Opinión
Ver día anteriorDomingo 12 de octubre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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O’K
L

a otra madrugada tuve una experiencia inexplicable para la razón y sin embargo clarividente y determinante. Desperté con la urgencia de leer la autobiografía o al menos una biografía de una gran mujer. Pero a pesar de que el impulso que digo me llevaba a buscar la vida de una gran mujer a quien yo no conociera, fue el repaso mental de la serie de escritoras y algunas otras mujeres a las que sí conocía relativamente bien lo que me llevó a dar con Georgia O’Keeffe, pintora de la que apenas si tenía noción. Aunque a mano había un sinnúmero de biografías entre las que escoger, sin mayor criterio pero con ímpetu leí la que escribió Laurie Lisle como pude haber leído cualquier otra mientras me llegaban los apuntes autobiográficos de la propia O’Keeffe (en los cuales, por otra parte, habría yo de encontrar más a una peculiar escritora que el rasgo que buscaba yo que la definiera como una gran mujer). Por el camino que fuera que recorriera iba a encontrar lo que hizo grande a O’Keeffe según los fines que mi inconsciente perseguía, que eran señalarme el rasgo que hubiera hecho grande a esta persona, que era artista y que era mujer.

Aun cuando reconozco que el interés de estas líneas debería consistir básicamente en exponer quién fue Georgia O’Keeffe así como el punto central de su vida que yo pudiera destacar como la representación de su grandeza, siempre que al definir el término grandeza (que es un atributo tan grande que no puede usarse a la ligera) se delimitara lo que entiendo por una gran mujer, no puedo dejar de lado la extraña manera en la que encontré a O’Keeffe, cuya vida resultó ser precisamente la que me demostraría lo que para mí hace a una gran persona, que es artista y que es mujer. (Sin darme cuenta, al desdoblar el concepto mujer en el de persona y en el de artista, como si fueran sinónimos, estoy corriendo el riesgo de abrir una discusión respecto a las enormes diferencias entre las implicaciones en las tres palabras, lo que por ahora está lejos de ser mi intención. En todo caso, me siento más segura si afirmo que Georgia O’Keeffe fue una gran mujer, que si afirmara que fue una gran persona. Lo que para mí la hizo grande, la hizo grande sobre todo porque era mujer, no porque fuera persona. Podría afirmar que fue una gran artista, pero no porque fuera mujer, sino porque fue artista. Pero sería incapaz de afirmar si, persona, artista o mujer, fue grande por su obra.)

Los datos biográficos de Georgia O’Keeffe, que se consignan en todo buen diccionario (Pintora norteamericana; Sun Prairie, Wisconsin, 1887—Santa Fe, Nuevo México, 1986), incluyendo la apreciación crítica de que Transfiguró la realidad hasta el límite de la abstracción, aunque no renunció a una visión lírica, no insinúan ni mínimamente lo que la podría definir como una gran mujer. Así, de cuanto la podría caracterizar como a una persona excéntrica, desde el hecho de que a lo largo de su larga vida adoptó y mantuvo una forma específica de vestir, que para el mundo la pintaba como una monja y, por su delgadez o falta de formas curvas y femeninas y sus rasgos faciales angulosos más bien masculinos casi como un monje, faldas largas negras, a la manera de túnicas, blusas blancas de manga larga y de cuello alto y cerrado (prendas, ambas, que ella misma diseñaba y cosía); hasta su inclinación hacia la vida en el desierto, no necesariamente la harían para nadie una gran mujer —artista o persona.

En sus veintes, O’Keeffe se casó con Alfred Stieglitz, veintitrés años mayor que ella. En la Historia, él fue el primer fotógrafo que fotografió de noche y bajo la lluvia; además, a él se debe que la fotografía alcanzara la categoría de arte. Fundó galerías de arte en Nueva York en las que expuso por primera vez en Estados Unidos a artistas europeos, entre otros, a Picasso, al mismo tiempo que supo descubrir y, especialmente, valorizar a artistas norteamericanos, entre otros, a O’Keeffe.

Podría extenderme refiriendo anécdotas de la pareja o de ella o de él, quiénes fueron sus amigos, etcétera. Pero de lo que se tratan estas líneas es de registrar exactamente qué fue lo que para mí hizo grande a Georgia O’Keeffe, y esto fue, sucintamente declarado, que se atrevió a entregarse a su trabajo (que fue arte) por sobre todo lo demás, lo que en un hombre (artista, persona) suele no ser extraño, pero lo que es extrañísimo en una mujer.