a en varias ocasiones he dado noticia en este espacio de las espléndidas sesiones de jazz que se llevan a cabo en la Sala Telefónica del Centro Cultural Roberto Cantoral.
Creo recordar que en alguna ocasión comenté también mi deseo de escuchar en ese interesante espacio un concierto ciento por ciento acústico, en el entendido de que: a) las tocadas de jazz han sido, todas, amplificadas, en general con buenos resultados sonoros, y b) quienes habían tenido la ocasión de escuchar ahí conciertos unplugged me informaban de las apreciables cualidades acústicas de la sala.
Hace unos días se me presentó la oportunidad de realizar la esperada audición, con el múltiple atractivo añadido de que se ofreció ahí un concierto con cuatro estrenos absolutos, de cuatro obras por encargo, de cuatro compositores mexicanos vivos, escritas sobre textos de cuatro grandes poetas mexicanos. Las respectivas parejas de este sugerente proyecto poético-musical estuvieron formadas por Arturo Márquez y Efraín Huerta; Javier Álvarez y Rubén Bonifaz Nuño; Eduardo Angulo y José Revueltas; Samuel Zyman y Octavio Paz.
Una primera virtud importante del proyecto es que el encargo designó como acompañamiento para las voces la parca dotación del Ensamble Tamayo: clarinete, violín, violoncello y piano; hay que seguir machacando ad nauseam la idea de que no hay voz humana que pueda contra una orquesta, del tamaño que sea, y que si de música cantada se trata, la inteligibilidad del texto es (debiera ser) primordial.
Para hacerse cargo de cantar los poemas, fueron convocadas las sólidas voces de Irasema Terrazas, Guillermo Ruiz y Gilberto Amaro, todos de buen rendimiento a lo largo de la sesión, en particular la experimentada soprano mexicana, que cantó en las piezas de Álvarez y Zyman.
La audición de este cuarteto de obras mexicanas de estreno tuvo como su principal atractivo la posibilidad de encontrar en cada una de las cuatro obras una expresión absolutamente coherente con el estilo de cada uno de los cuatro compositores y, a la vez, contrastar cuatro lenguajes que no podían ser más distintos.
Sin duda, la composición más propositiva y actualizada en su lenguaje fue Un tiempo detenido, de Javier Álvarez, partitura de una gran energía interna, de texturas compactas, a veces hiperactivas pero sin perder nunca la claridad de las ideas, y sin concesiones facilistas en el campo de lo melódico y lo armónico.
A su vez, Cocodrilos en mi huerta, de Arturo Márquez, permitió por un lado apreciar un lenguaje de cualidades muy personales y, a la vez, cercano a las fuentes populares que ha estado explorando en muchas de sus obras recientes; y por el otro, apreciar su toma de posición política al elegir como uno de sus textos el desgarrador poema ¡Mi país, oh mi país!, que pareciera haber sido escrito por Huerta durante estos últimos meses.
Como es su costumbre, Eduardo Angulo ofreció en Soy un sueño una partitura de un hábil y eficaz artesanado, de cualidades melódicas y armónicas cimentadas en la tradición y, a diferencia de las tres obras de sus colegas, presentada con una intencionalidad teatral particular, que sirvió para añadir otra dimensión tanto a su música como al poema de Revueltas.
El programa cerró con Viento, agua, piedra, de Samuel Zyman, una obra en la que, una vez más, el compositor sustenta su discurso en un cimiento estructural de una solidez impecable, de una lógica absoluta.
Aquí, Zyman aprovecha la singular construcción del texto de Paz para reforzar sus cualidades constructivas con el discurso musical, logrando un todo de gran coherencia, articulado en el estilo de referencias neoclásicas que le es propio.
En suma, un concierto realmente muy ilustrativo por la variedad y el contraste de su oferta poético-musical, y sobre todo por ofrecer cuatro estrenos mexicanos. La pregunta de siempre: ¿cuándo volverán a escucharse estas obras recién dadas a luz?
A manera de colofón, consigno aquí el hecho de que este interesante concierto en la Sala Telefónica significó la clausura del tercer Festival Artístico de Otoño. Ojalá que con este tipo de programas se vaya calentando
la sala en el proceso de ampliar el rango de su oferta musical.