n la esquina de las avenidas Venustiano Carranza y 20 de Noviembre, se levanta un primoroso templo en estilo barroco. Las fachadas, una en cada calle, están recubiertas de tezontle exquisitamente colocado en forma de petatillo. Elegante cantera gris plata ornamenta las portadas, que lucen columnas estriadas y decoración vegetal. El plato fuerte son sendos nichos que custodian a San Bernardo, a quien está dedicado el templo y una Guadalupana, ambos de tamaño natural, finamente esculpidos en alabastro dorado.
Antiguamente las dos fachadas constituían una misma, que daba a la llamada calle de la Perla, que se amplió en los años 30 del siglo XX para convertirla en la avenida que desemboca en el Zócalo. Para salvar la bella construcción barroca se desmanteló la fachada que daba a esa vía, piedra por piedra y se recolocó magistralmente, ya que no se distingue ninguna alteración. Construido por el arquitecto Juan Zepeda en el siglo XVII, antiguamente era parte de un convento de monjas concepcionistas, que fue destruído como efecto de las leyes de desamortización de los bienes religiosos.
El templo perdió todas las bellezas barrocas que lo adornaban en el interior; unicamente conserva un bello púlpito del siglo XIX. Aquí se venera a San Expedito, el patrono de las causas urgentes. El recinto está muy bien cuidado por sus custodios, los padres agustinos, quienes ocasionalmente organizan conciertos.
Alguna vez platicamos que el convento lo fundaron tres hermanas de un rico caballero que funcionó como patrono y dos monjas del convento de Regina Coelli. La primera piedra se puso el 24 de junio de 1624, pero al poco tiempo falleció el benefactor. Muy avezadas las religiosas rápidamente consiguieron la ayuda del noble cantabro José de Retes Largache Salazar, quien concluyó la construcción con la tremenda cantidad de 80 mil pesos, que era un quinto de su caudal. El generoso varón seguramente afirmó, ¡que no se vea miseria!
, pues además decidió ampliar la iglesia, para lo que adquirió y demolió la casa contigua.
El cantabro murió antes de que se concluyera la obra; los hijos se conmovieron y dieron otros 60 mil pesos. Con ello el 18 de junio de 1690 se logró terminar por completo el nuevo convento con su templo; unos días más tarde fue dedicado con grandes fiestas. Casi un siglo después ambas construcciones requirieron de reparaciones, debido a hundimientos y temblores. Por esa razón en 1777 se repitió la dedicación. Las monjas eran famosas por su buena cocina en la que sobresalían los dulces, biscochos y tostadas para enfermos.
Aprovechemos para recordar la historia de esta amplia avenida donde se encuentra el templo de San Bernardo. La idea de su creación surgió alrededor de 1936, con motivo de la conmemoración del vigésimo sexto aniversario del inicio de la Revolución mexicana. Conecta la calzada de Tlalpan a la altura de la Plaza de Tlaxcoaque en dirección sur a norte, con la monumental Plaza de la Constitución. Su ubicación proporciona un extraordinario eje visual del Zócalo, con el remate soberbio de la Catedral Metropolitana. Constituye una puerta de entrada de la zona sur de la ciudad al Centro Histórico. Para realizar el proyecto se demolieron algunos edificios de valor histórico, que databan del periodo virreinal, mientras que otros fueron reducidos en dimensión como el mencionado templo de San Bernardo y el palacio de los Condes de la Cortina; por fortuna varios otros se conservaron intactos. La flamante vía estrenó edificios de estilo denomi-nado “neocolonial y se remo-delaron algunos de la época porfirista, como el afrancesado Palacio de Hierro. Así, la avenida 20 de Noviembre es un muestrario de estilos arquitectónicos que nos hablan de la historia de la ciudad.
Y ya que andamos por el Zócalo vamos a Puro Corazón, que ocupa la terraza del piso 6 del edificio de Monte de Piedad 11. Admirando la majestuosa plaza podemos saborear comida mexicana casera.