ay varias señales de fondo y de forma en la ráfaga de anuncios del miércoles sobre las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
La primera fue que ambos lados debían primero recuperar a sus presos. Los dos gobiernos ya habían recurrido a la práctica de canjes de la guerra fría. Decisiones unilaterales y recíprocas culminaron en 1979 con las liberaciones de cuatro nacionalistas puertorriqueños en Estados Unidos y cuatro estadunidenses detenidos en Cuba.
Pero en esa ocasión todo fue de manera oblicua. Esta vez hubo un pacto claro, directo y explícito.
Una segunda señal fue que este deshielo no se produjo en forma gradual y ascendente, como sugerían escenarios dibujados durante años.
“Se había probado que otras estrategias de negociación, como el paso a paso, o el quid pro quo, aunque defendidas por muchos, nunca habían funcionado”, me dijo el académico cubano Rafael Hernández, especialista en el tema.
Obama aprendió esa lección y lo hizo como recomendaba Maquiavelo: sin anunciar nada, de un golpe, incluyéndolo todo (lo que estaba en su dominio), que ha resultado ser muchísimo, desde normalizar relaciones hasta autorizar viajes y tarjetas de crédito
, agregó Hernández y recordó que Raúl Castro desde hace tiempo estaba abierto al acuerdo.
Queda pendiente una pieza estructural y compleja del conflicto: la ley estadunidense Helms-Burton, que reúne el paquete de represalias económicas y condiciona las relaciones a que haya un gobierno de transición
en la isla.
No parece que el Congreso estadunidense quiera derogar esa ley ahora, ni que Obama esté en condiciones de negociar nada para obtenerlo.
Pero el plan de Obama relaja en gran medida la coerción contra la isla, sin tener que esperar el cambio legislativo. Entre otras implicaciones, abre la puerta a la negociación a tres bandas (Cuba, Estados Unidos y México) de la riqueza petrolera en aguas comunes.
Igual que para la Casa Blanca, para La Habana actuar ahora
es relevante. El valor del tiempo es otra señal sumergida en la vorágine de este miércoles.
Obama lo hizo ahora, que no tiene nada que perder. Su costo político interno es restringido y conocido, mientras en el exterior todos son parabienes. Además, ni él ni Castro han renunciado a declarar sus divergencias. Más aún: el presidente estadunidense acepta que el bloqueo no sirvió para derrocar al gobierno cubano y buscará sus fines por otros medios.
Raúl Castro cierra el ciclo que inició hace más de medio siglo con su hermano Fidel, ambos en el ocaso de sus vidas. Según su propio anuncio, el primero dejará el liderazgo en 2018. El segundo está apartado de cargos públicos por enfermedad.
No dejaron a las nuevas generaciones la negociación más importante que pudieran haber hecho desde que tomaron el poder en 1959. Los futuros gobernantes cubanos ya tienen el primer tramo recorrido, con la firma de los líderes históricos.
Otra señal clara, aunque ya perfilada con abundancia de datos: Miami no tiene la llave de los truenos
de la política hacia Cuba, recordó Hernández. La lección de hoy es que los desafíos en la región y en el mundo son tanto que ya el de Cuba ha perdido peso
.
Los discursos duros e inamovibles en ambos lados del Estrecho de la Florida quedan corroídos por el realismo.
Por supuesto, quedan pendientes para el mañana. El editor de la revista bilingüe cubano-estadunidense Progreso Semanal, Manuel Ramy, me hizo notar que no hay una apertura completa de viajes, sino una ampliación de licencias, lo cual pasa por la interpretación de la oficina del Tesoro, encargado de otorgar a discreción esos permisos, donde se atrinchera la vieja guardia
.
Para el gobierno de Raúl y para el que le suceda queda una agenda bilateral nutrida. El reto de tripular una situación desconocida para generaciones enteras, con embajadas, transacciones y flujo de personas que no han existido en más de 50 años.
Queda también la interrogante de si este paso de gran hondura histórica será también un impulso para la reforma económica en la isla y para las demandas de la apertura de espacios (civiles, laborales, productivos) que reclama la población.
* Corresponsal de La Jornada en Cuba de 2001 a 2013