ivimos en una crisis de mil caras y el gobierno, los gobiernos nada explican. ¿Qué pasó en los últimos 50 años que la nación se degradó de tal manera? ¿Qué se ha hecho en dos años para detener esa inercia? ¿Qué se hará en los próximos cuatro años para propiciar una corrección y qué proyecciones habría a futuro? A través de su gobierno un Estado acertado debería dar explicación cabal a esas opacidades. Por eso veamos:
Los que tienen edad para recordar advierten el grave deterioro muy bien. Los adultos jóvenes quizá no atinen a explicarlo, pero lo perciben con alarma, y los más jóvenes creen que así es México y se disponen a pasarla lo mejor posible en un ambiente de frustración.
Y ante la necesidad esencial de entendernos y así avenirnos a nuestras realidades, los que deben explicar callan. Cuando más, culpan al inmediato pasado de los horrores de hoy. Salud, educación, empleo, justicia, seguridad, agricultura, medio ambiente, todos los índices de un bien vivir han ido a la baja. ¿Qué pasó? ¿Cómo ser solidarios con un esfuerzo nacional si nadie explica el enigma, si nadie convoca a esforzarse orgullosos y con la frente en alto?
Si el Presidente, el gobierno y la casta política están derrumbados en respetabilidad, deben explicar qué pasó. Cuando se evade la verdad sobre las casas presidenciales y ministeriales; el tío Montiel, el amigo Moreira y García Luna siguen intocados y felices, si el gobierno del estado de México tuerce una averiguación judicial y no pasa nada, cuando Cuauhtémoc Blanco arrastra las emociones electorales en Cuernavaca, ¿quién explica qué está pasando?
Si se encuentra cadáveres por todos lados, entonces no queda más que levantar las cejas y preguntarse, ¿cómo se explica que la pobreza extrema crezca? ¿Cómo se llegó a tanta degradación? ¿Qué pasó?
Subyacen escondidas razones lacerantes que son extraordinarias para el devenir nacional que el gobierno, titular de ese deber, no devela, ni quiere discutir. La explicación necesaria de por qué caímos es indispensable. A nadie satisface una explicación ministerial, así fuera muy pulida. Es otra la explicación necesaria. Se espera la explicación política, no la judicial. Se desea la explicación del estadista que Peña quiso ser.
En medio siglo todos fuimos de alguna manera corresponsables, generaciones enteras de mexicanos. Algo no marchó y hay que evidenciarlo como primer paso de la recomposición. Hay temas extraordinarios sobre los que habría que meditar y cuya conducción sólo corresponde al propio Presidente, y que hasta hoy, muy a la vieja práctica, las calla, plegado por un complejo de herencia culpable.
Si pasaron ya dos años de gobierno y casi seis meses de la detonación de Tlatlaya, Iguala y las casas reales, y seguimos reaccionando con negar lo evidente y de actuar simulando un sosiego social que no existe, hay razón para preguntarnos: ¿ha avanzado la justicia, se cohibió a la corrupción, la educación va mejor y la economía qué? ¿Hay un gobierno promisorio?
No ha habido una política de querer refundar al país pero brillan la retórica de teleprompter y los escenarios faraónicos cotidianos y las quejas porque nadie aplaude. Mañana será tarde para Peña Nieto y en ese desfase arrastrará al país.
Los meses y años venideros serán crudos. La tenaza del Comité sobre Desapariciones Forzadas de la ONU, de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de la OEA y de los deudos acongojados de Ayotzinapa será implacable, crudelísima para México y para Peña. ¿Entonces cómo actuará?
En el marco interno para Peña Nieto esa tenaza será asfixiante hasta lo que es posible predecir. Los problemas políticos se multiplican. Nada le será ni terso ni ventajoso. Todo puede esperarse en términos de un pueblo atribulado. Al exterior, lo aguarda más y mayor desprestigio.
Se dejaron pasar dos años y estos meses sangrientos. Se dejaron pasar oportunidades de externar con serenidad y madurez de estadista qué le pasó a nuestro país y qué es lo que él hará a su favor. E imposible no cuestionar: ¿no sabe el Presidente quién es su amigo Murat? ¡¡Qué intrigante mensaje!!