Mi solidaridad con Carmen Aristegui
ividir a la sociedad en categorías, estratos o clases se hace desde que los seres humanos se acostumbraron a pensar sobre ellos mismos y su entorno. En la Grecia clásica se hablaba de griegos y bárbaros, los judíos distinguían entre creyentes y gentiles. Marx enfatizó que los integrantes de la sociedad se dividen en explotados y explotadores; una reflexión sociológica más cercana a nosotros, hace la división en clases alta, media y baja, pero las variantes pueden ser tantas, según el criterio que se use para la clasificación, que se habla hoy de clases medias, bajas y altas, así en plural.
En la ciudad de México las diversas clases medias, que por lo general no habían sido participativas en lo que atañe a la vida comunitaria de la urbe, de pronto se hacen visibles, se organizan con diversos motivos y ahora aparecen en las marchas, en las protestas, en las reuniones, las que en otros momentos, salvo excepciones, ni les atraían ni les interesaban.
Alguna vez, en una de estas colaboraciones a La Jornada, mencioné una ocurrencia de José Ángel Conchello, panista sui generis (que recuerdo cada vez que sé algo del senador Javier Corral), definía al homo narvartinus como un personaje que no se ocupa para nada de la vida política o social, que sale de su casa o su departamento, va a su oficina, regresa corriendo en la tarde a ver televisión, los domingos juega golf o tenis o nada (en la alberca del club) y va de fin de semana una vez al mes a Cuernavaca o a una playa de moda; hojea el periódico (agrego yo) y se informa con los noticieros de televisión.
Lo asombroso es que esa descripción tan gráfica quedó atrás, ha sido sustituida por la de ciudadanos y, en especial, ciudadanas de una clase media diferente que se distingue precisamente porque no es indiferente. Como vecino de la delegación Benito Juárez los he visto, y los he acompañado cuando me ha sido posible, participando en marchas, organizándose, exigiendo a las autoridades y en una palabra asumiéndose como pueblo soberano, conscientes de que los servidores públicos están, no para mandar y reprimir, sino para ejecutar lo que la ley ordena y escuchar lo que los ciudadanos, sus mandantes, piden o exigen, según sea el caso.
En la colonia Nápoles, en San Pedro de los Pinos y en Ciudad de los Deportes han protestado por la imposición sin consulta auténtica de los parquímetros, que se dan en concesión a empresas privadas, que cobran el uso de las calles, imponen multas y se hacen justicia por mano propia con sus arañas
, que inmovilizan a los automóviles o sus grúas que los llevan al corralón.
En Nativitas, Zacahuizco y Villa de Cortés se han enfrentando a la ruptura del pavimento de sus calles y de su tranquilidad, por cuenta de una empresa que impone el monopolio de gas con engaños y atropellos. En Mixcoac y Acacias se oponen a la tala de árboles y a la construcción de un largo túnel sobre el actual camellón de la avenida Río Mixcoac.
El precedente fue el grito de Yo soy 132
de los muchachos, sin duda de clase media alta, de la Universidad Iberoamericana, contagiado a otros estudiantes; hoy en la Benito Juárez, amas de casa, profesores universitarios, empleados, comerciantes y profesionistas se engallan, se plantan frente a los granaderos, condenan a voz en cuello el albazo oculto de la tala del camellón, consultan con expertos y piden y acuden a mesas de negociación.
Pero, ojo, no son confiados, están atentos, saben, se huelen, vislumbran, que detrás de las acciones que les molestan pueden estar negocios no claros y no será posible ni que los engañen, los compren, o los amedrenten. El Gobierno de la ciudad ha enviado buenos negociadores, que han dado la cara, pero se requiere algo más, la sociedad está escamada, porque no sería la primera vez que trataran de engañarla. La nueva clase media de la capital está viva, es exigente y participativa.