ecesitamos tiempo, distancia y perspectiva para aquilatar plenamente el alcance de la Compartición del Congreso Nacional Indígena y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y sus declaraciones. Algunas cosas, empero, resultaron claras de inmediato.
Fue posible, ante todo, experimentar la magnitud, profundidad y extensión del horror actual. Las formas y maneras del despojo que uno tras otro compartieron los pueblos, con todos sus muertos y desaparecidos, formaron una colección eficaz de espejos en que todas y todos pudimos vernos reflejados y a los que empezamos a agregar los nuestros. Fue un rosario interminable de desgracias, agresiones, despojo y devastación, pero también un recuento impresionante de luchas y resistencias, en que los pueblos indios, como guardianes de la Madre Tierra que son y han sido siempre, aparecen en el primer frente de batalla de la guerra que se libra actualmente contra los pueblos indígenas y no indígenas.
En la Compartición se manifestó y se hizo enteramente explícita una secuencia de transformaciones que puede constituir una guía práctica para quienes se disponen a envolverse en ellas. Fue posible observar cómo el dolor se convierte en rabia y ésta se transforma en la determinación de actuar. Esta decisión, a su vez, se manifiesta como rebeldía y ésta resulta ejercicio de libertad. El patrón dolor-rabia-determinación-rebeldía-libertad había estado presente en el discurso y la práctica de los zapatistas y los pueblos indios desde hace tiempo. Pero ahora se hizo más evidente y explícito.
La esperanza, lo sabemos, es la esencia de los movimientos populares. La Compartición subrayó, hasta no dejar dudas, que la esperanza somos nosotros mismos.
Muchas tareas nos dejó la Compartición. Cuantos se han estado preguntando qué hacer ante el horror, cómo orientar el empeño en el sentido que hace falta, pueden encontrar en las declaraciones sugerencias de acción que son remedio eficaz contra apatías, frustraciones o desesperaciones.
La tarea primera, la más urgente e importante, es escuchar. Escuchar significa ante todo oír atentamente lo que los pueblos tienen que decir y multiplicar las cajas de resonancia para que lo que dicen se oiga por todas partes, desgarrando el velo encubridor de los medios. Se trata de cajas de resonancia que utilicen tecnologías contemporáneas que faciliten su circulación, pero que no se limiten a ellas. Estarán también formadas por el más antiguo y común de los recursos de transmisión, la circulación de boca en boca, y sus expresiones colectivas en pequeña escala, como los sistemas de sonido de los pueblos, las bocinas mecánicas o humanas y otros medios primarios de circulación. Porque de circulación se trata: la circulación de las luchas populares.
Oír, empero, es sólo el primer paso. Escuchar, en un auténtico diálogo, implica estar dispuesto a transformar y transformarse en función de lo que se oye. No se trata de que lo que se oye entre por una oreja y salga por la otra y no basta que se quede adentro. Ha de salir de nuevo transformada en acción, la que se renovó gracias al otro, a la otra.
Organizarse para la resistencia es tarea permanente. Hay que estar continuamente en ello, a sabiendas de que la única resistencia efectiva es la que no sólo se opone y dice No
, sino que al mismo tiempo construye lo nuevo. Como se dijo en la Compartición: mientras los de arriba destruyen los de abajo construimos.
La organización de la resistencia tiene desde ahora un signo específico: se trata de organizarnos para compartir. Indígenas y no indígenas habremos de estar en la sede del Festival de Diciembre que nos quede más cerca. Y no se trata de ir ahí al rollo y la improvisación. Como aprendimos desde la Escuelita, compartir una experiencia de lucha exige prepararse con disciplina e imaginación.
También necesitamos prepararnos para forjar el ánimo en la actitud que significa admitir a fondo, sin reservas, que la lucha de los pueblos indios ha de ser hoy, otra vez, la argamasa que nos permita coaligarnos para impedir que continúe la destrucción devastadora de la naturaleza y del tejido social y para construir lo nuevo. Hace 200 años, lo mismo que hace un siglo y en diversas condiciones críticas, no nos congregó un líder, un partido o un documento. Fue la acción. Y no fue la acción de un iluminado, una secta o un grupo, sino la acción de los pueblos. Es una lección histórica que hemos negado una y otra vez. La traicionamos repetidamente y hemos tenido que pagar un altísimo precio por olvidarla. Ha llegado el momento de hacerla valer, de convertirla de nuevo en el sentido y contenido de las amplísimas coaliciones que hoy necesitamos.