Opinión
Ver día anteriorViernes 30 de enero de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ya todo lo que necesita el EI es una aerolínea
P

or trágico que sea el final, el extraño intercambio de prisioneros –de una fallida atacante suicida, un piloto de la fuerza aérea y un periodista– tiene un solo propósito para el Isis: admisión de que el Estado Islámico existe y de que las naciones extranjeras reconocen su poder.

No había más que escuchar a los reporteros hablar en las horas pasadas del Estado Islámico –sin anteponer el usual llamado– para darnos cuenta de que estamos aceptando el califato como una nación viable, aunque ilegítima, sin detenernos a pensar en las consecuencias. Olvidemos la demanda original de dinero, porque un rey jordano y un viceministro japonés del exterior tienen más de mil millones de dólares. Al acceder a negociar sobre los rehenes, han dado el imprimátur al Estado Islámico.

El otoño pasado, el Estado presentó su propia moneda. Ahora habla con otras naciones soberanas, aunque sea a través de intermediarios. Pronto, sin duda, podemos esperar que el Isis cuente con otro aditamento necesario del Estado moderno: una aerolínea. Entonces ya sólo tiene que esperar a que Occidente identifique a los moderados del Estado Islámico… y supongo que todos podremos ir a charlar con el califa Bagdadi en persona.

Claro está que hay un ángulo jordano en todo esto. Los súbditos musulmanes sunitas del rey Abdalá jamás han sido muy entusiastas en secundar la guerra de Occidente contra el Estado Islámico sunita, y muchos jordanos –en especial la mayoría palestina– no ven razón para que militares de su país traten de destruir la ocupación de partes de Siria e Irak por el Isis cuando existe otra ocupación extranjera bastante más cerca de Ammán. Cuando el padre de Muath Kasaesbeh llamó al Estado Islámico a liberar a su hijo –otro regalo de reconocimiento al Isis–, el rey no estuvo en posición de rechazarlo. Además, casi todas las naciones occidentales han hecho contacto, aunque sea leve, con el Estado Islámico. Los británicos, según funcionarios árabes, han enviado mensajes en el pasado a los chicos en Raqqa vía un intermediario iraquí. Los franceses también. Decir no tengo tratos con terroristas o no recompenso a terroristas es una tontería. Israel ha mascullado estas palabras mil veces y sin embargo ha liberado a miles de prisioneros a cambio de soldados israelíes capturados o muertos.

Pero un territorio soberano significa mucho en política; por eso el Estado Islámico quiere liberar a una atacante suicida que no sólo era miembro de su (supuesta) enemiga Al Qaeda, y no sólo un fracaso –el marido de ella se hizo estallar y mató a 60 inocentes, ella no–, ¡sino además mujer! ¿Vamos a creer, encima de todo, que una institución que ha asesinado a miles de prisioneros –soldados iraquíes, soldados sirios, musulmanes chiítas, cristianos, yizadíes e incluso mujeres esclavizadas– se preocupa en realidad por una sola vida humana? Pero el territorio soberano tiene también un significado para Hezbolá.

Hay docenas de informes sobre los cohetes que mataron a dos soldados israelíes en la frontera israelí este miércoles, pero eso es falso. Los soldados fueron atacados dentro de la frontera de los Altos del Golán ocupados por Israel o, si uno cree a los viejos mapas del mandato francés, dentro de territorio libanés, que ha estado ocupado desde 1973. La anexión israelí del Golán conforme a leyes israelíes no significa nada, puesto que el mundo no la acepta. Así pues, cuando Hezbolá anunció que la muerte de los dos soldados fue una represalia por el ataque con drones a fuerzas suyas e iraníes en Siria, hace 11 días, eligió cobrar venganza contra personal militar israelí que no estaba dentro de Israel.

Es una precisión menor, pero tanto Hezbolá como Israel la entienden. Las fronteras son importantes, y por eso uno de los primeros actos del Estado Islámico fue destruir los terraplenes a lo largo de la frontera del pacto Sykes-Picot, que separa Siria de Irak. El teniente Kasaesbeh, la suicida fallida Sajida Rishawi y el periodista Kenji Goto –se den cuenta o no– son parte de este nuevo trazado de fronteras.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya