Domingo 1º de febrero de 2015, p. a16
La impresión de calendarios de costumbres y tradiciones inauguró en México la era de los medios de masas en la década de 1830 y es un hito en la historia de la comunicación en el país.
El Calendario de las Señoritas Mexicanas, que editó el poeta Ignacio Rodríguez Galván al final de aquella década y en la siguiente, es un ícono de cuando la industria editorial se abría un espacio en la vida económica y cultural.
Con decenas de hojas por volumen, los calendarios se hicieron de uso común en casas y oficinas de las personas de las ciudades, primeramente, pero también en pueblos y rancherías.
Se dictaban así las modas y se difundían los conocimientos científicos y las ideas que conformaban la moral de los primeros años de la República Mexicana.
Margarita Alegría de la Colina, historiadora adscrita a la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), reunió cinco ediciones del calendario de las primeras jóvenes mexicanas (Calendario de las Señoritas Mexicanas 1838, 1839, 1841 y 1843, UAM, 2014, 95 páginas precio de lista: 210 pesos) en los que fluye el imaginario decimonónico.
“Los calendarios –escribió la investigadora– fueron editados por hombres ajenos al poder político para los más marginales de todos: el vulgo, las masas.
“La intención inicial en este tipo de publicaciones (en cuanto a presentar las series de meses y días, la posición de los astros, el santoral, las témporas, algunas efemérides, la indicación de fiestas civiles y, sobre todo, religiosas) fue cambiando conforme el siglo transcurría y el decurso histórico pedía una sociedad más enterada y crítica.
El énfasis en los calendarios transitó de vehículo de adoctrinamiento religioso a producto de consumo.
Los calendarios, primitivo medio de masas
Los calendarios eran normalmente impresos en formato de revista, pero tenían tantas páginas que más bien parecían libros y no faltó quienes se atrevieran a hacer ediciones de bolsillo para mejor aprovechamiento de la información compilada.
Contenían grabados y textos que versaban sobre novedades científicas y comerciales, fenómenos naturales y acontecimientos históricos.
Su tiraje era de miles y estaban a la venta en librerías y expendios del comercio general. También había voceadores callejeros, como ocurrió hacia finales del siglo XIX con la prensa diaria informativa, como El Noticioso de la ciudad de México. Un tipo de comerciante conocido como mercero llevaba los calendarios hasta las profundidades de la vida rural.
Estas publicaciones, cuyos antecedentes se trazan hasta la década de 1810, fueron también significativas en la formación de la conciencia y la identidad nacional, escribió la investigadora. El Calendario de las Señoritas Mexicanas fue especialmente relevante para generar una primera identidad femenina nacional.
Mariano Galván Rivera, tío de Ignacio Rodríguez Galván, fue el impresor de los calendarios de señoritas reunidos por la investigadora de la UAM, los de 1838, 1839, 1840, 1841 y 1843, todos ellos reproducidos en un disco compacto que acompaña el libro.
Galván Rivera imprimió calendarios con otras temáticas y entre ellos sobresale el Calendario del más Antiguo Galván, que tuvo como rival al impreso de Octaviano Galván –sin relación familiar– Calendario del más Moderno Galván.
El formato de calendario, primitivo medio de masas, sirvió de preámbulo a la primera ola de la prensa mexicana, aquellos periódicos y semanarios de opinión y combate político, como El Fénix de la Libertad, que se abrían un resquicio en la escena pública entre balaceras y golpes de Estado, exilios y confiscación de imprentas.
Un siglo después de esa epopeya, a finales de la década de 1930, otro significativo fenómeno de comunicación de masas ocurre en México: el cine de oro, que promovió la identidad nacional y tuvo una función geopolítica y propagandística.
Aportes a la historia de la comunicación en México
Una investigación de Francisco Peredo Castro, académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), revela los acuerdos que adoptaron los gobiernos de México y Estados Unidos, a iniciativa de éste, para que las empresas de Hollywood colaboraran con los estudios cinematográficos mexicanos y orientaran las temáticas y los mensajes en un ejercicio de propaganda antifascista y antinazi, ya en plena década de 1940.
El libro de Peredo Castro (Cine y propaganda para Latinoamérica, UNAM, 2014, 526 páginas, precio de lista: 250 pesos) alcanzó su segunda edición y es presentado con más fotografías, más datos y un muy útil índice analítico.
Los hallazgos de Peredo Castro en archivos de México y Estados Unidos no dejan duda de que el meteórico ascenso del cine mexicano en América Latina recibió un impulso cualitativo desde la Casa Blanca en tiempos de Franklin Delano Roosevelt, pero la fuerza se extinguió una vez terminado el capítulo de la Segunda Guerra Mundial. Los intereses de Washington y de los moguls de Hollywood se desplazaron a otra lucha ideológica, la de la guerra fría. La cinematografía nacional tomó entonces su propio rumbo, sembrando un gran precedente de éxito en este arte y en la proyección de la imagen de México ante el mundo.
En la aceptación que consiguió el cine mexicano, escribió Peredo Castro, “influyó de manera determinante la afinidad cultural de México con el resto de las repúblicas latinoamericanas, pues posibilitó el éxito en la región de lo que en la correspondencia diplomática se denominó el mexican flavor, ese sentido de la mexicanidad que nunca pudo definirse, pero que tampoco Hollywood pudo nunca recrear”.
Los libros de Margarita Alegría de la Colina y Francisco Peredo Castro están escritos en una prosa que invita a leer y a saber más sobre la historia de la comunicación en México. Curiosamente coinciden en mirar hacia los dos momentos determinantes de la formación de la identidad nacional mexicana, primero con la Independencia y después con la Revolución.