uis Cernuda, poeta universal, es a la vez un poeta de la marginalidad y es allí, en los márgenes y donde puede surgir la verdadera poesía. Me refiero a su marginalidad no sólo por su condición de homosexual y su posterior exilio, sino su propia esencia poética a través de la cual sentimos cómo ahonda en el grito y el desamparo originario que a todos nos habita. Será por eso que en su poema Como la piel, escribe:
“... que en el fondo no hay fondo
no hay nada, sino un grito,
un grito, otro deseo”.
Juan García Ponce, en su brillante ensayo El cambio del poeta: Luis Cernuda, destaca que en las etapas iniciales, en Perfil del aire, se ve con claridad la influencia estilística de Mallarmé y Valéry, como se ve con posterioridad también su inclinación por Garcilaso y más tarde por el surrealismo. El libro Donde habite el olvido marca un giro radical en la obra de Cernuda.
Habría que seguir la obra del poeta con la mirada en la deconstrucción propuesta por Jacques Derrida, el filósofo francés, quien plantea, como primera exigencia, ir al texto, al cuerpo de producción, a la materialidad como referencia y campo de investigación; en tal exigencia se expresa la demanda de romper el dictado de la voz, de la conciencia y de la noticia de verdad; representa el resquebrajamiento del logofonofalocentrismo y de la metafísica de la presencia, el desmantelamiento de todo pensar metafísico.
Para Derrida los textos sobre la página en blanco se constituyen en trazo, intervalo, función espacialmente temporalizada, archi-huella, signo en el juego del devenir. Así, el propósito y método de la deconstrucción derridiana es la deconstrucción de la metafísica tradicional, continuando el hilo conductor de los discursos antecedentes de Marx, Freud, Nietzsche y Heidegger fundamentalmente. Lo que pretende suplantar es el pensamiento, la cultura de la presencia, de la voz y del logos: del logofonofalocentrismo.
Derrida preconiza la prioridad de la escritura, no de la grafía, sobre la phoné, la “ruptura con la sumisión de la escritura, de la grafía, a la phoné (la voz), la cual habita en las cercanías de la idea, de la presencia plena del Eidos”. El signo queda inscrito en la traza o la huella; siendo así, todo se remite a la inscripción. En la concepción derridiana lo que existe es un texto previo a la grafía, plural, diseminado y la filosofía, lejos de ser un discurso lineal y expresivo dominado por el querer decir, se muestra como algo que de hecho jamás ha dejado de ser: texto o escritura que ya no se permite regir por la ley del sentido, del pensamiento y del ser, sino que se despliega en la heterogeneidad del espacio y del tiempo, en un lenguaje múltiple, diseminado.
Al respecto, García Ponce asevera:
“A partir de este libro, Cernuda tratará de encontrar la forma de su poesía en una suerte de ritmo verbal muy interno, cercano al del lenguaje hablado y que obedece a una sintaxis que determina el verso y al mismo tiempo lo rompe, haciéndole depender en gran medida de las posibilidades del encabalgamiento al abandonar la forma en que está escrito Donde habite el olvido, puede decirse que toda la obra poética de Cernuda está calificada por ese voluntariado prosaísmo que, superficialmente, parece acercar a veces su poesía a la prosa, que puede hacer pensar que su verso no es más en verdad que una prosa cortada. Sin embargo, este es el estilo que Cernuda se impone para realizar la que no podemos dejar de reconocer como la altísima manifestación de la poesía.”
En esa búsqueda de nuevo ritmo verbal no sólo encuentra un estilo propio, sino una aproximación a la escritura interna
, la posibilidad de romper con la repetición
(en el sentido sicoanalítico) y en dicho corte
entrar en contacto con el vacío, con el hueco, con la falta. Eso hace una resonancia en el lector que quizá explique por qué la poesía de Cernuda envuelve, fascina y atrapa en lo más universal e íntimo del ser.