de MVS.
En el plazo inmediato se pierde una opción informativa radiofónica que había puesto en el centro de su interés a la ciudadanía, no el congraciarse con la clase política de distintos colores. Sin embargo, me parece, también surge la oportunidad de avanzar en la construcción de medios cuyo fin sea servir a su audiencia mediante información que busca ser acallada por los poderes fácticos realmente existentes.
En batallas muy desiguales, quienes decidieron dar la lid por un periodismo ajeno a los controles y censura gubernamentales han dejado constancia de que pudieron deshacerse de reiteradas operaciones de cooptación y bien planificados esfuerzos por desaparecerlos del panorama periodístico. Cómo no recordar al faraónico Luis Echeverría, personaje que en la cúspide del poder presidencial desató el operativo que en 1976 desalojó de Excélsior a Julio Scherer y los periodistas que lo respaldaban.
Echeverría creyó que terminaba con un pequeño grupo al despojarlo de la tribuna desde donde eran señalados sus excesos. Scherer y quienes con él decidieron enfrentar la megalomanía echeverrista se dieron a la tarea, titánica en ese entonces, de fundar el semanario Proceso, cuyo número inicial fue publicado en los estertores del sexenio de Luis Echeverría Álvarez. De los entretelones del golpe de Echeverría a Excélsior, y los pasos posteriores del grupo fieramente acosado por el poder gubernamental, dejó constancia un protagonista y testigo de primera fila de aquellos acontecimientos: Vicente Leñero, en su novela Los periodistas, libro fundamental para entender tanto la demencialidad de quienes pretenden acallar un periodismo democrático y democratizante como la entereza de quienes no se doblegaron y crearon nuevas vías para el periodismo comprometido en investigar las redes de impunidad.
La puerta que fue abierta por Proceso ha sido ensanchada por otros medios, entre ellos destacadamente La Jornada, que nació con el apoyo de un sector de la sociedad civil interesado en gestar una opción informativa al servicio de su comunidad lectora. La consolidación de este proyecto ha sido a contracorriente de las distintas administraciones federales desde 1984. El 19 de septiembre de tal año salió a la luz pública el primer número de La Jornada. Son ya tres décadas de ejercer, como fue el propósito original y permanente, un periodismo crítico.
Es deseable que Carmen Aristegui tenga a corto plazo un programa radiofónico. Una posibilidad está en que la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), mediante la frecuencia de radio que posee, le abra las puertas en tanto ella libra por las vías legales su diferendo con MVS. Por razones presupuestales, no contaría con los recursos de una estación comercial como MVS; sin embargo, que Radio UNAM le abriera sus micrófonos sería una señal clara de que la institución educativa está atenta a cumplir una de sus funciones: la difusión de la cultura, y en estos momentos por los que atraviesa el país es central difundir información que fortalezca la democratización del país.
Estoy convencido de que el agravio de MVS contra Carmen Aristegui tiene frente a sí una sociedad más crítica, más organizada para darle salida a la ofensa. Es tiempo de que la indignación se transforme en la construcción de nuevos caminos informativos y que su destino deje de estar dictado por los intereses empresariales y/o de la clase política en turno. ¿Esteremos frente a una convocatoria ciudadana como la que dio origen a Proceso y a La Jornada?