Ayotzinapa
L
a lengua se te haga chicharrón
. Así sintetizo los mensajes que he recibido como contestación al temor que expresé en la pasada columneta de que el simple paso del tiempo, el natural agotamiento y desgaste de todo tipo inevitablemente terminaran por transformar el dolor, el duelo, la rabia, en rencor pasivo, en una frustrante resignación. En palabras tan claras como dolorosas, que Ayotzinapa corriera el mismo destino que la guardería ABC. Que las fosas de San Fernando, donde un destacamento de invasores centroamericanos que osaron profanar con sus plantas nuestro suelo encontraron merecido castigo. Que la presa Padrés, que dio al agua comunitaria su verdadero sentido: ser privilegio de clase. O que la tumba colectiva en que Larrea convirtió, por su criminal ambición, los socavones de Pasta de Conchos.
Prototipo del mal fario, me califican unas queridas paisanitas por pensamientos tan negros como los arriba enunciados. Ellas están convencidas de que me propongo permanentemente fatigar el apocalipsis: Ayotzinapa –me dicen con verdadera convicción– jamás caerá en el olvido. Eso depende de ustedes y de muchos como ustedes… PERO (las conjunciones adversativas muy pesadas merecen mayúscula), ¿ustedes recuerdan un trending topic de hace casi exactamente 30 años (cuando los trending topics eran conocidos como radio bemba, voz de la calle, chismorreo) que se refería a un incidente acaecido en San Juan Ixhuatepec, Tlanepantla, el 19 de noviembre de 1984? Allí murieron más de 600 personas y se reportaron miles de heridos. Aparte de los más crueles gracejos concebidos en este país y de los que, como siempre, Monsi fue inevitable cronista, ha sucedido algo más en 30 años? Con antecedentes tales, ¿tengo una mínima justificación para mis hórridas predicciones? Pero además, con azoro, veo surgir desde las más acreditadas alcantarillas del conservadurismo ominosas expresiones que me llevan a temer una infame embestida mediática destinada a virtualizar lo acontecido en Iguala. La estrategia no es en lo absoluto novedosa. Recuérdese el más deplorable libelo de los últimos tiempos: El Móndrigo, folletín anónimo que inútilmente pretendió cambiar la realidad de 1968. La táctica es la misma: de entrada, ante la dimensión del problema, es imprescindible mostrar comprensión, indignación, solidaridad. Luego, ya con esa cubierta, el siguiente paso es deslizar algunas pequeñas dudas, interrogantes que no cuestionen el fondo del reclamo, sino ratifiquen, con su imparcialidad y rigor, la buena fe. Poco a poco, sin embargo, en aras de la verdad, que siempre fortalece las denuncias y los reclamos, se van, con asombro y hasta dolencia, mostrando algunas inevitables incongruencias en las versiones de las supuestas víctimas. Faltas a la verdad, intolerables para un informador veraz e independiente. Y el gran final: desgarre de vestimentas, ayes de dolor profundo
y crujir de dientes
. Después de la contrición por haber sido crédulos se culmina con el reclamo y la condena, y se previene al mundo para no caer en futuras engañifas de estos súcubos e íncubos enemigos de las instituciones y de la buena fe. ¿Exagero? Me encontré un articulito de esos que presumen una información privilegiada. ¡Claro! Como que son redactados conforme a los informes de las corporaciones policiacas o los organismos de inteligencia públicos o privados. Les presento uno que ejemplifica a la perfección mi aventurada conjetura. Consta apenas de 44 renglones. Vamos a ver hasta dónde me da el espacio para analizarlo. Nótese que en esas breves líneas se evidencian prejuicios, se machacan sibilinamente algunas ideas y se repiten con insistencia ciertas palabras. (¿Pobreza del lenguaje? En lo absoluto. Aplicación de ciertas prácticas del maestro Goebbels: repetir una mentira hasta que permee en las mentes de los receptores y surja la duda. ¿Qué no quedamos que la duda es uno de los nombres de la inteligencia?
También en el escrito se contradicen actitudes: se confiesa ignorar cosas obvias, las que además se sobredimensionan, y se afirma conocer otras totalmente imposibles de comprobar. Queda a la vista de quienes no requieran más de tres docenas de dioptrías la verdadera intención del escrito con el que, por supuesto, se ratifica una permanente vocación de posicionarse, antes que ningún otro acridio,
como primer condotiero del conservadurismo de Pedro El Ermitaño.
Párrafos 1 y 2: “No es común que los normalistas de Ayotzinapa se trasladen a Iguala. Por eso los igualtecos se extrañaron de verlos….” Mamá, mamá, en la plaza vimos unos extrañísimos seres que a leguas se ve que no son de por aquí, informó la pequeña Eduviges. Métete de inmediato y atranca la puerta. Deben ser del pérfido reino de Ayotzinapa. Mira cómo visten y calzan, y viajan en unos vehículos desconocidos, contestó doña Eduviges madre. Nótese que el no es común
equivale a no es frecuente. O séase: si llegan de tan lejos, alguna mala intención traerán, porque perdidos no andan. (¿Y el GPS, papá?) “Los ayotzinapos –así los llaman– llegan con frecuencia a realizar manifestaciones y plantones, secuestran autobuses y pintarrajean casas particulares y edificios públicos”. Han pasado cuatro renglones, 42 palabras, y hasta para el ET más tonto del universo queda claro que los ayotzinapos, les haiga ido como les haiga ido,
se lo merecían. La descripción inicial los condena por anticipado. La respuesta de los agredidos, por desorbitada que parezca, ya nace con un principio de justificación: la defensa propia. Los normalistas son delincuentes con todas las agravantes: premeditación (se prepararon para un viaje ex profeso de 102 kilómetros más de lo habitual. Dato textual del topógrafo que elaboró el artículo). La reincidencia está clara: Con frecuencia
, constantemente
(bloquean la Autopista del Sol), (…) “el botín es siempre mayor en la capital…” Botín, además de un tipo de calzado, significa despojo, conjunto de bienes o cosas robadas. O sea, no se confunda nadie. Los ayotzinapos no son serviciales boy scouts, son gamberros, malandrines, rebeldes sin causa (¿sin causa?) Llevamos apenas dos párrafos, nueve renglones y una palabra.
Párrafo 3: Tampoco es común que los normalistas realicen movilizaciones de noche
. (Se dan dos posibles razones: primera, los normalistas le tienen temor enfermizo a los vampiros. Segunda, están tomando píldoras cubanas contra el sonambulismo que han resultado buenísimas). “Usualmente hacen su trabajo –marchas, pintas, plantones, boteo– durante el día”. Recuérdese que estas actividades ya fueron mencionadas en el primer párrafo, pero aquí ya se les llama trabajo
, cuya connotación es muy diferente: a eso se dedican y por eso les pagan. Por la tarde regresan a Ayotzinapa
. (Nacos que son, bien podían quedarse en un spa de las inmediaciones). Luego, con una precisión impresionante, el relato continúa y nos hace saber que el 26 de septiembre llegó a Iguala un numeroso contingente de estudiantes de primer grado (todos mostraron su credencial de novatos antes de subir al camión). Los chicos, todos muy jóvenes, iban calzados con huaraches, ya que el Comité (así entrecomillado y con mayúscula. ¿No habrá querido decir el relator Komitern?) les ordena usar huaraches y no tenis, porque el aspecto de pobres aumenta las donaciones
. Oye, estúpido de Melquiades, quítate tus Gucci y tu Sebastián, guarda los Ferragamo. Los idiotas de la tercera fila, ¿a dónde creen que van con los Hermes o los Salomon, Lacoste? ¿Quieren que los confundan con Brad Pitt y en vez de donaciones les pidan autógrafos?
Aunque no lo crean, todas estas infamias y, peor aún, estupideces fueron expuestas en apenas la mitad de los 44 renglones anunciados. Si el hígado resiste, terminaremos luego e identificarán fácilmente al delator.
No concibo a un senador de origen universitario apoyando la relección de Raúl Plascencia Villanueva.
Twitter: @ortiztejeda