ada mejor que una crisis sanitaria para destapar las vergüenzas de un gobierno superado por los acontecimientos. El contagio por ébola, de una auxiliar de enfermería que atendió al misionero García Viejo, descubre las miserias de una política de privatizaciones, cuyo resultado ha sido el desmantelamiento de instalaciones hospitalarias y centros de investigación destinados al estudio de enfermedades infecciosas y epidemias de alto riesgo.
El hospital Carlos III, en su día, centro de referencia en España y Europa, para el estudio, tratamiento e investigación del sida y enfermedades infeccionas fue considerado prescindible por el gobierno de Rajoy, un gasto superfluo, por tanto, su personal fue despedido, los laboratorios desmantelados y las instalaciones trasformadas en un geriátrico. Allí, de manera improvisada y sin ninguna garantía, se habilitó la sexta planta para recibir a los misioneros infectados por el virus del ébola. Pero no había condiciones. Todo era cartón piedra.
Las protestas de médicos, enfermeras y personal auxiliar señalando los riesgos de tal situación fueron silenciadas mediante una campaña publicitaria no exenta de obscenidad. Muchos se sumaron al llamado humanitario
para salvar la vida de los misioneros afectados por el ébola. Una especie de Salvar al soldado Ryan. Hubo quienes nadando a contracorriente plantearon como alternativa, destinar el dinero para el traslado, más de un millón de euros, al envío de personal y hospitales de campaña a las zonas afectadas, se les tildo de insolidarios, oportunistas y mezquinos.
La ministra de Sanidad, Ana Mato, y las autoridades médicas, se vanagloriaron de realizar con éxito la repatriación de los enfermos. Ningún problema, todo perfecto, se cuidó hasta el último detalle. Una vez en Madrid, y trasladados al hospital Carlos III, Miguel Pajares y Manuel García Viejo murieron víctimas del virus, a pesar derecibir sueros experimentales aportados por el ejército estadounidense. Sin embargo, la enfermera, también religiosa, portadora del virus, logro superar la enfermedad y desarrollar anticuerpos. De esa manera se transformó en conejilla de indias. Continuamente se le extrae sangre para obtener los anticuerpos y producir el plasma. Dato que se ha mantenido en secreto. Las noticias se han centrado en la condición de mártires de los misioneros muertos por el virus.
Nada se dijo sobre los aspectos médicos y la forma de practicar el protocolo de aislamiento. Los partes oficiales de prensa aludían al rigor, la seriedad, la buena voluntad y la vocación de entrega de todo el personal implicado. Médicos, enfermeras, personal de limpieza, etcétera. Hoy sabemos la verdad por simple casualidad y de rebote. El contagio por ébola de Teresa Romero Ramos nos presenta un escenario rocambolesco, lleno de agujeros y chapucero en su dirección. Primero, la empresa que tenía a cargo la limpieza y desinfección no dio ninguna instrucción a sus empleados. El hospital, por su parte, dictó un curso informativo donde explicaba el protocolo para ponerse el traje de aislamiento. En una hora zanjó el tema. Una demostración de quita y pon. Ponerse el traje, 25 minutos, y quitárselo otros 45 minutos.
En tal explicación se obvió que el traje aportado por las autoridades sanitarias correspondía a un nivel 2 de riesgo biológico, ineficaz en el caso de ébola al estar fabricado con material poroso y sin sellado de gafas. Lo adecuado era un traje nivel 4, pero su coste era el doble. ¿Entonces para que gastar, si exteriormente daban el pego? Segundo, fuese cual fuese el resultado del operativo, los parti- cipantes en contacto con los enfermos deberían estar en cuarentena. Las autoridades entendieron que ésta consistía en enviarlos a casa o retirándolos de la atención al público. Sin comentarios.
En este caso, la enfermera se fue de vacaciones, acudió a un concurso oposición y realizó vida normal, mientras tanto, incubó el virus. Cuando tuvo fiebre, los médicos le recetaron paracetamol y la enviaron a casa. Hoy, su marido y ella en cuarentena, su casa precintada y su mascota, un perro, sacrificado por las autoridades sanitarias de Madrid, lo cual generó una reacción de defensa del can de proporciones multitudinarias en las redes sociales.
Asimismo, hay más de 60 personas que deberán realizar las pruebas y guardar aislamiento. Sin olvidar los aspectos derivados del miedo, alarma social, la falta de infor- mación y el secretismo.
Mientras, el gobierno de Rajoy se encomienda a Dios y la ministra de Sanidad se ausenta, retomando su descanso en el Puerto de Santa María, Cádiz. Algo parecido al desastre del Prestige. En esa época, también gobernaba el Partido Popular. Su ministro Rajoy y el presidente de la Junta de Galicia, Manuel Fraga Iribarne, estaban cazando y disfrutando días de asueto, mientras la Costa da Morte se llenaba de chapapote y el desastre ecológico se extendía por todo el litoral gallego. No les importa nada, sólo tienen ojos para la privatización, los recortes salariales, las políticas de austeridad, y la eliminación de derechos sociales.
La crisis del ébola demuestra quien gobierna España y la manera de enfrentar los problemas. Para el Partido Popular gobernar supone tener dos tipos de problemas: 1) aquellos que se solucionan solos y 2) los que no tienen solución. Sólo queda rezar y preguntarse en que categoría cae la crisis sanitaria del virus ébola.