El oficio más antiguo no es la prostitución, sino la sobrevivencia, dice el autor de D’estrés Federal
Viernes 15 de agosto de 2014, p. 7
El oficio más antiguo del mundo no es –como dicen– la prostitución, sino la sobrevivencia. De ello está convencido el poeta boliviano Jorge Mansilla Torres (Llallagua, 1940), quien ha dedicado parte de su quehacer en el género a reconocer a todos los que hacen frente a las adversidades de la vida.
Embajador de Bolivia en México entre 2006 y 2012, el también periodista, conocido en el ámbito literario como Coco Manto, sostiene que uno de los atributos del poeta es saber leer la realidad y hacer evidente lo que para otros pasa desapercibido.
Justo ese es uno de los aspectos que busca compartir en su libro D’estrés Federal, con el cual rinde homenaje a la ciudad de México, que le ha dado refugio como exiliado político en dos ocasiones, en 1971 y 1980, y ha sido su lugar de residencia desde hace 34 años.
Es un canto de amor y al mismo tiempo un abanico de broncas y situaciones, porque esta ciudad se hace querer y odiar, tiene su violencia, provoca traumas, pero también alegrías y es entrañablemente nuestra
, ha dicho al respecto del volumen.
Editado con apoyo del Gobierno del Distrito Federal, por conducto de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades (Sederec), ese poemario reúne 137 sonetos, los cuales fueron escritos y publicados en diversos medios impresos desde 1981.
Aunque la presentación formal tuvo lugar en febrero pasado, la noche del miércoles se realizó una velada de lectura a cargo del propio autor, en el Museo Casa de la Memoria Indómita, ubicada en el Centro Histórico de esta capital.
La sesión incluyó una parte musical, en la que el dramaturgo, actor y músico también boliviano Javier Bustillos interpretó piezas de aquella nación sudamericana, acompañado por su guitarra.
Memoria y la denuncia
Los de Jorge Mansilla son sonetos de rostros múltiples y contradictorios, jocosos en ciertos casos, reflexivos y conmovedores en otros, un mosaico variopinto y multicolor que hace referencia a la complicada vida en esta urbe, a sus calles, sus espacios públicos, sus personajes, sus historias, sus cantinas y pulquerías, a las personas trabajadoras y los holgazanes, a sus políticos…
De tal manera, el poeta compartió versos sobre el astabandera del Zócalo, el Monumento a la Revolución, las ferias y las fiestas populares, los mercados, los dulces, los mariachis, los teporochos, los domingos en Coyoacán, los paseos en Chapultepec.
Pero también dio espacio a la memoria y la denuncia, con versos que aludieron a la impunidad y a la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco; y rindió tributo a todos aquellos luchadores sociales que han caminado y caminan por las calles de esta gran ciudad de luz y bruma.
Este poemario puede ser tomado como un almanaque de la memoria de nuestra capital, un ejercicio necesario, porque, como dijo el autor, nadie se acordará de los pueblos que no tengan recuerdos
.
Y fue por ello que leyó sonetos que lo mismo recordaron a un albañil que pereció al caer de lo más alto de una obra y a esos seres que han salido de nuestras vidas, que a la caravana zapatista que arribó al Zócalo en 2001 y el terremoto de 1985.
“Gabo nos dijo que recordar es fácil para los que tienen memoria; olvidar es difícil para los que tienen corazón”, enfatizó el escritor.