Tercera y última parte del resumen del libro encargado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura Los alimentos que construyeron la historia de la humanidad.
esumiendo: si las civilizaciones del arroz requirieron de grandes obras hidráulicas para controlar y aprovechar las corrientes de los ríos, alimentados periódicamente por el derretimiento de las nieves de las montañas y por los monzones, dado que el arroz es un policultivo que arroja su mayor productividad en los arrozales acuáticos, no sólo en cuanto al mismo cereal sino en la biomasa alimenticia que se produce entre los tallos de sus plantas; y como el agua es un recurso infinitamente renovable sobre un área geográfica determinada, a condición de que se mantenga un equilibrio entre bosques y áreas de cultivo (el cambio climático no ha demostrado que las precipitaciones pluviales se acaben, sino que se han desplazado en el tiempo y el espacio), la organización social y política dio lugar al poder centralizado o despotismo asiático
que Marx describe.
Y si las culturas de los tubérculos farináceos necesitaron áreas más o menos extensas según la densidad del grupo, para moverse en círculos mientras se restauran las cualidades de tubérculos agotados por la clonación y si la reproducción de la naturaleza es infinita en condiciones de respeto por su biodiversidad, su organización tribal con líderes del conocimiento del entorno natural y social, dio movilidad y adaptabilidad a los pueblos que conservaron la naturaleza a consciencia durante milenios.
Y si el tercer cereal fundamental, que dio lugar a la civilización del maíz, se reproduce en un policultivo (cuya masa alimenticia sólo se compara con la de los arrozales acuáticos) habiendo dado sustento por decenas de centurias a una población de millones de habitantes saludables y capaces de construir una cultura material e inmaterial como la Mesoamericana, demostrando que la tierra de policultivos es inagotable, gracias a la continua renovación que los desechos orgánicos de cada ciclo aportan al suelo.
El trigo, con todos los de su familia botánica o los que le son afines por el modo de su producción: en monocultivos –como son los almidoneros diversos, mijo, cebada, sorgo, avena, centeno, sarraceno, etcétera– y por su uso: en pan, pastas, porridge, espesantes, según su contenido respectivo en gluten, así como por el consumo de toda la planta en confección de muebles y techos, pienso para animales y combustible, demostró que su forma de cultivo agota los suelos en tres ciclos anuales, y aun cuando la tecnología surgida de este problema lo haya mitigado temporalmente, como no lo resolvió y dio lugar a una necesidad creciente de nuevas tierras y la tierra es finita, las civilizaciones del trigo se construyeron sobre un expansionismo histórico a expensas de las demás civilizaciones.
Porque, así como todos los pueblos del mundo desarrollaron conocimientos sobre su entorno natural y crearon técnicas para aprovecharlo, entre los del trigo conocimiento y técnicas se caracterizan por ir en contra de las leyes de la naturaleza y en contra de la voluntad de los pueblos que ya ocupaban territorios.
Este espacio no permite profundizar, sólo es un atisbo para el lector y tal vez un reto para el debate, pero en cualquier caso es un argumento desarrollado en 400 páginas para reiterar la propuesta que hice desde el año 2000 en La Jornada Suplemento especial del 8-02-2002: para abatir el hambre en el mundo hay que abandonar el sistema de monocultivos impuesto por Occidente (FAO) a todos los productos básicos de la alimentación de los distintos pueblos del Planeta y para recuperar la soberanía alimentaria hay que restaurar los hábitos de policultivo que requieren la mano de obra familiar y colectiva y retomar los usos tradicionales de los productos. Evidencia que cada vez más medios difunden retomando la opinión de cada vez más expertos, como en estas páginas el 4-08-14 del asesor de la Organización Panamericana de la Salud que alerta sobre el sistema alimentario tradicional en vías de desaparición.
¿Representan estas recomendaciones compartidas por expertos y científicos nacionales y extranjeros, un retroceso en el desarrollo, como argumentan indignados los neoliberales? No. Retomar los policultivos ahí donde durante milenios revelaron ser la forma adecuada de producir alimentos, representa ir a favor de las leyes de la naturaleza y, por lo mismo, favorecer su restauración lastimada y su equilibrio sustentable. Y representa revalorar alimentos saludables y exquisitos desplazados por los prejuicios y los productos artificiales. Pero también representa tocar al capital invertido sin consciencia ni responsabilidad o a sabiendas en los venenos comestibles que terminarán por consumar el genocidio de la raza humana, ya desfigurada de hambre u obesidad, enferma de cientos de males físicos y mentales, desolidarizada y confinada en fanatismos autodestructivos, a cuyo final biológico y cultural están ayudando las guerras inducidas y las pruebas nucleares. Todo ello solamente para que unos cuantos alienados continúen en su demente acumulación de inertes riquezas por un desarrollo hacia la conquista de otros planetas.