oronto, 9 de septiembre.
Aunque en Cannes se exhibió un adelanto, el estreno de Kahlil Gibran’s The Prophet se ha dado hasta ahora en el festival de Toronto. Según se sabe, la ambiciosa coproducción entre Canadá, Francia, Líbano, Qatar y Estados Unidos fue un proyecto personal de la actriz Salma Hayek-Pinault que, de algún modo, rinde así tributo a su ascendencia libanesa al coproducir la adaptación del muy leído libro de poemas epónimo.
No se escatimó en gastos ni en talento. Para el guion se contrató al escritor Roger Allers, veterano de la casa Disney. Se reunió a varios renombrados animadores para hacerse cargo de las ilustraciones de los poemas. La música estuvo a cargo de Gabriel Yared, con colaboraciones como la del chelista Yo-Yo Ma. La voz principal es la del actor Liam Neeson. Obviamente las intenciones fueron las más nobles del mundo… sin embargo, el asunto no funciona.
El hilo conductor es la historia de Almitra, una niña hiperactiva –y muda desde la muerte del padre– que le causa muchos problemas a su madre Kamila, quien limpia la casa de un prisionero político, el poeta y pintor Mustafa quien vive en arresto domiciliario en una isla ficticia donde rige un gobierno represivo. Cuando el poeta es liberado para ser expulsado del lugar, él aprovecha para sermonear –con los textos de Gibrán, claro– a quienes le escuchan con sus sabias observaciones sobre la libertad, el trabajo, el amor, el matrimonio y otros temas centrales de la vida humana. Le tocará a Almitra y su madre salvar el legado de Mustafa para la posteridad.
Aunque un par de secuencias –la de Bill Plympton, por ejemplo– son muy logradas visualmente, el proyecto parece un subproducto Disney, con sus personajes estereotipados y sus diálogos como pretexto de proceder a los poemas (a veces convertidos en canciones). En la mayoría de las instancias el efecto es del más puro kitsch. No se sabe a quién está dirigida la película. Por un lado, resulta demasiado aleccionadora para un público infantil, que se morirá de flojera; por otro, su patente cursilería podría intimidar al espectador adulto. Por lo pronto, su función de prensa e industria en Toronto fue una constante huída de espectadores. Uno duda que Kahlil Gibran’s The Prophet rinda considerables dividendos.
En el otro extremo del registro, se proyectó la pesadilla bélica Nobi (Fuego en la llanura), segunda adaptación de la novela homónima de Shohei Ooka (la primera fue el reflexivo drama dirigido por Kon Ichikawa en 1959). Debida al temerario director Shinya Tsukamoto –autor de la trilogía Tetsuo– quien también interpreta el papel protagónico, la película nos sitúa en la alucinada perspectiva de un soldado raso japonés que, a finales de la segunda guerra, sobrevive apenas todo tipo de horrores.
La sutileza no es el fuerte de Tsukamoto y en repetidas ocasiones recurre a la estética gore para mostrarnos la carnicería implícita en un conflicto bélico. La suspensión de cualquier pensamiento civilizado lleva incluso a la práctica del canibalismo. Todo, hasta el uso vertiginoso de la cámara en mano, es excesivo pero a la vez efectivo. Como argumento de la deshumanización provocada por la guerra, Nobi es incontestable.
Twitter: @walyder