l próximo 4 de noviembre los electores de Estados Unidos acudirán a las urnas para renovar en su totalidad la Cámara de Representantes, un tercio del Senado, elegir 36 gobernadores y decenas de legislaturas estatales, municipales y cabildos en todas los estados de ese país.
De todas las elecciones de ese día, la más significativa será la de la Cámara de Senadores, donde el Partido Demócrata está en peligro de perder su mayoría, de acuerdo con los sondeos de opinión.
De ser así, los republicanos, cuya mayoría en la Cámara de Representantes está asegurada, dominarían los dos órganos legislativos; al presidente Barack Obama le sería aún más difícil gobernar.
De entre las elecciones que los demócratas pudieran perder se cuentan las de los senadores que ganaron hace seis años al influjo de la popularidad que despertó la llegada a la Casa Blanca del primer presidente afroestadunidense en la historia de Estados Unidos.
Esa euforia permitió ganar las elecciones a los candidatos a senadores de varios estados tradicionalmente conservadores. Esta vez, es opinión general que su derrota tiene origen en la caída en la popularidad del presidente Obama.
Cierto es que la euforia ha desaparecido, pero omitir el contexto y las causas del porqué de la posible derrota de sus compañeros es dar la razón a quienes no perdonan al primer presidente afroestadunidense. Entre ellas, haber impulsado una política cuya meta estriba en dar un cauce más humano al modelo que ha favorecido la polarización de la sociedad, el aumento de la desigualdad y un horizonte incierto a millones de personas.
Tal vez su mayor pecado fue impulsar contra viento y marea la reforma al sistema de salud, al que salvó de la bancarrota. Lo que es más importante, integró a más de 30 millones de personas que carecían de servicios médicos, muchos de ellos de origen hispano.
Desde el momento en que tomó posesión en 2008, el Partido Republicano prometió obstaculizar la agenda del mandatario y derrotarlo por todos los medios. Por ello, la reforma de salud se convirtió en el blanco de una campaña sin fin para frenarla y así coartar en una de sus más caras iniciativas.
Al parecer, la promesa de vencerlo está por cumplirse, aunque parcialmente. Por lo menos en cuatro estados de los senadores que arribaron al calor del arrastre de Obama en 2008 están en serio peligro de perder las elecciones. La labor de zapa en torno al supuesto proyecto socialista
de Obama ha dado sus frutos entre los electores más conservadores y menos informados. Al sufragar el próximo 4 de noviembre en contra de los candidatos demócratas, en el fondo estarán votando en contra de Obama, independientemente de que no esté en la boleta.
Votarán en contra de un presidente quien, a sus ojos, debiera pensar menos y ser más decisivo en el momento de actuar: dejar a un lado la reflexión y ejecutar sin mayor juicio.
No faltará quien en su propaganda de campaña argumente que Obama es responsable de la creación del Estado Islámico y la importación del fatídico virus del ébola. Veremos.