Lo que nos dice
uele ocurrir que cuando una persona dice con los ojos cerrados lo que ya antes dijo con los ojos abiertos habla menos, es más concreta; ignoro si es porque habla más para sí misma o porque ya no le importa tanto cómo la vean, la juzguen –y sin embargo le importa que la oigan, que de verdad la oigan– los demás.
Los ojos cerrados tienden a negar la ideología y a privilegiar el pensamiento, pero un pensamiento en modo alguno desconectado de la sensibilidad, del sentir de quien (de quienes) habla (hablamos, hablan).
Hablamos, hablan
, y, sin ironía, nos hablan
. Tal el secreto de Pedro Páramo, de Spoon River Anthology.
La poesía, quién lo ignora, es la palabra de la tribu, no del individuo –o sí: la del individuo que se da cuenta de que sin tribu no sería individuo y sin individuos no seríamos tribu. ¿Hay que cerrar los ojos para ver eso? Yo digo que sí. Pero no sólo digo eso: digo que hay que cerrar lo ojos como tribu para ver lo que como grupo de tribus, en última instancia humanidad, la poesía de los otros filtra en nosotros muy a pesar de nuestras individuales o colectivas negaciones de lo otro, lo también real.
La poesía, ¿tendremos que invocar a Rimbaud?, es siempre lo otro, indestructible, real. ¿Lo real que nos destruye? Lo real que nos completa, lo real que sin acabar de definirnos nos define.
Lo único, algo tan prestigiado en la historia del arte, no es sino lo único que une, que indica, volvamos a los sesenta, que all is one.
Si all no fuera one, ¿qué sería del lenguaje, de los lenguajes?, ¿y cuál la verdadera enseñanza de la Torre de Babel?: One is all.
La identidad no se negocia; pero tampoco se fija, se petrifica. Vive y, por tanto, cambia. Mas no es cambiar lo que dona identidad, sino con sentido cambiar.
(Aquí un paréntesis. Sorprende que los destructores de imágenes estén tan encantados con sus propias imágenes destruyendo. El vacío no me parece tan inaceptable, pero ¿están dejando un vacío o llenando de otras y mucho menos trascendentes imágenes lo que parece ser su propio vacío? No lo sé, no me atrevo a juzgar, sólo a preguntar.)
La identidad jamás es contra otros, aunque a otros, seguramente menos identificados consigo mismos, les duela.
Las palabras, termino, saben más de nosotros que nosotros mismos. Nos anteceden, nos sobrevivirán. No: si bien vivido se ha, las palabras, sencillamente, nos vivirán, o vivirán a (y por) quienes en efecto han sabido vivir. De allí que algunos tengan miedo, por falta de vivencia, a su, siempre incompleta, siempre en parte basura, sobrevivencia.