a Guerra Civil española le enseñó a José Bergamín que se puede y se debe hacer cultura en medio del desastre. Publicó la revista Cruz y raya mientras el dictador Francisco Franco fusilaba maestros, alumnos y escuelas como cualquier talibán. Uno de los gritos de combate de esos golpistas fue muera la inteligencia
. El del poeta Bergamín publicar cuentos y un puñado de poemas para contrarrestar el horror de los heraldos negros.
La Segunda Guerra Mundial confirmó a los dueños del dinero que la inversión más segura en tiempos de penuria era el mercado del arte. Si los nazis saqueaban museos, en Nueva York las galerías empezaron a imponer sus reglas. Importaba la calidad estética de las obras pero sobre todo que los artistas imitaran la producción de sus cuadros más vendidos. Esa tendencia se incrementó con los años.
Ahora la revolución digital de nuestros días está haciendo lo que no pudo la guerra: que la industria editorial haya disminuido sus estándares de calidad con tal de permanecer en el mercado.
Parece que cada vez importa menos qué se vende en términos de calidad y más que sólo se venda.
Hace algunos años acercarse a un sello editorial era garantía de encontrar una buena novela, un libro de cuentos interesantes, una plaqueta de poemas que valía la pena leer.
Ahora no siempre es así. A las editoriales públicas 300 erratas en libros de texto les parecen pocas y las novedades (que en realidad poco nuevo tienen que ofrecer) han desplazado a libros clásicos que por su calidad literaria deberían ser material permanente de cualquier librería.
Hace unos días me sorprendió no encontrar en librerías Los periodistas de Vicente Leñero. En un país donde la carrera de periodismo y comunicación es una de las más demandadas la ausencia de ese libro que debería ser de texto para esas carreras sólo me confirmó cómo el mercado de novedades ha desplazado a textos importantes.
Y digo libros de novedades y no bestsellers porque no son lo mismo. Los bestsellers son libros hechos y planeados para su venta masiva y los de novedades sólo viven de la coyuntura. Sea el Centenario de la Independencia o las biografías de los capos.
No es malo que existan unos y otros. Lo malo es que desplacen a libros como Noticias del Imperio de Fernando del Paso, El Libro del desasosiego de Fernando Pessoa (después de una década ahora por fortuna existen tres ediciones) o Los periodistas de Leñero.
No es un pecado pensar que los problemas de lectura en México se deban a ese avasallamiento del mercado que ha influido incluso a editoriales públicas. No me extrañaría que algún funcionario despistado decida hacer por ejemplo una colección de crónicas restauranteras en vez de rescatar a autores como Vicente Leñero. Si los editores privados no lo reeditan, ¿por qué los públicos tampoco?
Hace algunos días le comenté a Néstor García Canclini en el marco del Seminario permanente Las ciencias y las tecnologías en México en el siglo XXI
que me daba la impresión que pese a las encuestas de lectura se conocía poco lo que ocurría en este rubro en nuestro país.
Las encuestas nacionales de lectura, me dijo, sólo investigan cuánto se lee en papel, pero no registran qué pasa con la lectura digital, ni cómo se lee.
–Es la época en la que más se lee, según yo, y en la que más se escribe aunque sea en prosa tartamuda.
–Pienso lo mismo y justamente lo que estamos viendo ahora es la lectura junto con la escritura. Hay estudios que nos han dejado muy mal colocados. En México por ejemplo, en un ranking internacional estamos en los últimos lugares de graduación de la lectura. Pero la encuesta española de Pisa que está muy bien hecha dice: más que estudiar la lectura habría que estudiar las competencias lectoras, lo cual incorpora para qué se lee, porque no se lee sólo libros y revistas en la escuela, en la casa, también se lee en el transporte, en el consultorio médico mientras esperamos que nos atiendan, en muchísimos espacios y escenas sociales; y por supuesto hay millones de mexicanos que pasamos muchas horas del día leyendo y escribiendo en pantalla, y eso no está computado, ni estudiado.
Finalmente –dice Garcia Canclini– no es tan decisivo que la lectura sea en papel o en pantalla, lo importante es ¿cuánto se lee?, ¿para qué?, ¿cómo nos relacionamos intertextualmente con la variedad enorme de textos? Por eso preguntas como las que llevan a establecer que 2.9 libros es lo que lee en promedio un mexicano, no dicen nada: ¿Por qué leyeron los libros completos? ¿Qué más leyeron? ¿Para qué? De hecho, en relación con los periódicos conozco la experiencia de muchos profesores, alumnos y no universitarios que leemos hoy más diarios y revistas que en el pasado... Quizá no leemos con la prolijidad de otras épocas la totalidad del periódico, pero vemos muchas más opiniones, una información internacional más compleja, podemos entrar de muchas maneras a la información y volvernos más competentes como ciudadanos.
–Pero sí tenemos en México un problema de lectura.
–Sí.
Hace unos días en un conversatorio con Natalia González, Martha Rivero, Jorge Gutiérrez y Jesús Carmona sobre la obra de Octavio Paz, este último me regaló una verdad de oro: no pueden promover la lectura quienes no leen, no deben implementar políticas públicas de lectura lectores precarios.
En estos tiempos de penuria nos conviene fomentar la lectura por su poder de memoria e imaginación. Y hacerlo en serio. Ojalá.