En la tercera corrida, siete mansos de Marrón y uno de Campo Real con buen estilo
Macías, sin suerte, también regaló
Tres horas y media para ver algo de tauromaquia
de salón, recibió dos orejas en la corrida de la tarde de ayer en la Plaza MéxicoFoto Cuartoscuro
Lunes 10 de noviembre de 2014, p. a39
¿Y por esta basura todavía nos cobran? ¿A quién culpar por una fiesta brava sin bravura? ¿Lo va a poner en su periódico?
, preguntó molesta una aficionada de mediana edad al final de la maratónica tercera corrida en la Plaza México.
Y le sobraba razón, pues en el país los motivos de indignación se multiplican, no sólo en las autorreguladas plazas de toros sino en las calles, repletas de ciudadanos agraviados por tanta, tanta ineptitud de parte del poder y de los poderosos.
A la dama le faltó preguntar que en materia de toros quién contrata a quién, por qué motivos, con qué argumentos, tomando en cuenta qué y con cuáles beneficios, pero si en sólo tres tardes ya-se-han-cortado-siete-orejas, la temporada grande
va viento en popa, dirán los positivos falsos, pues el abaratamiento de premios en la otrora prestigiada plaza cada tarde rompe su propio récord.
Se lidiaron-padecieron siete reses de la ganadería de Marrón, disparejas de presentación, mansas, débiles y deslucidas, que mal tomaron una vara de trámite y llegaron a la muleta con un comportamiento harto descastado: pasaban y pasaban delante de la muleta pero sin que pasara nada en el tendido, que es donde se avala o desaprueba lo que sucede en el ruedo. Pero amiguismo mata espectáculo.
El tercer espada en el cartel, Arturo Saldívar, con un concepto muy claro de la lidia en la cabeza y uno de los toreros jóvenes peor valorados por las empresas de aquí y de allá –escoja el país–, no obstante sus significativas actuaciones en México y España en los años recientes, anduvo eficaz con su deslucido primero, desde los suaves doblones de inicio, hasta que la gente le recordó que la lidia es de dos, no sólo de un torero decidido. Escuchó un aviso.
Con su segundo toro, Machete –aguas con ese nombre–, casi tan manso como sus hermanos, Saldívar confirmó el magnífico torero que es y la gran figura que está llamada a ser, para contrariedad de los hispanópatas. Con la muleta plegada en la zurda citó en los medios y al llegar el toro a jurisdicción, la desplegó en preciso muletazo que ligó con un ceñido cambiado por la espalda. Luego vinieron despaciosas tandas con la diestra, antes por la falta de fuerza que por el exceso de temple. Como el toro tuvo cierta transmisión sin dejar de ser un manso voluntarioso, Saldívar desplegó entonces su gran sentido de las distancias y su presentación de la muleta, aprovechando la fijeza, más que la codicia del astado. Dejó una estocada entera algo trasera para recibir las dos orejas.
No faltaron los mexhincados a los que pareció excesiva la premiación, pero fueron los mismos que la tarde anterior aplaudieron las dos orejas a un precavido Castella por su faena a un toro de La Estancia, infinitamente superior en su comportamiento. Pero el miércoles vamos todos a Bogotá a defender los puestos de los ases europeos allí, no de los sudacas en su propia tierra, ¿eh?
Alejandro Talavante ha mejorado mucho con el capote afinando su temple y expresión, ya sin barroquismos y con más naturalidad. Consciente de que un cuarto de plaza bastaba para el toro de regalo, obsequió uno de Campo Real, con trapío, pero al que apenas se le señaló el puyazo con tal de no rogarle
los muletazos. Fue una faena de salón
, por la suavidad de la embestida y el sitio del torero, que lleva 38 tardes este año. No obstante haberle dejado dentro un par de tandas al noble animal, un pinchazo y una estocada trasera, también recibió dos orejas cuando una bastaba, pero no tiene la culpa el indio…
El primer espada, Arturo Macías, con la disposición y afición de siempre, sigue imaginativo con el percal, pero no logra diferenciar el tener sitio del saber arrebatarse, es decir, salirse de la faena correcta y remontar con su entrega la falta de transmisión de sus toros. Tres marronadas enfrentó ayer –el de regalo con más trapío que su anovillado y protestado segundo– y no obstante gaoneras de mano alta y otros quites más lucidos, salió de la plaza por su propio pie.