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Ver día anteriorMartes 21 de octubre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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MAM: iconos casi sagrados
M

i nota pasada celebra de manera general el aniversario del Museo de Arte Moderno (MAM), que cumple medio siglo, con la advertencia de que la exposición 50 obras: 50 años pone de manifiesto la relevancia de piezas, la gran mayoría petenecientes al contexto de la llamada Escuela Mexicana (misma que no es tal) que son y seguirán siendo piezas sacralizadas en el contexto de la historia del arte mexicano por parte de generaciones pasadas, actuales y se espera que también venideras. No se trata de fenómenos mediáticos ni de obras que por su mediatez y relevancia acarrean considerables estratos de público, con ciertos índices esnob, sino de obras que han quedado a través de décadas como piezas maestras en el imaginario colectivo no sólo de especialistas, sino del público en general, y no me refiero al público que fue testigo del momento en que se empezaron a exhibir en el MAM y antes en las galerías acondicionadas para museo en el Palacio de Bellas Artes, aludo a generaciones actuales de preparatorianos o de jóvenes que inician sus carreras en diferentes ámbitos –por ejemplo la física– o la de sicología, pero que están al tanto a la vez de nuestros hitos culturales.

En no pocas ocasiones han llegado visitantes del extranjero al MAM con el objeto de ver un solo cuadro. De acuerdo con mi experiencia diré que hay tres entre los mayormente socorridos: Las dos fridas, Las músicas dormidas, de Tamayo y El diablo en la iglesia, de Siqueiros. No lo digo como una ocurrencia o corazonada, he sido testigo presencial o auricular de que eso ha sucedido: llegan las personas, puede ser que de Australia o de Zacatecas, y las obras no están en exhibición, no por estar prestadas (cosa que puede suceder y en ocasiones es casi indispensable acceder a los préstamos), sino simplemente debido a que la exposición en turno no las ha considerado en su guión y en el mismo caso están decenas de otras piezas de acervo que, dígase lo que se quiera, hay que mostrar si no siempre, sí casi siempre. Sylvia Navarrete, actual directora del MAM, calibró desde mi punto de vista muy acertadamente y con buen sentido de la percepción histórico-artística la relevancia de 50 obras que pertenecen al acervo del MAM, de modo que el visitante actual puede hacer coincidir su predilección por El diablo en la iglesia y por Nuestra imagen actual, de Siqueiros, con el precioso cuadro de la ciudad de México desde el Monumento a la Revolución, en 1951, de Juan O’Gorman, el autorretrato al estilo del Parmigianino (con la mano derecha escorzada, debido a la acción del espejo) de Roberto Montenegro, el magistral retrato de Lupe Marín, de Diego Rivera, o la belleza algo naif de los cuadros de Abraham Ángel, con una pieza tal vez menos conocida que es formidable en su absorción algo picassiana sin dejar de ser mexicanista y además de denuncia. Me refiero al Terrible sucedido, de Gabriel Fernández Ledesma.

Hay piezas que de tanto verlas nos hemos acostumbrado a considerarlas imprescindibles, como La espina, de Raúl Anguiano que iconográficamente deriva de un tema clásico aquí convertido en indigenista, o como la tehuana, escultura de Germán Cueto, que representaría el caso opuesto a la pieza de Anguiano: un tema folk trasladado a las vanguardias internacionales.

Se exhiben pocas esculturas en relación con el contingente de pinturas, ya habrá otro momento en que pudieran mostrarse en mayor número, aquí las que están, como La nube, de Ortiz Monasterio, o el nutrido conjunto de Mardonio Magaña, resultan ser las coherentes con las pinturas.

Un rubro iconográficamente de mensaje, la verdad no muy relevante artísticamente, pero temporalmente imprescindible, está integrado por imágenes de Emiliano Zapata –una de ellas es de Luis Arenal– y por pinturas que normalmente han sido de difícil manejo incluso por su formato, como La madre tierra, de Jesús Guerrero Galván, que es una pintura según mi criterio de difícil disfrute. De otra parte, La primavera, de José Clemente Orozco, que en el momento de su descubrimiento resultó incómoda en comparación, por ejemplo, con Las soldaderas, que es un clásico revolucionario, ahora resulta percibirse como premonición posmoderna adelantada al momento de su ejecución. No podían faltar los ejemplos del surrealismo tanto nativo como trasplantado: Varo, Carrington, Rahon y Horna son ejemplos indispensables.

El espacio dedicado a mostrar siluetas fotográficas, un alarde de revisión retratística sobre quienes hemos habitado el MAM ya se trate de artistas que de trabajadores, calificable de instalación del recuerdo, hacen del conjunto exhibido un hito en el decurso del museo. El público que visita y comenta la exhibición, transitando de un lado a otro, es indicio no sólo de su eficacia, sino del valor incluso didáctico de lo que se exhibe. Un oasis actual en medio del dolor que nos atosiga.