El grupo fue invitado de honor en el concierto para festejar los 50 años del MNA
Surgió hace cuatro años con el fin de difundir la herencia del norte de Veracruz; ahora es un proyecto de mayores dimensiones, afirma la responsable, Emelia Reyna
Los ensambles Raga y Barra Libre hicieron el estreno mundial de tres obras que fueron comisionadas por el INAH
Lunes 22 de septiembre de 2014, p. 9
El Coro Infantil y Juvenil del Totonacapan comenzó como una estrategia para preservar, enseñar y difundir la tradición y la lengua totonacas entre las nuevas generaciones de esa región de origen indígena del norte de Veracruz.
Hoy, cuatro años después, no sólo ha cumplido en parte significativa con tal cometido, sino que está en vías de consolidarse como una de las agrupaciones más importantes de su tipo en aquella entidad y la semilla de un proyecto musical de mayores dimensiones.
Así señala Emelia Reyna Sánchez, docente y una de las responsable del proyecto, el cual tiene su simiente y sede en el Centro de las Artes Indígenas, localizado en el Parque Takilhsukut de Papantla, Veracruz.
El coro fue invitado de honor en el concierto con el cual el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) continuó los festejos por el cincuentenario del Museo Nacional de Antropología (MNA), el anochecer del sábado, en el patio central de ese emblemático recinto diseñado por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez.
En esta primera visita a la ciudad de México, la agrupación interpretó cinco canciones tradicionales de la cultura totonaca, con el acompañamiento en la parte instrumental de un ensamble de la Orquesta de Cámara Amadeus.
La segunda parte de la velada musical, ya a cargo de los ensambles de percusiones Raga y Barra Libre, incluyó el estreno mundial de tres obras que el INAH comisionó para la ocasión a sendos compositores mexicanos: Javier Álvarez, Mariana Villanueva y Jorge Torres.
La Casa de la Música
Integrado a la fecha por 27 niñas y niños de entre seis y 17 años de edad, el Coro Infantil y Juvenil del Totonacapan es una de las expresiones más visibles del Centro de las Artes Indígenas
Este recinto fue incluido en diciembre de 2013 en la lista de mejores prácticas de salvaguardia de patrimonio cultural inmaterial de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en ninglés).
El nombramiento fue considerado un hito mundial en los derechos culturales de los pueblos indígenas, al reconocer a una institución conceptualizada, creada y desarrollada por el pueblo totonaca para mantener su cultura.
De igual manera, dicha instancia es tomada como precedente en la educación artística de México: el primer organismo que se dedica de forma exclusiva al arte indígena y hace visible su valor simbólico, ritual y comunitario.
Para su funcionamiento, el centro está dividido en diferentes casas: de la Alfarería, el Algodón, la Palabra Florida, de los Voladores de Papantla y el Kantiyán, la Casa de la Sabiduría, donde se reúnen los abuelos, entre otras.
El coro infantil y juvenil nació en el seno de la Casa de la Música, cuyo propósito original era valerse del canto y la música para la enseñanza de las tradiciones y la lengua totonacas entre niños y jóvenes de la región, como medio de preservación cultural.
La música, las canciones, han sido un elemento primordial para recuperar el totonaco. Los abuelos aún hablan esa lengua, los padres la entienden, pero ya no la hablan, y los niños ya no sabían nada de ella.
Son temas retomados de la tradición, relacionados con elementos del entorno del totonacapan, como animales de granja, insectos, el maíz, el chile y la vainilla, además de fenómenos naturales, como la lluvia y el arcoiris, y que han ayudado a los niños y jóvenes identificarse con ese idioma originario.
Cada canción ha sido enriquecida con arreglos para instrumentación occidental, trabajo del que se ha ocupado Emelia Reyna, quien ha recurrido al saber de los viejos para apegarse lo más posible a la tradición, mediante el uso de percusiones, quijada de burro y violines.
Provenientes de las comunidades de Papantla, Tajín y Agua Dulce, la educación de los integrantes del coro no se limita a aspectos estrictamente musicales.
También, como parte de su formación en el Centro de las Artes Indígenas, deben asistir a la enseñanza que se imparte en otras casas, entre ellas, la de la Palabra Florida, para aprender totonaco, además de que desde hace año y medio comenzaron su aprendizaje de instrumentos musicales.
El propósito de esto último es conformar una orquesta sinfónica, la cual comenzará a funcionar de manera formal y será presentada en diciembre próximo, a decir de la docente y pianista
Es una educación muy completa; los abuelos exigen que lo primero sea la tradición. Es lo que aprenden: tradición y lengua, la música del Totonacapan. Ellos, los abuelos, nos han dado las canciones y la entonación se basó en las letras. Yo me encargué de recuperar las melodías, escribirlas y de que se hicieran los arreglos específicos.
Estos son muy sencillos, pues la idea es que en breve sean los propios niños y jóvenes de la Orquesta Infantil y Juvenil del Totonacapan, quienes los interpreten y acompañen al coro.
Puente entre pasado y presente
El concierto conmemorativo del cincuentenario del Museo Nacional de Antropología es un proyecto que fue encargado por las autoridades del INAH al musicólogo Ricardo Miranda.
Este especialista, quien en la actualidad es catedrático en la Universidad Veracruzana, diseñó una propuesta a partir de la idea de trasladar el significado de ese espacio museístico al ámbito sonoro.
Así diseñó un programa que enlazara el pasado con el presente del quehacer musical del país, como lo hace en su ámbito el museo de antropología, al ser un recinto que alberga elementos de nuestra historia ancestral con expresiones recientes, como la edificación.
Por esa razón, explica, se comisionaron sendas obras a Javier Álvarez, Mariana Villanueva y Jorge Torres, quienes nacieron en torno de la época en que fue inaugurado el museo de antropología.
La encomienda que se hizo a los autores fue que sus piezas tuvieran como eje común la música prehispánica, a partir de la obra Xochipilli, música azteca imaginada, de Carlos Chávez.
Esta partitura fue realizada a principios de la década de los 40 del siglo pasado como parte de una serie de conciertos que le fue encomendada a ese también director de orquesta para acompañar la primera gran exposición de arte mexicano que se exhibió en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.
Al confrontar la necesidad historiográfica y didáctica de dar a conocer el mundo sonoro prehispánico, Carlos Chávez tuvo que reconocer lo evidente: la música del pasado precolombino se perdió con el declive de aquellas culturas y nada, salvo algunos instrumentos e imágenes, pudo llegar hasta nuestros días
, precisa Miranda.
“Entonces, alentado por las posibilidades sonoras de algunos instrumentos prehispánicos e indígenas, escribió para dicha ocasión Xochipilli, música azteca imaginada, en la cual utilizó un instrumental antiguo que incluía teponaxtles, huéhuetls, omichicahuatzlis, caracolas marinas y tenabaris.
Tales sonidos fueron asimilados a un conjunto de percusiones para producir una obra que claramente ostentaba su carácter imaginario antes de renunciar a la seductora tarea de invocar la sonoridad de las antiguas culturas mexicanas.
Las obras estrenadas la noche del sábado en el MNA fueron Kratu, visiones de la muerte, para dos flautas y percusión, de Mariana Villanueva; Bacab, para trombón y percusiones de Jorge Torres, y Del corazón de madera, para dos flautas y quinteto de percusiones, de Javier Álvarez.
El programa incluyó asimismo la interpretación de la ya mencionada Xochipilli, de Chávez, así como de Pop Wuj, de Salvador Torré, para tres percusiones, basada en el libro Popol Vuh.