eí La enfermedad como metáfora porque me interesaba saber qué decía al respecto la autora, Susan Sontag, a quien desde que la leí por primera vez he considerado de una mente tan lúcida y tan sólida que he procurado seguirla, al menos la parte más accesible para mí de su trabajo ensayístico. (La he supuesto demasiado inteligente, racional y culta para ser una buena narradora, de ahí que no me haya ocupado de sus novelas.) Y aunque el ensayo que digo me confirmó las apreciaciones de lucidez y solidez que me transmite la lectura de su trabajo, a la vez me llevó a preguntarme de qué habría muerto ella pues, mientras que, según el informado, claro y ágil desarrollo que hace del tema, parece conocerlo desde dentro, el desapego con que lo expone me da la impresión contraria, de que lo conoce, sin duda, pero como puede conocerlo un científico, un investigador perspicaz o un interesado pensador, pero no alguien afectado por la enfermedad en la que la escritora basa su exposición, que es el cáncer.
De modo que apenas cerré la tapa del libro empecé a buscar ya fuera la autobiografía de Sontag o, por si ésta no existiera, una biografía que me revelara la incógnita de la causa de la muerte a los 71 años de esta gran intelectual estadunidense, muerta a finales de 2004 en un hospital de su país. (La vi de cerca en una cena en casa de Silvia Lemus y Carlos Fuentes en San Jerónimo, no recuerdo en ocasión de qué, pero sí que fue en la última década del siglo XX, pocos años antes de que Sontag muriera. El diálogo que establecí con ella fue sólo imaginario, así que mientras que no puedo afirmar que la conocí, testifico que la vi de cerca.)
Quizá mejor que una biografía, lo que en este privilegiado caso encontré en mi búsqueda fue una memoria escrita por David Rieff (1952-), autor de títulos sobre política; colaborador, entre otras publicaciones, de la prestigiosa revista The Nation, de los diarios The New York Times, El País y Le Monde. Es, también, el hijo único de Susan Sontag. (Para México es una curiosidad saber que Rieff trabajó un tiempo con Ivan Illich, cuando Illich vivía en Cuernavaca.) Como es sabido, al contrastarla con una biografía, la memoria tiene la particularidad de recoger, no la totalidad de una vida, propia o ajena, sino una ocasión significativa o un periodo específico de ella. Y lo que recoge la memoria de Rieff de la vida de Susan Sontag es, específicamente, la enfermedad que acabó con ella, que fue el cáncer. Según me enteré por Rieff, Sontag padeció tres tipos diferentes de cáncer, en un lapso amplio de tiempo y en procesos variados; los tres, graves, que ella enfrentó a través de tratamientos largos y duros a los que se sometió de manera frontal y, hay que reconocerlo, valiente, a partir de sus 40 y tantos años de edad.
Pero llamo privilegiado el hallazgo de la memoria de Rieff sobre la enfermedad de Sontag, más que por lo entendido que me resultó el texto, por la emotiva y compenetrada manera en que lo escribió Rieff. De haberlo escrito ella, como víctima de cáncer, habría sido un testimonio sin duda lúcido y sólido, pero sobre todo aguda y casi insoportablemente conmovedor. Escrita por Rieff, esta memoria transmite la angustia, la desesperanza, la impotencia, el temor, el cuestionamiento y el dolor que siente sin reposo quien ve padecer a un ser amado, como si la padeciera él mismo, una enfermedad que hoy sigue siendo letal, si tal vez no siempre, si quizá cada vez menos. La memoria de Rieff de los cánceres de Sontag está escrita, aunque con la inteligencia que da forma a La enfermedad como metáfora, con la vívida emoción que a este ensayo le falta.
El punto central en esta argumentación que Rieff percibe como quien padeciera, pero sin padecer, la enfermedad de la víctima cuyo proceso hacia la muerte él atestigua, es un poderoso sentimiento de culpa, más difícil para él de enfrentar al advertir que, a pesar de todo, Sontag no cree que va a morir, está sublevada contra la muerte, con mayor razón puesto que la ha vencido en dos ocasiones anteriores. La duda que se presentó y que permanecerá activa en Rieff es, ¿Debí haberle informado que esta vez ella no sobreviviría? ¿O hice bien en dejarla creer que también ahora superaría el mal? Sontag suponía que vencería, pues ella no podía morir, dado que todavía tenía mucho trabajo que hacer y para hacerlo necesitaba vivir, no morir.