Finanzas mundiales
Los países ricos se vuelven menos dependientes del efectivo a medida que avanzan sustitutos
Martes 30 de septiembre de 2014, p. 29
Desde que se inventó el dinero, en el siglo VII a. C., ha sido en general el medio más conveniente de pago de las compras del día. Pero a medida que los pagos electrónicos se hicieron más fáciles –en fechas más recientes con el lanzamiento del sistema de pago sin contacto
de Apple–, los economistas comienzan a preguntarse si la era de los billetes y monedas llega a su fin. Kenneth Rogoff, de la Universidad Harvard, estima que sí. Eliminar la moneda física, sostiene, ayudaría a los gobiernos a recaudar más impuestos, combatir el crimen y desarrollar una mejor política monetaria.
En la superficie, el plan de Rogoff parece un cambio menor. Los billetes y monedas forman una minúscula parte del dinero en circulación: apenas 3 por ciento en Gran Bretaña, por ejemplo. (En Estados Unidos la proporción es 10 por ciento, en parte porque los extranjeros cargan montones de dólares en efectivo). El resto son simplemente registros de saldos en cuentas, ya sea en un banco (en el caso de empresas e individuos) o en el banco central (en el caso de los bancos). Tiende a circular mediante transferencias electrónicas, sin adoptar nunca forma física.
Frías transferencias
Los países ricos se vuelven cada vez menos dependientes del efectivo, a medida que las tarjetas de débito y crédito, las billeteras virtuales
y otros sustitutos ganan popularidad. Según el Banco Mundial, en 2008 existían 83 cajeros de efectivo por cada 100 mil adultos; en 2012 había sólo 68.
Un documento del Banco de la Reserva Federal en San Francisco, California, muestra que en Estados Unidos ha descendido la proporción de transacciones en numerario. Hasta mediados de la década de 1990 el valor total de todos los billetes de 50 dólares o menos crecía a tono con la economía; de 1993 a 2013, la economía del país creció 65 por ciento por ciento en términos reales (ajustados a la inflación), pero los billetes de 50 dólares o menos crecieron apenas 19 por ciento (ver tabla).
Sin embargo, el efectivo sigue siendo importante. Hay 4 mil dólares en numerario por cada estadunidense. Y causa toda clase de problemas. Uno es la falsificación: en 2013 el Banco de Inglaterra retiró de la circulación 680 mil billetes falsificados, con valor facial de 11.5 millones de libras (19 millones de dólares).
El efectivo genuino ayuda a otros criminales también, puesto que los billetes y monedas mantienen anónimas las transacciones: no se puede decir quién compró un kilo de cocaína mirando el dinero con que la pagó.
En la OCDE, club de países ricos en su mayoría, la economía subterránea
de la actividad oculta al gobierno, sea narcotráfico o ingresos no declarados por cuidar bebés, constituye alrededor de la quinta parte del PIB. Más aún: esa proporción apenas si se ha encogido en una década. Rogoff estima que en la mayoría de los países el deseo de ocultar algo de las autoridades representa más de la mitad del valor de las transacciones en efectivo.
Los billetes de alta denominación son de particular utilidad para los delincuentes. Existen en circulación 295 mil millones de euros en billetes de 500 (382 mil millones de dólares). Sin embargo, la mayoría de europeos nunca han visto uno: los criminales los acaparan, pues son muy útiles para mover ganancias mal habidas (un millón de euros en billetes de 500 pesa sólo 2.2 kilos).
Abolir el efectivo eliminaría de golpe la falsificación y haría mucho más fácil rastrear pagos ilícitos. La consecuente reducción del crimen sería un gran beneficio tanto social como económico. La sola reducción de la evasión fiscal causaría grandes beneficios fiscales. Investigaciones de la Universidad Tufts estiman que el Tío Sam podría recaudar 100 mil millones de dólares más al año si Estados Unidos suprimiera el efectivo.
Expertos en política monetaria también perciben beneficios en las economías sin numerario. Muchas economías ricas están estancadas en el límite cero
, con tasas de interés próximas a cero. Estas economías recibirían un mayor estímulo monetario en forma de tasas negativas, que podrían impulsar a quienes acumulan dinero a gastar e invertir. Un artículo publicado por la Fed de Cleveland en 2012 encontró que la tasa de interés ideal
para la economía estadunidense en lo más profundo de la crisis hubiera sido de menos 6 por ciento.
Sin embargo, la continuación del dinero contante y sonante hace mucho menos eficaz llevar las tasas por debajo de cero. Los bancos centrales dan por sentado que la gente sencillamente retiraría su dinero del banco y lo guardaría en billetes de alta denominación. De hecho, ya parece hacerlo así en países donde las tasas de interés son muy bajas. De 2009 a 2013, el valor total de billetes de 100 dólares en circulación creció 30 por ciento en términos reales. La Fed de San Francisco calcula que las tasas cercanas a cero fueron causantes en parte.
Pasar al dinero digital plantea problemas, sin duda. Para empezar, aun en el mundo rico existen muchas personas honradas, pero sin cultura bancaria, que dependen por completo del efectivo. Algunos economistas creen que los bancos centrales también tendrían dificultades: inyectan dinero en la economía en forma tanto física como virtual, comprando deuda gubernamental. No pagan réditos sobre el dinero que han creado, pero sí ganan interés sobre los bonos que han adquirido. Las ganancias que obtienen de esta forma, conocidas como señoraje
, se envían a las arcas del gobierno.
Bhaskar Chakravorti, de la Universidad Tufts, calcula que en Estados Unidos el señoraje genera unos 20 mil millones de dólares al año. El Banco de Inglaterra gana unos 500 millones de libras anuales con él.
Rogoff piensa que eliminar el dinero físico reduciría las ganancias por señoraje. Los evasores de impuestos y otros delincuentes, por temor de ser notados, reducirían gastos; la demanda de dinero caería. Sin embargo, Chakravorti estima que el ingreso perdido sería empequeñecido por mayores ingresos en impuestos. También podría ser compensado por el menor costo unitario de producir moneda.
También está la cuestión de si los electores tolerarían la pérdida de privacidad que representa la abolición del efectivo. Algunos podrían indignarse tanto que dejarían de usar la moneda local y convertirían sus saldos bancarios en fuentes alternativas de valor, como divisas extranjeras o bitcoins.
Una solución intermedia sería desterrar los billetes de alta denominación, lo cual permitiría que las transacciones pequeñas se mantuvieran privadas, pero les complicaría mucho la vida a los criminales, excepto los de muy poca monta.
Economist Intelligence Unit
Traducción: Jorge Anaya
En asociación con Infoestratégica