na política criminal –la entrega de los recursos naturales a las trasnacionales, la destrucción del ambiente y el robo del agua por la gran minería, la reducción de los salarios reales y las conquistas de los trabajadores, la eliminación de las leyes de protección laboral, la disminución de los fondos para la educación, la represión de las manifestaciones de estudiantes y normalistas, son apenas algunas de las perlas de este macabro collar– sólo puede ser impuesta con métodos criminales.
El gran capital eligió a Peña Nieto para profundizar el neoporfirismo salvaje de Calderón, creyendo que el atraso político de las mayorías y la fase de la política mundial que actualmente atravesamos podrían alejar por años una nueva Revolución Mexicana, esta vez anticapitalista. La mayoría de la población, impulsada en este sentido por López Obrador y Morena, todavía reacciona desgraciadamente sólo contra lo inmediato; sin ver aún los culpables reales, busca meramente que reaparezcan con vida los normalistas desaparecidos o se castigue al gobernador de Guerrero, y al alcalde de Iguala, ambos del PRD, y repudia a este partido que pasó de ser cómplice del gobierno y palero del PRI a ejecutor de crímenes abyectos, como el ocurrido en Ayotzinapa.
¡Claro que deben reaparecer los normalistas y deben ser castigados los culpables inmediatos y sus mandantes políticos, pero con eso no basta! Es necesario levantar la puntería y combatir al sistema capitalista, a su Estado y su gobierno en manos de la oligarquía entreguista y ligados con el sector del capital dedicado al narcotráfico, o sea a los verdaderos responsables de los delitos y crímenes, y defensores de los asesinos directos.
La corrupción, el lazo con los gánsteres, los asesinatos policiales en la Cuba de Batista, acabaron cuando éste fue expulsado del poder y la revolución cubana barrió el Estado de los criminales. La esclavitud de yaquis y mayas; el monopolio del agua por los ingenios, que se las robaba a los pueblos; la represión al movimiento obrero y la entrega del país en tiempos de Porfirio Díaz, acabaron sólo cuando los ejércitos de Villa y Zapata destruyeron al viejo ejército y al viejo Estado. El más estricto realismo nos dice que si se quiere paz y un nuevo orden hay que preparar la conciencia de las mayorías y organizarlas para una nueva revolución de masas contra los agentes del imperialismo y explotadores del pueblo de México. Quienes buscan únicamente soluciones a medias y culpables inmediatos para entregarlos a la justicia (¿a cuál justicia?) y esperan utópicamente cambiar la situación económica y social depositando millones de papeletas en las urnas, colaboran poderosamente al adormecimiento político de la mayoría conservadora de los mexicanos que votan PRI, PAN o PRD. El electoralismo de Morena, que se convierte rápidamente en un PRD bis, es utilizado por el gobierno para, en el fondo, actuar como amortiguador del odio popular.
El caso, totalmente incidental en la gran marcha de protesta del 8, de la agresión contra Cuauhtémoc Cárdenas y su grupos de amigos y sostenedores, con el resultado del descalabramiento de Adolfo Gilly, es una prueba aberrante y repudiable de una actitud primitiva frente al adversario. Una cosa, en efecto, es condenar, silbar, abuchear a Cárdenas por su responsabilidad en la afirmación del salinismo y en la nefasta transformación de su partido, y por creer todavía que el PRD de los chuchos y del gobernador y el alcalde de Iguala asesino, es todavía reformable, y otra es tratar de impedir a nadie su participación en una manifestación unitaria de repudio a un crimen de Estado.
Todos tienen el deber y el derecho de combatir contra el gobierno y sus criminales. El sectarismo excluyente transforma en enemigo a quien tiene opiniones diferentes y desvía la atención de los verdaderos enemigos. Quienes hirieron a Gilly porque iba con su amigo Cárdenas atacaron a uno de los pocos que han denunciado que la matanza de Ayotzinapa es un delito de Estado, y prestaron gran servicio a la derecha y su prensa, que aprovecharon para destacar la barbarie de esta agresión y ocultar la magnitud de la protesta popular.
¿Qué acogida esperaba Cárdenas, que no ha renunciado a un partido que ni siquiera sintió la necesidad de al menos suspender como militantes al gobernador de Guerrero y al alcalde de Iguala, hasta que una comisión imparcial de guerrerenses juzgue su actuación? En vez de tratar de darle oxígeno a un cadáver putrefacto debería acompañar la lucha por la autorganización independiente de las víctimas del capital nacional y extranjero. Por su parte, Morena, para ser creíble, debería eliminar de sus listas en Guerrero a los funcionarios de Aguirre y, en las manifestaciones, velar por la democracia que no significa acallar la crítica sino la imposición de vías civilizadas de disenso.
La brutalidad de la represión demuestra por otra parte que ha llegado el momento de comprender cuál es el objetivo estratégico de la lucha y el real enemigo y, por consiguiente, de introducir claridad en las ideas y las protestas. Es muy importante pero no basta con que los normalistas aparezcan con vida si después todo sigue igual y, por lo tanto, habrá otros asesinatos de Estado impunes. Las renuncias de Aguirre y del alcalde de Iguala son imprescindibles, pero tampoco bastan: en Guerrero o Michoacán, como en buena parte del país, la lucha contra el crimen y el narcotráfico debe estar en manos de la policía comunitaria y de las autodefensas, no del poder capitalista enlazado con el narcotráfico y de sus policías corruptas. Los partidos del régimen deben ser repudiados y, conjuntamente, hay que reforzar la organización política de los trabajadores (OPT). Llegó la hora de discutir cuál es la estrategia popular para el próximo periodo.